Por Francisco Escandón Guevara
La campaña electoral en el Ecuador está en la recta final. Las distintas fuerzas políticas y candidaturas hacen esfuerzos para promocionarse como alternativas ante el fracaso del gobierno de Moreno y el desplome de la credibilidad de las instituciones del Estado.
Ante las principales preocupaciones populares vinculadas al desempleo, producción, hambre, salud, educación pública, a las vacunas que inmunicen de COVID-19, etc., las respuestas de presidenciables y potenciales legisladores asumen sus posturas políticas e ideológicas, aunque hay quienes hacen gala del populismo para convencer a los indecisos.
Hay quienes ofrecen dos millones de empleos, obviando de que su partido político votó a favor de la antilaboral Ley de Apoyo Humanitario, otros charlatanes ofrecen mil dólares en la primera semana de gobierno, no faltan los timadores que aseguran haber adelantado gestiones para comprar el antídoto contra el coronavirus y hasta algunos ladronzuelos prometen cadena perpetua y pena de muerte para los corruptos. ¡Vaya mentirosos!
El populismo tiene un terreno fértil cuando son evidentes las crisis cíclicas del capitalismo (recesión económica, desempleo, alto costo de la vida, bajos salarios, etc.) o cuando estallan conflictos de ingobernabilidad que complican el ejercicio del gobierno de las élites. Por eso es que los populistas se presentan como contestatarios, intentan encarnar la voluntad popular, pero su práctica social es la de reaccionarios pragmáticos que cultivan el asistencialismo y la demagogia para engañar a las masas empobrecidas.
En el Ecuador el populismo es un arma recurrente del correísmo, pero también del candidato de la banca. Ellos quieren polarizar las elecciones, pero en este país, a diferencia de otros en la región, no fermentó la dicotomía entre progresistas y neoliberales, al menos existe una tercera candidatura que se abre paso y puede vencer sostenida en el apoyo de las organizaciones sociales protagonistas del Levantamiento de Octubre del año 2019.
Al momento de votar, no es suficiente valorar el discurso de los candidatos, debe rebasarse el baratillo de ofertas. Lo recomendable es analizar el bagaje histórico, la práctica social, las promesas electorales y los intereses que representa cada proyecto político. Esa es la fenomenología de un voto responsable, sólo así se elige bien.