Por Edgar Isch L*
En las definiciones más frecuentes, se entiende por bienes comunes a los recursos que no son (hasta que los capitalistas lo logren), propiedad exclusiva de nadie en particular, como pueden ser las semillas, el agua, patrimonio genético, conocimientos ancestrales, y otros. Usar la palabra “recursos” los relaciona con la economía y eso permite a los capitalistas hablar de “bienes comunes públicos”, pero también de “bienes comunes privados”, dejando clara la de la posibilidad abierta de apropiación personal de lo común, tal como sucede por ejemplo con la privatización de las aguas en Chile o muchos más casos.
Por fuera del económico, los Derechos Humanos son también de interés y pertenencia común. Para no entrar en discusiones doctrinales, especialmente los Derechos Económicos, Sociales y Culturales (DESC), entre los que están los derechos a la salud y la educación, son derechos colectivos. No son “bienes”, para que nadie pretenda privatizarlo y pertenecen también al campo de lo común o los comunes.
La pandemia integra la crisis mundial de la salubridad pública, como una nueva expresión de la multilateral crisis capitalista; a la anunciada recesión resultante de la crisis de sobreproducción, hoy trae una grave contención simultánea de oferta y demanda; a la comprobada tendencia decreciente de la tasa de beneficio de la burguesía, que siempre la lleva a los peores extremos para recuperarla como la guerra o la dictadura asesina de Pinochet, trae quiebras empresariales que son el pretexto de millonarios salvatajes con dineros públicos, usando a los Estados como fuente en beneficio de los más ricos; y, entre otras cosas, ha puesto en cuestionamiento el neoliberalismo como el mecanismo para recuperar y aumentar la tasa de ganancias de los capitalistas.
Situación inédita, sin duda. Obliga a pensar qué hacer hoy y qué hacer cuando pase la pandemia. Para hoy, la respuesta humana debería ser con el primero la vida y después las ganancias injustificadas de los ricos. Pero donde dominan los intereses de la burguesía, como alertara Marx, ciertamente esta se pone más agresiva si la ganancia en juego es mayor, al grado estar dispuesta a los mayores crímenes. Este momento de la crisis hace de este modo visible la contradicción entre lo común (y comunitario), frente a la propiedad privada de los grandes medios de producción.
Del lado de lo común está la salud y otras necesidades básicas, pero los defensores de la propiedad privada prefieren pagar la deuda externa a poseedores de bonos cuya identidad se esconde (en Ecuador, se lo acaba de hacer en un monto importante y el ciento por ciento del valor nominal, luego de que se anunciara la posibilidad de una moratoria bajando el precio los bonos de mercado y permitiendo la segura compra de algunos, para luego cobrar al país a precio total). El extremo está en aquellos que están dispuestos a prescindir de parte de la población humana, tema tratado de manera insistente en ciertos círculos de poder mundial.
La preferencia por beneficiar a la propiedad privada ya se vio claramente en la crisis de 2008-2009. El economista Manfred Max-Neff contrastó los 30.000 millones de dólares al año que se requieren para superar el hambre en todo el planeta, según cálculos de la FAO, frente a 17 billones (millones millones) que los estados entregaron para salvar a los bancos y ciertas grandes empresas. Lo que se entregó es equivalente a 600 años de un mundo sin hambre. Sin duda un crimen contra la humanidad para mantener el enriquecimiento privado a niveles no vistos en la historia previa.
Ahora, mientras hasta el FMI y el Banco Mundial hablan de priorizar la solidaridad internacional, los capitales privados a través de Trump buscan la exclusividad de uso de la vacuna que se experimenta en Alemania, para añadir ganancias a la ya perversa industria farmacéutica. Y la “solidaridad” del FMI y el BM da para llorar. Hablan de condonar las deudas de los 76 países más pobres, pero ya plantean nuevos créditos con intereses usureros y, a la vez, salvatajes dirigidos a los millonarios (la Corporación Financiera Internacional del Banco Mundial ya negocia inversiones en 300 grandes transnacionales y Estados Unidos prepara un rescate de 2.000 millones de dólares sin compromisos para las grandes empresas). Legalmente, se podría asumir que los rescates son una compra de acciones en las trasnacionales y que estas acciones pertenecen a los Estados y dejan de ser propiedad privada para convertirse en un bien común, sin embargo, son simplemente entregas a pocos poderosos de buena parte de la riqueza de la sociedad, poniendo el riesgo de la mayoría de la población.
La contradicción entre lo común y lo privado se mira hoy, más fuertemente, en los sistemas de salud. Sólo los sistemas públicos se muestran capaces de lograr la garantía al derecho de la salud de toda la población. No se les puede acusar de izquierdistas a los gobernantes de Irlanda, pero optaron por este motivo a una “estatización provisoria” de los servicios de salud y, de manera similar, han actuado otros países, sacando las garras del interés de lucro privado que en muchos casos se negaron a atender a personas afectadas sin dinero o que subieron brutalmente los precios d emascarillas y medicinas aprovechando la realción entre demanda y oferta. Macron, presidente de Francia, tuvo que reconocer que “la pandemia ha revelado que la sanidad gratuita, sin condiciones de ingreso… No son costos o cargas, sino bienes preciosos, unas ventajas indispensables… Y este tipo de bienes y servicios tienen que estar fuera de las leyes de mercado”.
Podríamos seguir comparando y siempre lo común se mostrará necesario, humanamente prioritario, mejor. Es una buena prueba de la superioridad de sociedades comunitarias y el socialismo, sobre el capitalismo.
Sin embargo, mucho dicen y hacen los que insisten en defender la propiedad privada y el sistema de explotación, como Margaret Thatcher, repitiendo que “la sociedad no existe, sólo existen individuos”, tanto como otros capitalistas que hablan de reformar el sistema (incluyendo la última cumbre de Davos), y otros más se muestran dispuestos a ceder algo para no perder el poder como sucede con los que hoy entregan bonos a la población en general o a los desempleados, incluso en las potencias, para evitar levantamientos masivos.
Lo que vendrá, es asunto de otro debate. Pero, seguro, no llegará sin confrontación de intereses de clase y lucha social, ni será resultado mecánico de la pandemia. Los pueblos tendrán que aprender de esta nueva experiencia y escribir ese nuevo momento histórico para defender y recuperar el sentido común de la sociedad humana.
*Docente de la Universidad Central del Ecuador, experto en temas de educación y medio ambiente, ex Ministro de Ambiente