Por Rocío Paz y Miño
Beijing
Partimos de Xi’an, a media tarde, tras cuatro horas en tren bala (302 km/h), arribamos a un enorme edificio coronado por techos tradicionales de teja vidriada color naranja, en frente un arco perfecto altísimo, ostentaba en grandes caracteres rojos, el nombre de la estación, Beijing West Railway Station.
Nuestro plan: visitar la ciudad Prohibida construida por la dinastía Ming entre 1406- 1420, esta, forma parte de un conjunto de edificios como la Torre del Tambor, la de la Campana y la plaza de Tian’anmen, por tiempos decidimos no reservarlas.
Al día siguiente, en metro fuimos a la Estación de Tiananmén Oeste, caminamos entre una muchedumbre por la vereda de la Avenida Chang´an, escenario de la foto “hombre del tanque” tomada tras la masacre que conmocionó al mundo en 1989.
Ciudad Prohibida
Las cinco puertas del Edificio llamado los Cinco Fénix o Puerta Meridiana, se distribuyen cuatro en las alas laterales y una en el centro. Al frente, filas kilométricas, la nuestra flanqueada por hindús y pakistanís, bajo un sol mortal… y aún en el ambiente, rastros de una tormenta de arena originada en el Desierto de Gobi. Al pasar recordé que esa ruta, antes sólo podía tomarla el emperador. Ese día, una multitud ansiosa, armada con cámaras y curiosidad, entramos como si un enemigo nos persiguiese.
Adentro la enorme plaza, cruzada por un camino de mármol pulido, flanqueado en su primera etapa por pasamanos blancos con cabezas de dragón; conectaba con el Salón de la Armonía Suprema, a los lados los salones de la Armonía Central y la Armonía Preservada. A su alrededor muros altísimos color rojo, cumplen aún hoy, la función de aislar este espacio del mundo exterior.
Alejándonos de la masa, sin saberlo, tomamos la ruta femenina, ahí vivieron confinadas de por vida emperatrices, concubinas, viudas y jóvenes. El motivo: Política, alianzas, quitarlas del camino, o simplemente ser bellas,…. El harem de Estambul y éste sólo estaban en lugares diferentes, su función, la misma, lugar de placer para unos y dolor para otros.
Al alzar mis ojos, el rectángulo azul sobre mi cabeza, me oprimió el pecho, imaginé mujeres de ojos rasgados, relegadas al olvido por sus familiares y por el mundo, imaginé el frio invierno y fantasmas caminando entre la opulencia y la soledad Me pregunto aún cuántas historias de rebeldía, lucha y tragedia, vivieron y murieron en esos patios.
Colina Jingshan, Jardín Imperial

El amanecer del siguiente día fue frio y un tanto obscuro, en el Jardín Imperial los pájaros cantaban a pleno pulmón. Algunos despistados de pico rojo y color negro, saltaban en las veredas, al verme salían volando. Su parecido con el Chamon (Molothrus oryzivorus), ictérido americano, llamó mi atención.
En el centro, la Colina Jingshan (Colina de la Perspectiva), es un montículo artificial de 46 metros de alto, conformado por el material proveniente del foso cavado alrededor de la Ciudad Prohibida. Su orientación según la Filosofía del Feng Shui, protege la ciudad de los vientos del norte, en la práctica es una atalaya defensiva. Abajo y alrededor, el Jardín Imperial invita a la meditación y a la introspección…
Museo
Al salir de la Ciudad Prohibida, caminamos sin rumbo y llegamos a un Museo cuyo nombre olvidé, a la entrada, un joven visitante al escucharnos se acercó “ecuatorianas, yo conozco Quito, amo su país”, emocionados, intercambiamos en español varias frases de admiración mutua.
Adentro el conjunto de obras, alucinante, nos recibió una réplica gigante del arte rupestre de Zuojiang Huashan (Guangxi), seguido por pinturas y esculturas de diferentes épocas y arte muy actual. Quedar indiferente ante la exquisita sensibilidad expresada en esos instantes sin tiempo¡¡imposible¡¡. Este espacio marcó en mí un contraste, entre la cara austera de una ciudad que vive bajo el control y un corazón palpitante, bajo una piel sin color, nacionalidad o credo
Muralla China


Al siguiente día muy temprano, desde la Beijing Railway Station, fuimos a la estación Jishuitan, donde tomamos un bus a Badaling, paso montañoso, en el que se frenó la invasión mongola en 1550, por lo que fue reconocido como la “Puerta de hierro de Pekín”.
Decidimos caminar, pues el teleférico tenía una cola gigante, ya en la muralla, tomamos el camino de la derecha, la multitud, sin embargo, volvió imposibles los tramos difíciles y complicó caminar o descansar, así que regresamos y tomamos la ruta de la izquierda.
Este trayecto montado sobre estrechas cejas de montaña con mucho era más empinando que el anterior, el ascenso más difícil, breves tramos menos inclinados permitían reponer fuerzas antes de subir nuevamente. La pendiente, el desgaste de las piedras, escalones empinados y desiguales, convirtieron al recorrido en un reto exigente. Sin embargo, este, presentaba tres ventajas insuperables, vistas espectaculares, poquísimos visitantes y la posibilidad de apreciar lo que estaba viviendo. Comenté a mi hija, mi sentir. Sofía posteo una foto en su Instagram “Por esas dos niñas de 9 años, que soñaron en diferentes épocas, que algún día estarían en la muralla china, SE LOGRÓ”.
Desde lo alto de un torreón, observe la muralla, que discurría serena por las crestas montañosas, hasta perderse en el horizonte. Alrededor del muro: bordes pronunciados y de difícil acceso, me llenaron de preguntas. Recordé, aunque con menos detalle, la descripción de mi pariente sobre el asedio mongol, los imaginé gritando, desaforados con sus ojos inyectados en sangre, sus cabellos desordenados, forrados con pieles de oso, oliendo a demonio, montados sobre potentes caballos, armados hasta los dientes, luchando por conquistar Pekín; arriba soldados mal comidos, mal vestidos, defendían su territorio con uñas y dientes.
Al salir tomamos una ruta lateral, que fluía por el borde interno de la muralla, desde dónde se podía apreciar la magnitud de la obra, muros de ladrillo cocido de gran altura se asentaban sobre enormes rocas, las vistas por fuera, eran aún más imponentes.
Estudios apuntan a que más de un millón de gentes trabajó por 2.000 años, en los 21.000 km. de la Muralla. Dinastía, tras dinastía, generación tras generación, manos, brazos, piernas, espaldas y vientres estuvieron a su servicio, ni en la muerte se separaron de ella, pues hasta sus huesos sirvieron como material de construcción.
Como subieron esas enormes piedras, como vivieron, como alimentaron esos ejércitos de manos, y de soldados. Millones de vidas y millones de recursos de todo tipo concretaron un sueño de poder, que hoy se ha convertido en legado.
Tras dieciséis horas entre caminar, cuatro trenes y dos buses, regresamos molidas al hotel. Al día siguiente retornamos a Shanghai.
Quito, noviembre 2025.
