80 años de la derrota fascista por los pueblos de la Unión Soviética

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Por En Marcha

9 de mayo de 1945, la Alemania nazi firma su rendición en Berlín, luego de haber provocado la sangrienta guerra que duró desde 1939 hasta 1945.  Ochenta años han transcurrido desde que el fragor de las armas de los ejércitos que contendían en Europa, en el curso de la Segunda Guerra Mundial, cesó y la bandera roja con la hoz y el martillo ondeó sobre el Reichstag (Parlamento) en Berlín. Ochenta años desde que la humanidad, representada en la heroica lucha de la Unión Soviética y la coalición aliada, asestó un golpe mortal al régimen más sanguinario y reaccionario que la historia había conocido: la Alemania nazi.

Conmemorar esta victoria histórica, no es un mero ejercicio de memoria, sino una necesidad política y ética, especialmente en momentos como el presente, cuando los fantasmas del pasado pretenden retornar. Analizar este triunfo desde un enfoque objetivo, nos permite ir más allá de la narrativa superficial y muchas veces deformada, para comprender las fuerzas profundas, las contradicciones de clase y los intereses materiales que se enfrentaron en la Segunda Guerra Mundial, revelando su verdadero significado y la derrota del nazi-fascismo como una victoria de la humanidad trabajadora y oprimida contra la expresión más brutal del capital en crisis.

La Segunda Guerra Mundial no surgió de la nada, sus raíces se hunden en las contradicciones inherentes al sistema capitalista en su fase imperialista, tal como lo analizaron Lenin, Stalin y otros teóricos marxistas. La Gran Depresión de 1929 exacerbó las tensiones interimperialistas, llevando a una lucha encarnizada por mercados, recursos y esferas de influencia. En este contexto de crisis estructural, la burguesía de algunos países, especialmente en Alemania e Italia, recurrió al fascismo como una forma extrema de dictadura terrorista abierta del capital monopolista. El fascismo no era simplemente una ideología descabellada, como algunos la califican; era la respuesta del gran capital a la amenaza revolucionaria del movimiento obrero organizado y a la existencia misma de la Unión Soviética, el primer Estado socialista de la historia. El nacional-socialismo hitleriano, con su delirio racista, su pangermanismo expansionista y su anticomunismo rabioso, representaba la culminación de esta degeneración reaccionaria, buscando aniquilar a la «raza inferior» (judíos, gitanos, eslavos) y aplastar cualquier vestigio de organización obrera o pensamiento disidente. Su objetivo manifiesto era la dominación mundial y la esclavización de vastos territorios y poblaciones para beneficio del capital alemán.

Frente a esta arremetida de la barbarie, la Unión Soviética se erigió como el principal baluarte de la resistencia. Desde su nacimiento, la URSS había enfrentado la hostilidad de las potencias capitalistas, pero la agresión fascista de 1941 la colocó en el epicentro de la lucha global. La Gran Guerra Patria, como se conoce a este periodo en los países de la antigua URSS y de los sectores progresistas, fue una gesta de proporciones épicas, una lucha a vida o muerte por la defensa de la primera experiencia de construcción socialista. El pueblo soviético, bajo la dirección del Partido Comunista, de la mano de Stalin, movilizó todas sus fuerzas y recursos para repeler al invasor. La industria soviética, trasladada masivamente hacia el Este, ante el avance enemigo, demostró una capacidad de resiliencia y producción bélica asombrosa, superando en muchos aspectos a la alemana, a pesar de las enormes pérdidas territoriales iniciales.

El Ejército Rojo, compuesto por millones de obreros, campesinos e intelectuales conscientes de lo que defendían, libró batallas de una valentía y ferocidad inaudita. La defensa de Leningrado, sometida a un sitio de casi 900 días que costó la vida a más de un millón de civiles; la enconada y valerosa batalla de Stalingrado, que marcó un punto de inflexión estratégico y moral en la guerra, destruyendo buena parte del ejército alemán; la gigantesca batalla de tanques en Kursk; y la imparable ofensiva final que culminó en la toma de Berlín, son hitos que testimonian el sacrificio supremo del pueblo soviético. No fue solo una lucha militar; fue una guerra total en la que la población civil, los partisanos (guerrilleros) en los territorios ocupados, las mujeres que asumieron el trabajo en las fábricas y el campo, todos contribuyeron de manera decisiva a la victoria. Se estima que la Unión Soviética sufrió más de 27 millones de bajas, entre militares y civiles, una cifra que dimensiona la magnitud de su contribución y el precio pagado por la victoria. Sin el sacrificio soviético, la derrota del nazismo habría sido impensable o habría requerido un costo infinitamente mayor para el resto del mundo.

Pero la victoria fue el resultado de un esfuerzo combinado. La coalición antifascista integró a potencias capitalistas como el Reino Unido y Estados Unidos, a pesar de sus contradicciones con la URSS y sus propios intereses imperialistas. El Reino Unido resistió valientemente los bombardeos nazis durante la Batalla de Inglaterra y contribuyó en frentes como el norte de África y el Atlántico. Estados Unidos, tras el ataque a Pearl Harbor, desplegó un inmenso poderío industrial y militar que fue crucial, especialmente en el frente del Pacífico contra Japón y en el desembarco de Normandía, que abrió un segundo frente largamente anhelado por la URSS.

