Retrato de Agustín Cueva (*)

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René Báez T.

Agustín Cueva Dávila (1937-1992) -ibarreño, ecuatoriano, latinoamericano- constituye sin lugar a dudas el primer pensador ecuatoriano del siglo XX; una figura similar a la que representara Juan Montalvo en el XIX. Aún más, su nombre evoca a los contados compatriotas que han alcanzado proyección continental.

Tiempo y pensamiento

Conocí a Agustín Cueva una noche del verano de 1968, en una asamblea de docentes de la Universidad Central convocada para debatir sobre los rumbos de la Institución en un momento signado por una gran polarización política e ideológica dentro y fuera del campus universitario.

A la sazón se desempeñaba como rector de la Central, Juan Isaac Lovato, connotado tratadista de Derecho Civil, cuyo prestigio sin embargo se había visto menguado por su reciente pasado colaboracionista con la Junta Militar de Gobierno (1963-1966), identificada por su convicto, confeso y práctico anticomunismo.

De izquierda a derecha: Rafael Larrea, Agustín Cueva, Humberto Vinueza, José Ron, Ulises Estrella. Foto Casa Egüez

Casi huelga señalar que la presencia de Lovato venía exacerbando la confrontación entre los partidarios de una Universidad anclada en un funcionalismo servil al statu-quo y los militantes por una Universidad crítica y comprometida con la transformación de la sociedad ecuatoriana.

Aquella inolvidable noche, el joven y elegante sociólogo Cueva, luego de escuchar a sus colegas girondinos, con sólidos y transparentes argumentos refutó las tesis funcionalistas.

Desde 1969, ya en el rectorado del eminente Manuel Agustín Aguirre y su proclamada II Reforma Universitaria, Agustín Cueva y yo iniciamos una estrecha amistad que me dio el privilegio de admirar paso a paso su rutilante y fecunda tarea intelectual, política y humana.

Tiempos de rebeldía y creatividad. Como correlato del «deshielo» estalinista y del ascenso de los movimientos de liberación nacional (Indochina, Argelia, Congo), la humanidad vivía en el decenio de los 60 una conmoción multifacética: política, teórica, ética, estética. Los vientos del cambio y el compromiso (engagement) golpeaban incluso en instituciones conservadoras como la Iglesia Católica: Concilio Vaticano II, Conferencia de Medellin, Grupo Golconda.

Tiempos espléndidos donde reinaron la impugnación, la imaginación y el amor: el Mayo francés, la primavera de Praga, el arte pop, el fenómeno hippie.

Casa adentro, tiempos de creencias y contestaciones: el socialismo con «sabor latino» de los cubanos, la crítica del reformismo proimperialista de la Alianza para el Progreso, proliferación de grupos guerrilleros… Y, específicamente en el Ecuador, tiempo de la resurrección y el «destape» de la izquierda, especialmente proletaria y estudiantil, luego del repliegue de los militares reaccionarios.

En este clima cultural, político y emocional surge y florece el pensamiento de nuestro gran autor y activista de la cultura.

En contraste con las concepciones subjetivistas de los escribas y voceros del establishment, Agustín Cueva asume y aplica creativa y a la par rigurosamente el enfoque teórico-metodológico del socialismo clásico, fundado -como se conoce- en los principios del movimiento interactivo de las cosas, la totalidad, la historicidad, la criticidad.

Formado académicamente en la Universidad Católica, en la Universidad Central y en otras instituciones de inspiración humanista, asumió el marxismo no como un snobismo intelectual (tan frecuente hasta los años 70 y 80), sino como un alineamiento consciente y definitivo con la causa del pueblo, conforme a una honrosa tradición de jacobinismo de la intelectualidad más representativa de América Latina.

