Por Agustín Grijalva
Un país es lo que es. Resulta increíble que tengamos que recordarlo. En Ecuador hay 14 idiomas indígenas además del castellano; desde hace milenios ha existido una diversidad de culturas, pueblos y nacionalidades con su identidad, costumbres y formas de organización; se desarrollan en territorios ancestrales y también en centros urbanos.
Estos pueblos indígenas son parte de nuestra historia milenaria y de nuestro presente. ¿Es que no lo estudiamos desde niños en los textos escolares, no lo vemos a lo largo del país? ¿Es que no vemos que ello es parte de lo que somos todos los ecuatorianos? Nada de esto es así sólo porque lo diga la Constitución del 2008, ni dejará de serlo porque lo invisibilice una nueva Constitución.
El negacionismo ha llegado a Ecuador. En Brasil hay partidarios de Bolsonaro que niegan que la tierra es redonda. En Argentina, partidarios de Milei que niegan los asesinatos masivos de la dictadura. Y en Europa hay quienes niegan o minimizan el holocausto judío o el genocidio en Gaza. En Ecuador ahora se niega que somos un país plurinacional e intercultural. Para racionalizar esta fuga de la realidad se ha inventado la teoría de que todos somos mestizos, también los indígenas, y que por tanto los indígenas en realidad no existen, por la influencia que han recibido de otras culturas.
¡Qué gran novedad! Por supuesto, es un lugar común en la antropología cultural que todas las culturas y sus integrantes son dinámicas y en mayor o menor grado se relacionan e influyen entre sí. Bajo esta lógica toda la humanidad es mestiza.
Pero la plurinacionalidad e interculturalidad es algo distinto: existen comunidades humanas diferenciadas, no aisladas, que mantienen sus culturas, idiomas, conocimientos, identidad, organización, presencia ancestral en un territorio. Estas comunidades mantienen sistemas normativos y de autoridad propios, que se articulan con el Estado ecuatoriano. Esta diversidad cultural es una profunda riqueza del país, nos da una identidad única en el mundo. Todo esto no es una propuesta, una opinión o un proyecto, es una realidad histórica, antropológica y social. Por ello estos pueblos gozan de una protección específica en el Derecho Internacional.
Ahora, ¿cómo debe la Constitución ecuatoriana responder ante esta realidad? Hay quienes piensan y dicen, de forma simplista, que el Ecuador es uno y la ley debe ser igual para todos. Sí, el Ecuador es uno, pero diverso, y reconocer esa diversidad es la clave de su unidad. Y la ley es igual para todos, pero no solo hay igualdad formal, tratamiento idéntico, sino también igualdad material, la que hace diferencias legítimas porque son justas y necesarias, como las que hacemos con los niños, las personas con capacidades especiales, o las mujeres.
De todas formas, se podría insistir en que los indígenas, que son la minoría, se integren a la mayoría. Esa visión tiene un nombre: colonialismo. Y las razones que se suelen dar para esa asimilación o exclusión se llama racismo. La democracia no es solo número sino también inclusión, derechos, convivencia, respeto a las diferencias en medio de lo que nos une.
El Estado plurinacional e intercultural es la institucionalización de la diversidad real de la sociedad ecuatoriana. Las constituciones y los Estados deben expresar la realidad de sus pueblos. Pero ahora, varios de los promotores de una nueva constitución quieren plasmar en ella sus opiniones y prejuicios por sobre la historia y realidad de nuestro país.
¿Pero qué hay detrás de todo este negacionismo de la historia, la diversidad y culturas del Ecuador? No es solo un asunto cultural y político. Los pueblos indígenas en Ecuador han sido los principales defensores de la biodiversidad, de los ríos y fuentes de agua, de los bosques. Han defendido jurídica y políticamente a la naturaleza, a la cual sienten como una madre, de proyectos extractivistas inclementes.
En un país al que al Gobierno no le importa envenenar el agua de toda una ciudad, como es el caso de Cuenca y la explotación minera, no sorprende que se recurra a la más intensa manipulación mediática e ideológica para negar lo que sea, para luego justificar lo que sea, en favor de grandes ganancias económicas para unos pocos.
El negacionismo vive de espaldas a la realidad y es uno de los pilares de las concepciones totalitarias que afloran en las redes y se enredan en las mentes y corazones hasta de personas de buena fe. Puesto que se perfila ese negacionismo de la plurinacionalidad e interculturalidad en quienes proponen una nueva constitución, no podemos falsificar al Ecuador, hay que votar NO a una falsa constitución.

Agustín Grijalva Constitucionalista, catedrático. Ex juez de la Corte Constitucional
Tomado de la revista Plan V