Por Francisco Escandón G.
El prólogo de la insatisfacción popular en Bolivia, más allá del discurso populista del cambio y de reivindicación del poder para los pueblos originarios, es la modernización de la infraestructura productiva y la profundización del modelo de acumulación capitalista que impulsó Evo Morales.
Se trata de un desarrollo extractivista, de exportación de materias primas, que permitió el crecimiento de los monopolios e impulsó la renegociación de la dependencia boliviana, hacia una creciente influencia chino-rusa.
Así maduraron las contradicciones en la sociedad boliviana y las razones de la lucha popular. Ellas se agudizaron luego de que Morales apelara a la Corte Constitucional para lograr su reelección indefinida, a pesar de que en referéndum el pueblo negó esa reforma.
Complementariamente, la emisión de resultados de las elecciones presidenciales fueron controvertidos por un apagón informático y por la parcialización del organismo electoral hacia la candidatura oficialista.
Al parecer Evo no alcanzó los votos suficientes para evitar una segunda vuelta electoral, hubo fraude, y la movilización, originariamente popular, fue subvertida por los intereses desestabilizadores de la burguesía, aliada a la embajada norteamericana, que usaron la violencia reaccionaria para enfrentarse a un gobierno represivo.
Morales desoyó las exigencias de respeto a los sufragios y pronto se vio acorralado por un golpe de Estado que es la suma de policías amotinados, intervención del ejército y agitación de las élites que impusieron un gobierno de facto.
La caída del gobierno de Evo, su actual asilo en México, es la consecuencia de su debilidad política cosechada tras años de asistencialismo autoritario, de dividir organizaciones sociales y de corrupción.
La solución no es el gobierno de Jeanine Áñez, quien ilegalmente se ciñó la banda presidencial para gobernar a nombre de dios y con el dogma de la biblia, pero en el fondo impulsa una ofensiva fascista conducente a las postrimerías de una guerra civil y a la prolongación de la represión que ya cobra dos docenas de vidas.
La salida a esta crisis política reclama de nuevas elecciones y de democratizar la sociedad, independientemente de los intereses caudillescos y de las potencias imperialistas. Bolivia merece un gobierno que rompa con esa lógica del poder.