… mi proceso de adhesión al marxismo -escribirá en «Veinte años después», su exquisito prólogo a la segunda edición de Entre la ira y la esperanza – obedeció, en proporciones probablemente equiparables, tanto a una opción ético-política como a la fascinación por la única ciencia social (el materialismo histórico) que jamás pierde de vista la totalidad del hombre y de su historia, que aspira siempre a reconstituir.

Estas asociaciones racionales y morales explicarían el espesor, la hondura y la transparencia de su gigantesca obra.

El marxismo de Agustín Cueva, abrevado de las fuentes originales del pensamiento socialista europeo, no fue en sus manos un cuerpo teórico-metodológico frío y dogmático, sino más bien un instrumento flexible -«el análisis concreto de la realidad concreta»- conforme lo demostró a lo largo de su vasta producción, siempre retroalimentada en el fluido de la vida.

Podríamos decir con Pávlov que los hechos fueron las alas de su ciencia, lo cual, por cierto, no le impidió condenar al empirismo como a la barbarie del pensamiento.

En su ensayo de defensa del marxismo «El análisis dialéctico: requisito teórico y a la vez político» llega a decir: …el problema no puede plantearse en términos de «fidelidad» o «infedelidad» a textos (marxistas) que no tienen el rango de sagrados; sino que de lo que se trata es de averiguar si, dejando de lado el método dialéctico, es o no posible lograr un conocimiento cabal y dinámico de la realidad social.

La concepción antidogmàtica y la honestidad intelectual de Agustín Cueva pueden verificarse en un sinnúmero de pasajes de su vida y de su obra.

A modo de ilustración: en el citado prólogo a Entre la ira y la esperanza confiesa que su maestro más admirado en La Sorbona fue Raymond Aron, acaso el principal filósofo de la derecha europea; así como en su rechazo al «realismo socialista», escuela estética de cuño estaliniano que tanto sedujera a literatos y artistas del mundo entero.

Desde su vigorosa contextura teórica y moral, paradójicamente envuelta en un temperamento nervioso y hasta tímido, el compromiso unitario y vital de Cueva no fue otro que canalizar la totalidad de su caudalosa energía a la causa de la liberación de América Latina y a la ulterior cristalización de la justicia.

Profeta de «letras armadas», buscó cumplir esa vocación autoimpuesta hurgando de modo multilateral en la realidad pretérita y contemporánea de nuestros países.

Femando Tinajero, también ibarreño y compañero de Agustín en las aulas de Derecho de la Universidad Católica, destacaba ese compromiso unitario y definitivo de nuestro gran pensador en un ensayo memorable y metafórico al que denominara «Informe subjetivo», donde se puede leer:

…un fragmento de Arquíloco… dice así: «muchas cosas sabe la zorra, pero el erizo sabe una sola y grande». Isahiah Berlin se ha valido de este verso para distinguir aquellos autores que «relacionan todo con una única visión central», y aquellos otros que «persiguen muchos fines, a menudo inconexos y hasta contradictorios Erizo a carta cabal, (Agustín Cueva) —concluía Tinajero- apostó de una vez por todas a lo que consideró verdadero, y como en otro tiempo el peruano José Carlos Mariátegui, mantiene su elección fundamental.

Radiografía de su obra

El aporte de Cueva a la cultura nacional y continental cubrió el amplio espectro disciplinario de la historia, la sociología, la economía, la política, la filosofía y la crítica literaria. Campos del saber asumidos y cultivados -conforme dijimos- como elementos íntimamente relacionados con el ser y el devenir de Nuestra América.

La línea fundamental de reflexión y creación que se impuso fue la interpretación del proceso histórico continental y nacional, tarea siempre pensada como medio de identificar las causalidades del presente y los vectores del porvenir.

Su primera incitación fue el Ecuador, patria amada y amarga de la cual se mantuvo exiliado durante la mayor parte de su vida adulta.

A la exégesis de la evolución nacional dedicó sus dos primeros libros: el ya citado Entre la ira y la esperanza y El proceso de dominación política en el Ecuador.

