Por Carlos Montaño
Se dice que algunos emperadores romanos padecían de paranoia y desequilibrios mentales causados por la intoxicación con metales pesados presentes en sus utensilios y alimentos.
Tal vez por eso protagonizaron episodios tan absurdos como el del emperador que declaró la guerra al dios del mar y ordenó atacar las olas con lanzas y espadas.
En el Ecuador del siglo XXI, la historia parece repetirse como farsa.
Un presidente, en un gesto tan teatral como insensato, le declaró la guerra a una montaña, ordenando a los soldados —más obedientes que reflexivos— disparar misiles contra la roca muda.
Esta escena, que raya en el delirio, no solo revela una desconexión con la realidad, sino también el uso del poder militar como espectáculo político: una demostración vacía que sustituye la acción efectiva por el simbolismo grotesco.
Así como los emperadores romanos confundían su divinidad con autoridad, nuestros líderes contemporáneos confunden la fuerza con la razón, el ruido con el progreso y la obediencia con patriotismo. La locura imperial se ha modernizado, pero su esencia sigue intacta.
@carlosmontagcm
