“García Moreno, el santo del patíbulo”

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Por Gustavo Báez Tobar

Benjamín Carrión, gran maestro de las letras del Ecuador y América Latina, dedicó una de sus mayores obras a la figura patibularia del ex gobernante ecuatoriano GABRIEL GARCÍA MORENO,  a quien se lo quería elevar a la categoría de Santo. La magnífica obra fue publicada por la editorial mexicana Fondo de Cultura Económica en 1959.

Sana intención, bendita intención, entonces, la que iluminó a intelectuales de la talla de: Rómulo Gallegos, Germán Arciniegas y Benjamín Carrión, limpiar de la lepra dictatorial  de América, escribiendo biografías de los tiranos del Continente, que pisotearon el honor de  los ciudadanos y regaron de sangre inocente los campos de nuestras nacientes repúblicas.

“Si Dios creó a Bolívar y a los demás santos de la Libertad, el diablo creó a Santa Anna, a Rosas, a García Moreno, a Melgarejo, a Rodríguez de Francia, a Estrada Cabrera, Victoriano Huerta…”-dice Carrión-. Y yo añadiría: son hijos del diablo también otros siniestros personajes de la tiranía latinoamericana, como Fulgencio Batista, Alfredo Strosner, François Duvalier, Augusto Pinochet, Alberto Fujimori,  Hugo Chávez,  Nicolás Maduro, Daniel Ortega, Rafael Correa, y un largo etcétera de genios malignos de la humanidad.

En “García Moreno, Santo del patíbulo” se hace presente la contundencia investigadora de Benjamín Carrión, para conferirnos una gran obra de contenido histórico, con una secuencia que arrastra al lector a continuar embebiéndose en los episodios y datos correspondientes a la vida y “milagros” de este aprendiz de santo. Son 774 páginas de apretada escritura. La obra está dividida en 3 partes: con 49  capítulos, a los que se incluyen dos Epílogos. Obra de un estilo castizo, léxico variado, agradable  y enriquecedor,  profundamente sereno y vehemente a la vez, que invita al lector a compenetrarse  de hechos y documentos escritos acerca de Gabriel García Moreno; además,  ilustra con muchos datos el entorno socio-cultural y político americano, con lo cual se configura una visión  profunda de García Moreno, en sus diversas facetas.

Las fuentes en las que ese ilustre autor sustenta sus ponencias, no son precisamente los escritos de los más enconados detractores de García Moreno, como Juan Montalvo -por ejemplo-, sino de otras fuentes que devienen de los panegiristas más connotados de la figura despótica del “santo héroe” como son: Roberto Agramonte, Luis Robalino Dávila, el Padre Berthe, Manuel Gálvez, novelista argentino que aboga tenazmente por la canonización del “héroe”; están también Manuel María Pólit Lazo, Arzobispo de Quito, está Wilfrido Loor, y su gran colección epistolar, entre otros escritores.

Pongo en consideración de los amables lectores esta apretada síntesis de los hechos y consideraciones principales que rodean la vida, pasión y muerte del “Santo del Patíbulo”.

Sus padres

El 24 de diciembre de 1821 se inicia con recio aguacero la estación invernal, en la Perla del Pacífico, el hogar de  Gabriel García Gómez y Doña Mercedes Moreno, fue “bendecido” con su octavo hijo, que no venía precisamente con la palanqueta bajo el brazo. Don Gabriel García Gómez, un aventurero español, había vendido en Perú todo su patrimonio que traía de España. Una vez afincado en Guayaquil, buscó a la compañera de su vida, de ascendencia también española y aureolada con el prestigio del palio cardenalicio de un príncipe de la Iglesia, de apellido Moreno. Se trata de la ya mencionada Doña Mercedes Moreno que tantas vicisitudes y estrecheces habrían de pasar en su vida. Su esposo Gabriel había terminado con todo el patrimonio familiar y no acertaba ni un solo negocio productivo: se dice se pasaba en las esquinas de las tertulias guayaquileñas o frente al Malecón, mendigando un cigarrillo para satisfacer su apetito de fumador empedernido.

Niñez,  adolescencia y educación

En este marco de estrechez familiar, pero con tufo de español, el pequeño Gabriel miraba desde el balcón de su casa a los niños alegres, juguetones y dicharacheros, que simulaban guerras entre chapetones y criollos, se bañaban  en la ría  y disfrutaban de la vida, haciendo lo que tenían que hacer: jugar.  Pero, al pequeño Gabriel no se le permitía mezclarse con la plebe. Ni ensuciarse con la arena tibia de la playa. Tampoco podía asistir a la escuela, porque  el pago de pensiones se volvía prohibitivo para la familia, y además, porque no disponía de ropa adecuada para enrolarse con los niños de su altura social.