El primero de ellos, originalmente editado por la Casa de la Cultura, en 1967, contiene un penetrante e iconoclasta ensayo sobre las manifestaciones literarias y artísticas más conocidas de autores ecuatorianos producidos entre el inicio de la época colonial y la primera mitad de este siglo.

Ensayo incisivo y colérico pone al descubierto la condición colonizada y servil de la mayoría de nuestros intelectuales, tan proclives a la imitación y a las caricias del poder.

Por cierto, el prisma crítico de Cueva no le impediría y, por el contrario, le permitirá alumbrar mejor la autenticidad y calidad estética de autores como Espejo, Montalvo, Los Decapitados, Icaza, Carrera Andrade, el Grupo de Guayaquil, Pablo Palacio, Los Tzántzicos y algunos más.

Sintéticamente, Entre la ira y la esperanza, a la par que desnuda y hasta ridiculiza a la transplantada y oropelesca cultura de nuestras clases dominantes, recupera las formas y contenidos genuinos y, por lo mismo, universalizantes de algunas de las creaciones nacionales. De este modo, trazará las grandes rutas por donde han de transitar los escritores y artistas verdaderos del presente y el futuro.

El proceso de dominación… -ensayo que recibiera una distinción de la Casa de las Américas, compartida con Eduardo Galeano y su clásico Las venas abiertas de América Latina– comprende una diáfana y refrescante lectura del devenir social y político nacional en el período que se abre con la Revolución de 1895.

Visto en retrospectiva, este nuevo aporte del autor imbabureño habría constituido el acontecimiento fundacional de la moderna historiografía ecuatoriana, especialmente porque introduce por primera vez en nuestro medio la metodología dialéctica y estructural, que permite una aprehensión de la historia como un proceso totalizante con soporte en la lucha social.

Al resonante éxito de El proceso… -me cupo el honor de ser su primer editor y en esa condición verificar la calurosa acogida del público- debe atribuirse en gran medida la suerte de apoteosis que vivieran las ciencias sociales ecuatorianas en los años 70.

Hacia 1988, según recordaba el propio Agustín en el prefacio a una edición nuevamente actualizada, el libro había acumulado al menos dieciocho apariciones, incluida una publicación «pirata» en inglés.

El erudito argentino Roberto Agoglia catalogó a El proceso… en el rango más alto de la historiografía ecuatoriana.

El veredicto del público no fue menos concluyente: El proceso… es el trabajo que más ediciones mereciera, al menos hasta la muerte de su autor.

A fechas recientes, en abril del 2016, tuve la grata ocasión de asistir e intervenir en el lanzamiento de la edición en portugués de la referida obra, en su Colección Patria Grande y en el marco de unas jornadas académicas convocadas por el Instituto de Estudios sobre América Latina, Universidad Federal de Santa Catarina, en Florianópolis, Brasil.

Las contingencias de la vida política ecuatoriana, concretamente el «autogolpe» de Velasco Ibarra en 1970 y la automática clausura de la entonces rebelde Universidad Central, en la cual Agustín se desempeñaba como director de la Escuela de Sociología, catedrático de la Facultad de Economía y responsable de la revista Hora Universitaria, le llevan a radicarse en Chile primero y en México a partir de 1972.

En este último país y como una proyección natural de sus inquietudes académicas y políticas, luego de un colosal esfuerzo investigativo en la UNAM, Cueva concluye y publica su monumental El desarrollo del capitalismo en América Latina, libro en el cual, a partir de un laborioso escrutinio de los procesos particulares de nuestros países, culmina elaborando la lógica general de la formación y reproducción del «subdesarrollo» de nuestra atribulada región. El estudio es prontamente identificado como la interpretación más completa del devenir de América Latina, consagrando continentalmente a nuestro compatriota.

