Por Francisco Escandón
En las últimas décadas el movimiento de mujeres sacudió Latinoamérica, rebasó la exigencia de la participación política institucionalizada (equidad, paridad y secuencialidad en las listas de los partidos políticos) e incorporó una serie de demandas que desafían al status quo dominante de la sociedad.
Esas mujeres conscientes de la opresión, acompañadas de muchos hombres, enfrentan la ideología hegemónica reproducida en dogmas –oligárquicos, discriminatorios, homófobos, racistas, machistas, etc.– institucionalizados en leyes que expresan la moral de la clase dirigente del Estado y que también son legitimados en las inequidades e incluso en la violencias que amenazan a la sociedad.
Es enorme la tarea desenvuelta por el movimiento de mujeres en la desnaturalización de las prácticas que reflejan la discriminación de género. Gracias a ellas existe alarma de los casos de acoso y abuso sexual, del femicidio y de los delitos vinculados al odio contra la mujer, de la urgencia de rebasar la crítica conservadora-patriarcal del púlpito hacia laicismo, de la inequidad salarial con respecto a los hombres a pesar de hacer iguales trabajos, de los roles obsoletos impuestos a lo masculino y lo femenino, del estado de relegación por su condición de género, etc.
A partir de este activismo cada día hay más mujeres motivadas en denunciar las inequidades y a enfrentarse a sus victimarios, gracias a ellas ahora hay millones de hombres que se solidarizan y acompañan sus luchas.
Su acción constituye la persistencia en la lucha por la igualdad. Son la continuidad del reclamo del derecho al sufragio, a la educación, la propiedad, del derecho a ser consideradas ciudadanas; también son la secuencia de tantas lideresas y heroínas que siguen borradas de las páginas de la historia oficial por constituir una amenaza al poder.
Por ello, despectivamente fueron llamadas brujas, guarichas (prostitutas), machonas, y ahora son calificadas como feminazis; esos son los epítetos usados por quienes definieron a las mujeres como seres inferiores, desprovistas de derechos, designadas para tareas domésticas, útiles para la reproducción y la satisfacción sexual. Ese viejo muro del curuchupismo, que banaliza las exigencias del movimiento de mujeres, pervive en remozados discursos misóginos, pero se tambalea y caerá más temprano que tarde.
Al conmemorarse el Día internacional de la no violencia contra la mujer, en honor de las hermanas Minerva, Patria y María Teresa Mirabal, asesinadas por revelarse a la dictadura del dominicano Rafael Trujillo, es fundamental honrar su ejemplo y proseguirlo, hay que transformarlo todo para lograr la igualdad social, étnica y de género, como soñaron Las Mariposas.