Por Alfonso Torrecilla
El capitalismo es un modo de producción altamente inestable debido a la multitud de factores y mecanismos internos que deben funcionar de una determinada manera para llegar a un resultado cercano al esperado. Cada desviación y cada imprevisto, por pequeños que parezcan, pueden dar lugar a grandes conmociones que conducen al gran descarrilamiento general que conocemos como crisis económica. En 2008 el capitalismo global sufrió una crisis de tal magnitud que, casi dos décadas después, aún no ha sido superada, obligando a la burguesía a explorar vías cada vez más arriesgadas e inseguras para saciar su sed de plusvalía
El capitalismo tiene un funcionamiento tan caótico y antinatural que tiene la necesidad de producir constantemente bienes y servicios, independientemente de las necesidades y demandas de la sociedad. Por eso, mientras los economistas al servicio de la burguesía hablan de crisis a secas, los marxistas hablamos de «crisis de sobreproducción y subconsumo», dado que son momentos donde el ritmo de producción de mercancías ha superado ampliamente la capacidad económica de los consumidores, creando una gran cantidad de productos sin vender —es decir, una gran cantidad de dinero invertido por los capitalistas en forma de capital mercantil que no se recupera con las ventas—, lo que conduce a un recorte brusco de la producción, con el consecuente aumento del paro, que pone en marcha el efecto dominó de nuevas caídas del consumo y mayores recortes de producción, etc.
Durante casi veinte años, desde la Gran Crisis de 2008, los capitalistas de todo el mundo no han dejado de producir mercancías y ponerlas a la venta, aunque los consumidores están muy lejos de ser capaces de dar salida a semejante oferta. Este hecho se ha traducido en una caída espectacular de la rentabilidad de las inversiones destinadas a la fabricación de productos materiales —bienes de consumo y medios de producción—, lo que obliga a la burguesía a buscar desesperadamente nichos de inversión rentable.
Este es el contexto que subyace bajo fenómenos políticos y económicos poco explicables —desde la lógica económica capitalista— como las aparentemente erráticas decisiones de un no menos inestable Donald Trump al frente de la capital del imperialismo occidental.
Como venimos advirtiendo desde que este siniestro personaje se hiciera con los mandos de la principal maquinaria económica y militar occidental, Trump ha asumido el papel de mesías salvador para la burguesía yanqui frente al desastre al que se ve condenada por el agotamiento de su hegemonía, tras poco más de ochenta años de dominio. Para lograrlo, el histriónico empresario ha puesto en marcha un «tratamiento de choque» destinado, nada menos, que a intentar sacar a los EEUU del flujo general de la economía global y resucitar el mercado nacional como elemento independiente, a través del anacrónico mecanismo de los aranceles a las importaciones.
Pero estos impuestos solo son la punta del iceberg. El espectáculo que ha representado su anuncio, aplicación, matización posterior, retirada parcial y vuelta a empezar, todo ello bajo la expectación y difusión mediática mundial, no son más que maniobras destinadas a crear el ambiente económico internacional más favorable para otra medida, mucho más importante y, por tanto, más disimulada.
Bajo el ruido de las polémicas arancelarias, se está implantando silenciosamente una nueva lógica económica que podemos definir como un «imperialismo de casino» del capitalismo, según la cual lo fundamental no es la producción de mercancías y servicios a través del viejo ciclo productivo de inversión de capital, circulación del mismo a través del mercado, y regreso del capital, aumentado por la plusvalía, a las manos del capitalista. El nuevo modelo se basa, simple y llanamente, en la especulación financiera a la mayor escala posible, utilizando los recursos públicos del Estado como engranajes de una inmensa ruleta de casino. Una ruleta evidentemente trucada, en la que la inestabilidad e imprevisibilidad de los movimientos financieros prometen amasar inmensas ganancias en cuestión de minutos.
La llegada de Trump al máximo órgano de poder del imperialismo occidental tiene por objeto implantar este «capitalismo de casino» en el que un mensaje del presidente del Gobierno en una red social provoca inmediatamente el auge o la caída de las bolsas mundiales, trasvasando en cuestión de minutos cientos de millones desde los bolsillos de pequeños y medianos inversores, hasta las cuentas bancarias de un puñado de magnates milmillonarios con acceso a información privilegiada.
Esa es la zanahoria que se esconde al otro lado del palo arancelario, como última y desesperada estrategia de «recuperación» para el imperialismo occidental ante el empuje imparable del imperialismo chino, que lejos de sentirse atacado por los impuestos anunciados por el gobierno estadounidense sobre sus exportaciones, está respondiendo de la mejor manera posible —desde el punto de vista capitalista, por supuesto—, con medidas equivalentes sobre los productos yanquis, reforzando así su ventajosa posición.
El país asiático ha sabido convertirse en la fábrica del mundo durante décadas, acumulando un poder económico incuestionable, que está sabiendo gestionar con paciencia y habilidad para transformar su exportación de capital mercantil —sus productos «baratos»— hacia el occidente consumista en exportación de capital productivo —inversiones económicas directas— en Latinoamérica, Asia y África, a cambio de recursos naturales clave—minerales, petróleo, etc.—, para sostener su inminente hegemonía capitalista mundial.
Por eso, la burguesía yanqui parece dar por perdida la batalla por la economía productiva —basada en bienes y servicios tangibles—, y trata de refugiarse tras sus aranceles al mismo tiempo que refuerza la libre circulación de capitales especulativos como vía para «puentear» el dominio chino y, al mismo tiempo, tratar de acumular poder económico ante el cada vez más probable enfrentamiento militar directo que, como colofón final al proceso de reordenación de potencias económicas y militares a nivel mundial, se cierne ya sin dudas sobre la humanidad.
Esa es, por desgracia, la única receta que conoce el capitalismo, la cual lleva aplicando más de un siglo y medio ininterrumpidamente, arrastrando al proletariado y las clases populares a horrores bélicos cada vez más monstruosos y crueles. Sin embargo, la historia de la lucha de clases nos ha enseñado, con pruebas más que suficientes, que ese destino no es inevitable; que el proletariado organizado tiene las herramientas y las enseñanzas suficientes para eliminar para siempre la amenaza de la dictadura burguesa y sus guerras de rapiña, y que existe una única solución eficaz ante la amenaza de la guerra, el hambre y la muerte que anuncian los voceros del capital.
Esa solución es el Socialismo, un sistema que solo puede nacer de la mano de la máxima agudización de la lucha de clases, del derrocamiento violento de la burguesía y del ejercicio concienzudo de la dictadura del proletariado. Nuestra responsabilidad como marxistas-leninistas, destacamento de vanguardia del proletariado y de todas las clases trabajadoras, es organizar, educar y dirigir a nuestra clase hacia el Socialismo, hacia la conquista del poder político y económico y hacia su ejercicio sin complejos en beneficio de toda la humanidad, liberando las inmensas fuerzas productivas actualmente sometidas a los estrechos márgenes del beneficio privado. Como nos dijeron nuestros maestros, no tenemos nada que perder excepto.
Fuente: Periódico Octubre/ España (pceml)