Por Edgar Isch L.
En octubre de 2018 la Casa Blanca hizo conocer un informe titulado: The Opportunity Costs of Socialism, (el Costo de oportunidad del socialismo). Si recordamos que el “costo de oportunidad” se define como el costo económico que tiene el haber elegido una opción que brinda menores ganancias, ya se puede ver hacia donde va el documento. Lo importante aquí es que la responsabilidad del estudio está en el Consejo Asesor Económico, una oficina de la Presidencia responsable en formular políticas económicas de carácter nacional e internacional.
¿Por qué ese estudio en este momento? Al inicio del documento se la expresa de manera directa: “Coincidiendo con el 200 aniversario del nacimiento de Marx, el socialismo regresa al discurso político estadounidense. Propuestas políticas detalladas de autodeclarados socialistas están ganando apoyo en el Congreso y en gran parte del electorado más joven”.
Si se quisiese realizar una comparación honesta, se debería haber cotejado los éxitos en la URSS que transformaron al territorio más atrasado de Europa en la segunda potencia mundial, en poco tiempo y a pesar de guerras sucesivas, mientras los países capitalistas iban de crisis en crisis y generaban una explotación cada vez mayor. Luego de la transitoria derrota del socialismo en Europa, que no se diferencia en este sentido de los retrocesos tras las primeras revoluciones burguesas, al retornar plenamente al capitalismo la caída en la esperanza de vida en los países que mantenían rasgos socialistas fue de cinco o más años, demostrando que el capitalismo cotidiano está tan vinculado con la muerte como cuando provoca las guerras de rapiña.
Pero el documento usa dos elementos distintos: la situación de países que más allá de discursos oficiales no han salido del capitalismo, como Venezuela, sobre la cual hay una campaña permanente dentro de Estados Unidos para justificar una posible intervención bélica, que Trump señaló que es una opción real; y, falacias sobre aspectos internos o internacionales, sobre las medidas propias de un “Estado de bienestar” como los que la social democracia construyó en los países del norte de Europa y que hoy están bajo ataque continuo.
Medidas como el seguro médico para todos (“Medicare for all”), son identificadas como socialismo y, dado que contra ella están las grandes corporaciones y el gobierno, procuran demostrar su inviabilidad económica, más desde el discurso que desde evidencias reales. Con ello, plantean que los socialistas e incluso los demócratas quieren convertir a Estados Unidos en “otra Venezuela”.
En América Latina este tipo de campañas de la derecha no sería novedad. Lo novedoso es que hoy se la presente desde el más alto nivel para llevarla a cabo dentro de Estados Unidos. Esto a pesar que los propios centros de análisis empresariales consideraran al informe un texto sin validez, con el cual los economistas se sintieron “burlados” (Noah Smith, Bloomberg.com, October 26). El hecho es que las clases dominantes están preocupadas por una cierta pérdida de su poder de convencimiento, a pesar de sus poderosos medios de comunicación. La “guerra cultural” que la habían declarado ganada tras la caída del Muro de Berlín, ahora tiene dificultades continuas.
Lo primero es que una serie de encuestas en Europa y Estados Unidos demuestran que el descontento con la situación social hoy lleva a que muchos la identifiquen con el capitalismo y lo denuncien. Así, en 2017 una encuesta de los radiodifusores de la Unión Europea resaltaba que nueve de cada diez jóvenes entre 18 y 35 años sostenían que los bancos y los adinerados mandan en el mundo y, más de la mitad, que estarían dispuestos a participar en un levantamiento masivo. Esto puede relacionarse con el apoyo de más del 75% de la población francesa a los “chalecos amarillos” y como se contagia la acción de descontento. Otra encuesta, realizada en el Reino Unido en 2016 por Yougov, señala que la visión favorable al capitalismo solo es mayoritaria entre los mayores de sesenta años.
En Estados Unidos, la empresa Gallup señaló que por primera vez más de la mitad (51%) de jóvenes entre 18 y 29 años preferirían el socialismo, mientras el porcentaje de quienes tienen una visión favorable al capitalismo cayó del 68% en 2010 a 45% en 2018. Esto se expresa en un aumento de las huelgas, incluso ilegales como las realizadas por las bases del magisterio en varios estados; las respuestas masivas que obligaron a suspender numerosos mítines del fascismo y la extrema derecha; el mayor interés en temas políticos de una juventud formada en el individualismo y quemeimportismo; el crecimiento notorio de las organizaciones que se denominan del socialismo democrático, principalmente, pero también de aquellas identificadas con el marxismo; y, en lo electoral, las victorias recientes de candidaturas al congreso de jóvenes, mayoritariamente mujeres, que se definen socialistas y derrotaron a viejas figuras de los dos partidos mayoritarios.
¿Qué entiende por socialismo toda esa gente? El informe señala que no es claro. Seguramente las respuestas serán muy variadas y evidenciarán que en el centro está la indignación contra lo que el capitalismo es y muestra de manera cotidiana y cínica. Esto se puede deducir de otra encuesta, la realizada también en octubre de 2018 por la anticomunista Victims of Communism Memorial Foundation que demuestra que un tercio piensa que el socialismo está ligado a servicios sociales de salud; nueve de cada diez a reducir la diferencia entre ricos y pobres; y en general con aspectos positivos de vida individual y social. Esa fundación demanda que se introduzca en todo nivel la enseñanza de las mentiras sobre el socialismo, divulgadas por años pero que no están llegando a los milenials. Además, según esta encuesta, entre un 6 y 7% de esos jóvenes consideran un alago el ser llamados comunistas frente al 4% del total de la población, en un país el 52% del total de la población lo considera un insulto y 44% es neutral.
En estas condiciones, no se puede definir con precisión el futuro inmediato, más que en pocos aspectos. Uno es que se aproximan nuevas batallas ideológicas en Estados Unidos, ligadas a la lucha económica de los trabajadores y a la expresión política electoral. Eso implica que el pensamiento crítico, que tanto demandamos en América Latina, va encontrando tierra fértil también en el norte global, lo que posibilita la solidaridad entre los pueblos y trabajadores de los países imperialistas con los de los países dependientes. Si la crisis más profunda que se anuncia se presenta pronto, sin duda esta situación en el campo de las ideas puede ser de mucha importancia para definir el destino de esos países e incluso de la humanidad.