Por lo tanto la educación primaria la recibió del padre mercedario Primo Betancourt, amigo de la familia, quien mucho influenció en la instrucción y formación del futuro Presidente del Ecuador, pues, por sus influencias y apoyo del Presidente Rocafuerte, que le concede una beca, el joven Gabriel logra ingresar en el Convictorio de San Francisco, en Quito. Las hermanas del padre Betancourt le proporcionan vivienda y toda clase de atenciones; inclusive le relacionan con las primeras amistades en la ciudad.

Dice Manuel Gálvez: “Pronto el estudiante guayaquileño, inquieto y apasionado, severísimo cumplidor de los deberes escolares, se coloca en primeras línea entre los mejores alumnos. En esos tiempos en los que se había generalizado el método de enseñanza lancasteriano en el que el profesor, por consiguiente, se auxiliaba con los estudiantes más notables para la instrucción de los demás, García Moreno siempre fue el monitor de sus compañeros.”Esto le valió para que a poco fuese nombrado Bedel de Tránsitos, es decir, especie de vigía, para el mantenimiento de disciplina y buenos modales en los recintos  del Plantel. Con lo cual allegaba un poco de dinero a sus bolsillos vacíos, para competir de alguna manera con sus condiscípulos, generalmente hijos de los marqueses de la Revolución.

Pobre García Moreno – dice Carrión – “Como no tuvo infancia,  no tuvo tampoco adolescencia”.De Bedel de Tránsitos se convirtió en delator de sus propios compañeros, y, a los infractores, no tenía reparos en someterlos a los más humillantes castigos. No tenía respeto de sus maestros cuando se trataba de señalar en ellos  alguna falla, que, igualmente,  los humillaba. Era pues un alumno estudioso, brillante, distinguido.

Así mismo, fue un buen prospecto para la alta clerecía. Por eso,  el propio Obispo de Guayaquil, Monseñor Garaicoa, accede al pedido de concederle la tonsura y órdenes menores, sin la obligatoriedad de llevar sotana, aunque ya la compró, y la tenía cariñosamente guardada, para posterior oportunidad que no llegó.

Dice Carrión: “Tonsurado y ordenado en menores y sin llevar sotana: he ahí la muestra de su vacilación, de la explicable y obvia vacilación de García Moreno. Porque en él, tanto el camino civil como eclesiástico, no eran sino medios para llegar a un fin: EL PODER”.

Su vida “sentimental”

Ninguna biografía es completa si acaso no se desmenuza la vida del personaje en aspectos humanos, por algo dijo Ludovico Ariosto: “Humanista es el hombre a quien nada de lo humano le es extraño”.Y quizá, no deberíamos admirarnos, pero sí, es nada plausible descubrir los desvíos de un ex tonsurado, o de un aprendiz de santo. Richard Patte, un historiador norteamericano, entre otras cosas, dice lo siguiente de nuestro anti héroe: “Rindió culto al placer, y su vehemencia ardentísima le llevó a cometer excesos de pasión que precisamente a la luz del ideal de su madurez, parecen más condenables”. Más condenables esas actitudes en tanto  y en cuanto estos excesos estaban huérfanos de amor, según se denuncia el propio Gabriel, en unos versillos de su autoría, muy reveladores, por cierto: “Amores no quiero/ hermosas muchachas/amores que solo/dan penas al alma”.

Estas situaciones anómalas explicarían, posteriormente,  ciertas actitudes conflictivas en sus relaciones “amorosas” con su esposa.

Con el fin mantener prestigio y guiar su vida para el cumplimiento  de sus pretensiones, hubo de renunciar a la vida clerical, no obstante haber sido ya tonsurado, y,  para delinear su imagen de futuro mandatario, sigue la carrera universitaria de jurisprudencia. El título de doctor en aquellos tiempos, conferían prestigio y estatus, porque él, García Moreno, ejercería su profesión una sola vez, cuando a poco de su graduación, entabló el juicio de exclusión de bienes de su esposa Rosa Ascázubi, cuya fortuna no era despreciable; por algo pertenecía a familia de terratenientes, más aún signados con el prestigio del  procerato de libertad. Este matrimonio solo pudo darse  a la luz del interés económico, ya que el amor estaba lejos de ser el ingrediente de unión, sobre todo si se considera que la dama a la que había unido su vida era desprovista de todo tipo de gracia y belleza.

Rosita Ascázubi, era más bien fea, fea entre las feas, “prestigiosamente fea” -dice Benjamín Carrión-. Por eso, mientras pudo, García Moreno, con cualquier pretexto, se mantuvo lo más alejado de su esposa. Por otro lado, incomprensiblemente,  para él, nunca fue una ilusión halagadora su tierna hija. García Moreno guardaba en lo más hondo de su recuerdo, la decepción amorosa que tuvo al haber sido rechazado por quien parece fue el amor de su vida: Juanita Jijón, hermana política del primer presidente del Ecuador, Juan José Flores. Ella sí, “Juanita”. “Serafín de amor/inocente y bella/como una flor” -según los versos del joven enamorado.

