Por Dr. Marcelo Andocilla L.
La vacunación es una forma de protegernos contra enfermedades infecto contagiosas antes que entremos en contacto con el germen. Activan las defensas naturales del organismo, el que aprende a resistir la infección con anticuerpos específicos fortaleciendo el sistema inmunitario. Es una forma sencilla, mayormente inocua y eficaz de protección contra enfermedad específica. Las vacunas, en lo fundamental, contienen microorganismos o sus productos muertos, debilitados o inhibidos en su reproducción y que no pueden causar enfermedades, ni complicaciones. La mayoría de las vacunas son inyectables, pero también hay las que se ingieren por vía oral, incluso por nebulización en la nariz. Si luego de vacunado el organismo estuviere expuesto al agente infeccioso patógeno, estaría preparado con sus anticuerpos ya formados para destruirlo rápidamente y de ese modo evitar la enfermedad, por lo que es mucho menos probable que transmita el virus a otras personas. Mientras más personas de una comunidad se vacunen habrá menos personas vulnerables, y así se reducirán las probabilidades que una persona infectada transmita el agente patógeno a otros. La reducción de las probabilidades de circulación de un agente infeccioso en la comunidad protege de la enfermedad a toda la comunidad.
Los orígenes de la vacunación remontan al siglo XVIII en los intentos terapéuticos por contener la Viruela, una autentica enfermedad social que se había extendido al continente americano en las zonas de mayor actividad comercial. Se originaron dos grandes epidemias en 1780 y 1798 calificándole como “la guadaña que siega sin distinción la cuarta parte del género humano”, según Timoteo O´Scanlan encargado de evaluar la gravedad de la epidemia y de estudiar las medidas necesarias para detener su avance, un defensor de la inoculación de la viruela como medida profiláctica, quien luego, ante los éxitos de la vacunación señalaría que “podemos tener esperanza algún día de lograr artificialmente su exterminio».
Para entonces se utilizó la llamada «variolización» que consistía en la inoculación en la piel del líquido procedente de la vesícula de un enfermo, provocando una forma leve de viruela con efectos patógenos disminuidos y con una mortalidad diez veces menor que la infección natural. Lo que se estaba haciendo, sin saberlo, era una especie de vacunación transmitiendo la infección por vía la cutánea, diferente a la de la propagación natural de la enfermedad que era la vía respiratoria.
Edward Jenner, médico rural inglés, fue quien observó que aquellos que se infectaban de la viruela de las vacas, una enfermedad leve y sin secuelas, no padecían la grave viruela humana: infectó a un niño con viruela vacuna adquirida por una ordeñadora y tiempo después le inoculó el líquido de una lesión de viruela humana y vio que no le ocurría nada. Lo comprobó así experimentalmente mediante este ensayo que actualmente sería prohibido su realización.
Siete años luego se introdujo esta técnica de vacunación en España y su propagación en las entonces colonias españolas de América y Filipinas, a partir de la Real Expedición Filantrópica. Para esta expedición se reclutaron niños que serían los portadores a los que se irían vacunando progresivamente cada dos niños los que desarrollaban las vesículas características y de éstas se obtenía la linfa o líquido con la que se vacunaban a otros dos niños y así sucesivamente. Las linfas más frescas se conservaban al vacío en ampollas de un cristal especial. La expedición duro tres años y a la Real Audiencia de Quito se afirma llegaron por 1804 donde se creó la Junta de la Vacuna en 1805 que estableció la forma de distribución, reguló su administración, precisó el rol de los vacunadores y fomentó su instrucción. Fueron 22 niños pobres y huérfanos que trajeron la vacuna a territorio americano, sobreviviendo a temporales y naufragios, algunos murieron en la travesía, todos arribaron con su salud quebrantada,” especialmente los niños salieron del barco con aspecto miserable, sucios, apoyándose los unos en los otros, como supervivientes de una batalla” según describe Javier Moro en la novela a Flor de Piel. Estos niños actuaron como auténticos reservorios naturales de la vacuna garantizando el transporte del material biológico en perfectas condiciones; entonces no se poseía métodos de refrigeración. ¿De dónde salieron estos niños que los embarcaron en Coruña y otros grupos que se fueron creando en distintas etapas en tierras americanas? Se requerían niños sanos, de edades entre los 8 y 10 años y que no hubieran contraído la viruela, ni que hubieran sido vacunados; aunque se les prometió alimentación, vestido, cuidados a cargo del erario público y buena educación, pocas madres se mostraron dispuestas a ceder a sus hijos; entonces, se recurrió a los más pobres de la sociedad, niños abandonados, hijos de madres solteras o familias desestructuradas, niños de los hospicios de Madrid y de los orfanatos de Santiago de Compostela.
A su arribo de lo que podría ser la mayor proeza humanitaria de la historia, la odisea sanitaria debió enfrentar la oposición del fanatismo religioso y el clero, así como la corrupción de funcionarios y oficiales de las colonias, y desde luego la insaciable codicia de quienes lucraban a costa de explotar a desamparados.