Por Francisco Escandón.
Más de 500 años después de aquel 12 de octubre del 1492, hay quienes creen que aún América fue descubierta por unos generosos conquistadores.
Esa opinión obvia los intereses expansionistas y comerciales de la feudal Corona Española que, por aquel entonces, estaban amenazados por el vertiginoso desarrollo del naciente capitalismo inglés. Esa es la motivación original de las expediciones costeadas por las monarquías.
Ignorantes del nuevo mundo, los europeos quedaron absortos por la abundancia de las tierras desconocidas (exuberantes paisajes y metales preciosos, diversidad de flora y fauna,) y por la riqueza cultural-científica encontrada.
Lo inmediato al arribo de los expedicionarios fue catastrófico: etnocidio de varios pueblos originarios del Abya Yala, esclavismo y explotación de la fuerza de trabajo, imposición de un credo religioso a sangre y fuego, saqueo aberrante de los recursos naturales, masivas violaciones a indígenas, proliferación de pestes y enfermedades; etc.
Desde entonces además, se impuso la cultura dominante española por sobre las culturas existentes en Amerindia. Esa interculturalidad inequitativa refleja una relación de poder étnica, pero también clasista, pues ponía de un lado a minorías parasitarias que usufructuaban del trabajo ajeno y del otro a mayorías que estaban obligadas a trabajar en mitas, batanes y obrajes.
De esa interculturalidad es heredera la actual nación ecuatoriana, el pueblo mestizo, que ejerce relaciones de poder a los pueblos indígenas y negro, a pesar del reconocimiento legítimo de la plurinacionalidad en la Constitución de la República.
Más los derechos derivados de ese principio constitucional no rebasan las formalidades legales. Desde el poder se piensa que la interculturalidad es la cooptación institucional de algunos dirigentes indígenas al servicio del Estado burgués, mientras se mantienen territorios ancestrales concesionados a las transnacionales, se amenaza la supervivencia de pueblos en aislamiento voluntario e incluso se criminaliza a quienes resisten a los intereses de los monopolios.
Esa interculturalidad burguesa está conjugada con las relaciones sociales de producción capitalista y boga por profundizar el proceso de acumulación de riquezas en manos de los grupos económicos de poder, que ahora apuestan a la globalización neoliberal y los tratados de libre comercio para consolidar una recolonización.
Urge entonces que la lucha por la interculturalidad equitativa convoque no sólo a indígenas y negros, pues no se trata sólo un problema nacional. La interculturalidad trasciende a un problema de clases sociales y su transformación exige que los trabajadores y los pueblos del Ecuador sean capaces de unirse y tomar el poder.