En ese ámbito de frustraciones y desfases de la vida, García Moreno va alimentando resentimientos, que se convierten en odiosas actitudes y encarnizadas persecuciones, cuando gobernante y dictador.

García Moreno, conspicuo tirano

Voy a consignar dos episodios crudelísimos que ilustran su imagen tiránica. El General Fernando Ayarza era un veterano de las guerras de la independencia, había peleado junto a Simón Bolívar con bravura y lealtad. Enrolado en las filas de las tropas nacionales, no aprobó la conducta matonil de García Moreno, a quien lo derrotó en un combate interno, en Tumbaco. La vanidad de García Moreno no se lo perdonó jamás, y para tomar venganza, inventó falsas conspiraciones como en otros parecidos casos, para comprometer a todos los que le estorbaban. Tal era el caso del General Negro Ayarza, a quien le hizo dar 500 azotes en uno de los patios de los cuarteles, en presencia del tirano: “Hace desnudar las espaldas del reo y descarga el látigo; -y cuenta el padre Gálvez que,  como el verdugo vacila,  él, García Moreno, arrebata el látigo y castiga personalmente al Negro Ayarza”.Tenía pues, el tiranuelo, la vocación de flagelador, él, tantas veces azotado por su madre Mercedes, con el clásico látigo de 7 cuerdas. El General Negro Ayarza continúa prisionero, pero a instancias de  fuerzas del ejército  y el clero, es liberado, pero antes se lo había envenenado, y muere a pocos pasos del presidio.

OTRA VÍCTIMA GRANDE de esta manera “garciana” de gobernar fue el General Manuel Tomás Maldonado, guayaquileño, “perteneciente a las gentes que sienten profundamente a la República”, dice Carrión. Cae en desgracia el General Maldonado, después de haber sido obsecuente seguidor. Es condenado a muerte por el Dictador.- El padre Galindo, testigo presencial, relata así la tragedia de odios primitivos… horribles:

 “Mientras el Padre Alomía (ibarreño), lo prepara para la muerte, el Coronel Dalgo que comandaba las fuerzas, inquieto por la demora, exigió al Padre Alomía activarse, para ejecutarlo, y, cuando la víctima hincaba sus rodillas para recibir la muerte por la espalda, vimos con asombro descender una matrona vestida de luto, desde el alto del pretil (Plaza de Santo Domingo de Quito) y caer sobre la víctima, y abrazándola con ternura y angustia decirle estas palabras: “NO MORIRÁS, SI TE MATAN MORIREMOS LOS DOS”.  Era su esposa, esa digna mujer que para salvar a su marido y acompañarlo en el calvario, había entrado por la casa del Doctor Villota”.

García Moreno no tenía contemplación ni piedad con nadie, no se salvaban ni civiles, ni militares, ni religiosos. Como ejemplo tenemos al cura Manuel Andrade, Párroco de San Roque, y al Padre Alomía, que sufrieron tortura y confinación en las inhóspitas selvas de Napo, por haber osado dar cristiana sepultura a los cadáveres o administrado sacramentos in extremis, al infortunado militar. “El que no está conmigo, está contra mí”. Era su temerario axioma.

Todos estos  y muchos otros hechos sangrientos,  no hacían otra cosa que afilar el machete de Faustino Rayo e inspirar a los ilustres complotados  que libraron a la Patria del tirano de bajos instintos. Un tirano semejante nunca podía llegar a los altares. Ni debió manchar con sus crímenes el Sillón Presidencial.

Ojalá que nuestra Patria nunca más vuelva a tener entre sus gobernantes “santos” del exterminio, dictadores, autócratas, mitómanos, cleptómanos, que gobiernan al margen de la Ley, solo por satisfacer sus bajos instintos  y obscuros intereses.  Así estaría premiado el esfuerzo de Benjamín Carrión al habernos legado la magnífica obra: “GARCÍA MORENO, EL SANTO DEL PATÍBULO”. A manera de colofón, diríamos: ¡INDIGNOS LOS PUEBLOS QUE DEIFICAN A LOS TIRANOS!!

Referencia bibliográfica de la obra. Benjamín Carrión: Loja (1897-1979)

CARRIÓN MORA, Manuel Benjamín, obras;  San Miguel de Unamuno (1954), Santa Gabriela Mistral (1956) García Moreno, El santo del patíbulo (1959)

Manuel Benjamín Carrión, funda la Casa de la Cultura Ecuatoriana (1944) y en 1947 inaugura la Sede de la Matriz, que por hoy cuenta con Núcleos en todas la Provincias del País.

Fue gran promotor cultural, abogado, catedrático universitario, legislador, diplomático, Embajador en Chile y México. Recibió los siguientes reconocimientos: -Premio EUGENIO ESPEJO, 1975.

MÉXICO  le confirió  el Premio Benito Juárez, 1968.

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