No confundir la farsa con la historia, ni al enemigo con el pueblo en pie de lucha

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Por Jorge Cabrera/ Machala

A ver, compañeros y compañeras, vamos poniéndole nombre a las cosas como se debe. Porque hay textos que, en su intento de denunciar el circo de las élites, terminan pateando la memoria del pueblo y escupiendo sobre nuestras propias conquistas. ¿Qué es eso de decir que Bolívar, Sucre y la independencia del 24 de Mayo fueron una farsa completa? ¡Cuidado! Que no se nos escape el enemigo entre los dedos por andar disparando contra quienes, con todas sus contradicciones, abrieron un trecho en el camino de la lucha por la liberación.

Desde el materialismo histórico, sabemos que la historia avanza por la lucha de clases, que la libertad no se regala, se conquista con las uñas, con la sangre, con la organización del pueblo. Pero también sabemos, como nos lo recuerda el camarada Pablo Mirando, que las personalidades sí importan, que hay momentos históricos donde ciertas figuras son la chispa que enciende la pradera, que sintetizan las contradicciones de su época y se ponen al frente del pueblo.

¿O es que acaso Atahualpa fue un burgués criollo? ¿O Rumiñahui un siervo del imperio? ¿Fue Dolores Cacuango una reformista? ¿Fue Espejo un traidor a los pobres? ¡No, señores! Fueron pueblos en movimiento, sí, pero también fueron liderados por mujeres y hombres que, con su conciencia, su entrega y su fuego interior, encendieron la lucha. Como Bolívar que, aunque hijo de su clase, terminó traicionando a los suyos por abrazar el sueño de un continente libre. Como Sucre, que selló con su espada la derrota del colonialismo español en las laderas del Pichincha.

Ahora bien, no se trata de ponerlos en pedestales, ni de rendirles culto, ¡pero tampoco de hacerlos trizas desde el resentimiento o la ignorancia histórica! Porque si hoy tenemos sindicatos, si hoy hablamos kichwa en las aulas, si el pueblo indígena discute su plurinacionalidad en la Constitución, es porque la lucha no comenzó ayer: es una larga y sufrida procesión de rebeldías encadenadas. Y la independencia de 1822, aunque no trajo la liberación definitiva, fue un punto de quiebre, un avance parcial que abrió posibilidades, sembró ideas, y despertó conciencias.

Decir que “salimos para volver al colonialismo” es no entender la dialéctica de la historia. Porque el capitalismo no cayó del cielo en 1822. Ya venía creciendo como culebra por dentro del viejo orden feudal. Y fue necesario romper con el yugo español para poder empezar, por lo menos, a pelear de igual a igual contra el nuevo amo: el capital.

Y aquí estamos, en el siglo XXI, aún con cadenas, sí, pero también con trincheras. Porque cada conquista —el derecho al voto, la tierra recuperada, la educación gratuita, los derechos laborales, la organización de las comunas— ha sido fruto de esa lucha que comenzó en la lucha contra las invasiones incaicas en nuestros territorios, cañaris, Puruhás, Quitus, Caras, pasando por las guerras en contra los españoles y conquistadores de toda laya, pasó por Espejo, siguió en las montoneras por Alfaro, en los levantamientos indígenas a la cabeza Dolores Cacuango y Transito Amaguaña, y sigue hoy en los barrios, en las fábricas, en los campos y en las universidades.

Mención especial pues se debe hacer que en esta larga y dura lucha por la conquista del cielo, han caído muchos compañeros Jaime, Pablo Tapia, Rosita, Milton, Jorge Tinoco, Fredy Arias, y muchos y muchos camaradas más, grandes personalidades que una vez prendida la chispa de la revolución en sus corazones levantaron llamaradas en el combate por la patria nueva y el socialismo.

Así que no nos equivoquemos. La verdadera traición no es reconocer el papel que jugaron Bolívar y Sucre y otros. La traición es sentarse en la vereda a decir que nada ha valido la pena, a negar el legado de los pueblos y sus líderes, a cortar de tajo el hilo de la historia para lanzarnos a un presente sin pasado y sin dirección.

Porque si hoy exigimos revolución, no es desde la nada. Es desde el acumulado histórico de luchas que no han cesado, desde la conciencia de clase que sigue madurando, desde la necesidad urgente de que esta vez, la libertad sea con justicia, con tierra, con poder para los de abajo.

La independencia de 1822 no fue la revolución socialista, ¡claro que no! Pero fue una ruptura. Fue una trinchera en medio del desierto, una luz que nos permite ratificar lo que ese gigante del pensamiento como es Stalin:

«El marxismo exige de nosotros que tomemos en cuenta la experiencia de las luchas revolucionarias del pasado, que la asimilemos, que la estudiemos a fondo, y que, al asimilarla, no la repitamos mecánicamente, sino que la apliquemos de un modo nuevo, creador, a las condiciones concretas de la lucha actual.»Iósif Stalin, «Problemas del leninismo», 1926

¡Viva la independencia conquistada en las montañas del Pichincha!

¡Viva la lucha de los pueblos del Ecuador y de toda Nuestra América!

¡Viva la clase obrera y campesina, únicas capaz de conquistar la libertad total!

MAYO 2025

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