Ensayo premiado por la Editorial Siglo XXI y publicado recurrentemente por esa misma casa a partir de 1977, ha sido traducido al chino, japonés, holandés, portugués, entre otros idiomas. Su décima tercera edición en castellano (1990) incorpora un posfacio donde disecciona con su característica erudición la «crisis de alta intensidad» que vivía la región ya en vísperas del tercer milenio. Posfacio que debiera ser de obligada lectura o relectura para la comprensión de las contradicciones y conflictos derivados del capitalismo mundializado y que, a esta altura del siglo XXI, dan pie para aludir a una crisis civilizatoria derivada de la hegemonía del capital financiero/parasitario y su deriva en la presión sobre los recursos minerales, energéticos y bióticos del planeta.

En la misma línea de reflexión e interpretación de las realidades de nuestro subcontinente, publica ulteriormente Teoría social y procesos políticos en América Latina (1979). Las democracias restringidas de América Latina (1988) y América Latina en la frontera de los años 90 (1989).

Dos textos (particularmente) actuales

Especial mención en esta oportunidad merecerían -a mi juicio- dos escritos de su madurez académica.

El primero, su Introducción al libro colectivo Tiempos conservadores (1987), volumen preparado bajo su coordinación y cuyo objetivo medular no era otro que desnudar “la derechización de Occidente», con las consecuencias que se han venido intensificando de antitercermundismo, neoliberalismo (bautizado por Agustín como neodarwinismo social), racismo, xenofobia, discriminación sexual, relativismo moral. Es decir, el prepotente discurso de los Reagan, Thatcher, Nakasone, Mishima, Hayek, Friedman y otros «brujos malvados». Desde luego, ahora podríamos agregar muchos nombres a esa lista.

Conforme a nuestro ilustre comprovinciano, los fines últimos de esa renovada ofensiva serían del tenor siguiente:

… la Nueva Derecha imperial -nos decía hace tres décadas- comporta una ofensiva que pretende borrar la historia del cristianismo por proclamar que todos los hombres son iguales en esencia y ante Dios; la de la revolución francesa por postular la igualdad junto con la libertad y la fraternidad; la del marxismo por llegar al extremo de buscar la realización de la igualdad en el terreno material.

¡De esta profundidad eran las reflexiones de Agustín Cueva Dávila!

El segundo texto, titulado Literatura y conciencia histórica en América Latina, fue publicado en forma póstuma en 1993, con un hermoso y justiciero prólogo de Femando Tinajero.

Literatura y conciencia histórica… es uno de los legados más estéticos de Agustín.

Contiene una selección de artículos de crítica literaria dedicados a identificar, según sus palabras, «como fue constituyéndose no sólo objetivamente, sino también en lo subjetivo, lo que hoy denominamos situación de subdesarrollo». Quienes hayan recorrido sus páginas podrán testificar cómo su obsesión por explicar la condición esencial de nuestro sub-continente le lleva a explorar incluso en los intersticios de la ficción y de los sueños.

Editado en un delicado volumen por Planeta, Literatura y conciencia histórica … discurre con singular solvencia sobre la obra de autores en apariencia tan distantes y disímiles como Alonso de Ercilla, Bartolomé de las Casas, Pablo Palacio o Jorge Enrique Adoum. Destaca en el compendio la reproducción del prólogo escrito por nuestro infatigable autor a dos de las novelas mayores de Gabriel García Márquez: Cien años de soledad y El coronel no tiene quien le escriba, a propósito de la edición de las mismas por la Biblioteca Ayacucho (Caracas, 1989).

No me queda duda de que, con este espléndido libro, Cueva Dávila habría querido subrayar la validez de la sentencia de Dostoyewski según la cual «sólo la belleza podrá salvamos».

*Discurso pronunciado con motivo de la presentación del libro Antología Personal.- Ensayos y Entrevistas, editado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana (Núcleo de Imbabura). El evento tuvo lugar en Ibarra el día 14 de febrero del 2019.

 

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