Francisco Escandón Guevara
En la edad media las ideas contrarias al poder fueron consideradas como delitos, herejías, contra el dogma dominante. Uno de los herejes fue Galileo Galilei, quien tuvo que retractarse de su teoría heliocéntrica (el planeta Tierra se mueve alrededor del sol) para evitar la condena de cárcel y hasta de muerte.
360 años después la iglesia católica reconoció la sentencia como injusta, pero el peso del conservadurismo y la demonización de sus contradictores se mantienen como patrimonio al servicio de quienes ostentan el poder.
El argumento siempre es el mismo: advierten el fin de la especie humana, responsabilizan de las catástrofes a las minorías sociales, construyen un imaginario de fobias y violencia que permite reproducir la cultura dominante y ocultar los verdaderos problemas.
Las peores horas de la historia están envueltas con los velos del oscurantismo, que hoy contraataca instituyendo modernos tribunales y nuevas víctimas para juzgar. Ahora son los homosexuales y la legalización del matrimonio igualitario las amenazas que destruirán la familia y la sociedad.
Nada más falso. La homosexualidad no es una enfermedad, no es contagiosa, tampoco es una tendencia que se imita, un delito que merezca sanción o la raíz de los problemas del país, sencillamente se trata de un grupo de personas que tienen su propia identidad sexual.
Pero es tal la segregación que tan sólo hasta noviembre de 1997, el Estado ecuatoriano dejó de considerarlos como delincuentes y aún ahora hay quienes exigen la prohibición de sus derechos, como si se tratasen de seres humanos socialmente inferiores por sus preferencias sexuales y afectivas.
El matrimonio igualitario se inscribe en la lucha por la igualdad, al menos legal, de los ciudadanos y desafía a las apergaminadas costumbres, cuyo equivocado argumento para mantener el discrimen es la fe y la religión.
La santa inquisición no debe continuar su ejercicio de juez universal, son las nuevas generaciones las llamadas a actuar con lógica secular.