Es fundamental reconocer también el heroísmo de los movimientos de resistencia en los países ocupados. Partisanos comunistas, socialistas, demócratas y patriotas, lucharon clandestinamente contra el invasor, sabotearon sus operaciones, rescataron a víctimas de la persecución y mantuvieron viva la llama de la esperanza. La resistencia, liderada por los comunistas en la mayoría de las veces, jugó un papel vital en debilitar al enemigo y preparar el terreno para la liberación. Esta dimensión de la lucha popular y la resistencia desde abajo, a menudo minimizada en las historias oficiales, es crucial para una comprensión completa de la victoria.

Desde una perspectiva marxista, la alianza antifascista fue un ejemplo clásico de frente único, una unión táctica de fuerzas diversas e incluso contradictorias frente a un enemigo común. Si bien la URSS luchaba por la supervivencia de su sistema socialista y la liberación de los pueblos, las potencias capitalistas aliadas también defendían sus propios intereses: detener a un competidor imperialista agresivo que amenazaba sus posesiones y rutas comerciales. Las tensiones y las diferencias de objetivos entre la URSS y sus aliados capitalistas, eran palpables durante la guerra y se harían evidentes inmediatamente después, dando paso a la llamada Guerra Fría. No obstante, en el momento crucial de la lucha contra el fascismo, la necesidad de la unidad prevaleció.

La victoria de 1945 tuvo consecuencias de alcance histórico para el desarrollo del siglo XX. El fascismo, como ideología de Estado, fue desacreditado y derrotado militarmente. Se abrió un periodo de descolonización, ya que las potencias imperialistas europeas, debilitadas por la guerra, no pudieron seguir manteniendo sus vastos imperios coloniales frente al auge de los movimientos de liberación nacional, muchos de ellos inspirados por el ejemplo soviético y las ideas socialistas. El mapa político mundial cambió radicalmente con la formación del bloque socialista en Europa del Este y Asia, ampliando el campo de países que buscaban construir alternativas al capitalismo. El prestigio del socialismo y del movimiento comunista internacional alcanzaron niveles históricos muy altos.

Además, la conciencia de la magnitud de las atrocidades nazis, en particular el Holocausto, generó un impulso para el desarrollo del derecho internacional humanitario y la creación de organismos multilaterales como las Naciones Unidas, destinados a prevenir futuras guerras y proteger los derechos humanos. Si bien estas instituciones a menudo han sido limitadas y aprovechadas por los intereses de las grandes potencias, su creación fue, en parte, una respuesta a la necesidad de establecer salvaguardas contra la barbarie que el fascismo representó.

Ochenta años después, no podemos descansar en los laureles de la victoria. Los vientos reaccionarios soplan de nuevo. El capitalismo en crisis global, genera desigualdades crecientes, polarización social y desesperanza, caldo de cultivo para el resurgimiento de ideologías de ultraderecha, nacionalismos excluyentes, racismo y xenofobia. La negación o minimización de los crímenes del fascismo, los intentos de equiparar al comunismo con el nazismo y la glorificación de colaboracionistas fascistas en algunos países son señales de alarma que exigen nuestra máxima atención y firme oposición.

Conmemorar la Victoria de 1945 desde un enfoque real y objetivo, implica comprender que la lucha contra el fascismo es parte de la lucha más amplia contra el sistema capitalista que lo engendró. Implica reconocer que la clase trabajadora y los pueblos oprimidos, fueron la fuerza motriz de la resistencia y la victoria y que debemos esforzarnos para rescatar su papel emancipador. Nos recuerda la importancia de la organización, la unidad de acción y la solidaridad internacional para enfrentar las amenazas del presente. La lucha por la memoria histórica es una lucha política; combatir el olvido y la distorsión del pasado, es esencial para defender los derechos y conquistas del presente y para construir un futuro diferente.

La victoria sobre el fascismo demostró la capacidad de la humanidad para superar la barbarie cuando se une en torno a un objetivo común. El inmenso sacrificio realizado por la Unión Soviética y todos los que lucharon contra el Eje Fascista, nos impone la responsabilidad de no permitir que la historia se repita. La lucha por un mundo sin explotación, sin opresión, sin racismo y sin guerra, un mundo de paz, justicia social y trabajo, sigue siendo la tarea fundamental de nuestra época. Es la mejor manera de honrar a quienes dieron sus vidas por la libertad.

A 80 años de la Gran Victoria sobre el fascismo, se rinde honor y gloria eterna a los héroes del Ejército Rojo, a los comunistas, partisanos, a los resistentes, a todos trabajadores y a los pueblos que lucharon y entregaron sus vidas por la libertad. Combatir el fascismo en todas sus formas, por un mundo sin guerras imperialistas, ni opresión capitalista, es una obligación del presente.

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