Por Francisco Escandón Guevara
En los últimos quince años el capitalismo de los países latinoamericanos sufrió cambios. Ese proceso estuvo orientado por las demandas del sistema mundial, que delegó a los gobiernos de los países dependientes la construcción de infraestructura que abarate los costos de producción.
A ello le llamaron demagógicamente progreso, desarrollo y hasta revolución, pero en la realidad se mantuvo la estructura de poder y se aceleró el enriquecimiento de los grandes grupos económicos a un ritmo superior que las anteriores décadas.
Al Estado lo sacudieron de los polvos de la crítica neoliberal y lo vistieron con elegantes trajes para protagonizar la modernización capitalista de puertos, aeropuertos, carreteras, hidroeléctricas, etc.
Esas obras alimentaron la popularidad de los caudillos y fueron el elemento distractor perfecto para incubar la corrupción del sistema de coimas, de las obras mal hechas no fiscalizadas y hasta de los sobreprecios.
Además los gobernantes, progresistas o neoliberales, contaminaron el sistema electoral con plata de las empresas que entregaban aportes económicos a cambio de ser beneficiarias de los contratos con el Estado.
Los resultados de ese juego macabro son las campañas multimillonarias que enajenaron a los votantes. El dinero sucio definió quién era el presidente, los asambleístas o alcaldes, es decir, una parte de los electos representan a los intereses de empresarios corruptos.
Los organismos electorales y judiciales no detectaron estas irregularidades, su inacción puede ser hasta considerada como complicidad de un aborto de democracia dominada por una oligarquía inmunda que controla el poder del Estado.
Lo cierto es que continúa la impunidad. En el nuevo escándalo ecuatoriano conocido como Arroz Verde 502 sólo unos cuantos meseros están detenidos, los ayudantes de servicio siguen libres, el jefe de la cocina está prófugo en Bélgica y la cirugía mayor contra la corrupción cae en descrédito por sus escasas respuestas ante las denuncias de Ina Papers.