Por Francisco Garzón Valarezo
En una ronda de cachos, alguien contó sobre aquel burro que leía la biblia y se encontró con esa parte que dice: “Con la misma vara que mides serás medido”. Al burro no le gustó la idea, dejó la biblia y se hizo ateo.
Ecuador acaba de aplicarle esa fórmula a Correa. Lo midió en las urnas con la vara del desprecio. Le midió su pedantesco egocentrismo, su artificial izquierdismo, su postizo intelecto. También le calibró las medidas de abuso, de autoritarismo, de represión, persecución y muerte a dirigentes sociales.
El resultado electoral le hizo rechinar en las orejas la ilegal eliminación del MPD y la UNE, la rapiña de los fondos de cesantía, las agresiones a los indios, a los defensores del agua, de los páramos, el atraco a los fondos del IESS, la pavorosa deuda externa.
En “los días de gloria”, —a los que Correa ambicionaba regresar—, todo aquel que disentía con él, era vapuleado en las sabatinas. La misma vara le aplicaron ahora a sus candidatos cuando en su cortedad de luces, pretendían explicar temas que no dominaban.
El Ecuador recordó la rancia corrupción del correísmo. El acoso de su propaganda, la ausencia de propuestas creíbles, la escasa ilustración de su candidata y la frialdad de su discurso.
En otras palabras, el repudio a Correa le entregó la presidencia a un Noboa que no cubre las expectativas del Ecuador. Gran parte de su votación es efecto de la repulsa al correísmo, y buena parte de la votación correísta es también resultado del rechazo al gobierno.
Noboa, y su acervo académico, no dista mucho de su opositora. Ganó porque se benefició del Estado y del dinero del Estado. Noboa vive en otra galaxia, en una galaxia muy lejana a los intereses del país.
Su triunfo no aviva las esperanzas que en su momento despertaron Bucaram, Gutiérrez o el mismo Correa, que cuando ganaron, el pueblo confió en ellos.