Por Gustavo Báez Tobar*
I
Obrero, ¡Himno encendido en la historia,
nutrido de lunas y esperanzas!
Con rostros de auroras y ansiedades
se dio tu partida de nacimiento
en el Siglo Veinte, al despertar.
De la mano de Dios traído, Dalmau,
-Antonio se llamaba el español-,
que vino con bolsillos generosos,
a nombre de La Industrial Algodonera,
con cargamento de ilusiones para sembrar.
En el caserío de Lourdes, ahora
Andrade Marín, con fervor esparció
los sueños, que muchos frutos fervientes,
en el corazón de la tierra,
a millares tenían que fructificar.
Yo os conocí maduros, amigos obreros,
de generosa mano y abrazo cariñoso,
con overol de trabajo, sonrisa en cada rostro,
siempre altivo y esperanzado, te brillaba
en la frente la insignia de tu labor,
mientras en tu corazón latía
una amapola por quien soñar.
Yo os vi, hermanos obreros,
salir de vuestra fábrica que era de otros,
los sábados a las once, o viernes a las cinco.
Vuestras fuerzas desgastadas, pero
satisfechos, cumpliendo con el deber.
Yo os vi, hermanos obreros,
salir de vuestra fábrica que era de otros,
los sábados a las once, o viernes a las cinco.
Vuestras fuerzas desgastadas, pero
satisfechos, cumpliendo con el deber.
Yo os he visto amigos trabajadores,
alegres, salir de la factoría,
una funda amarilla, abrazada en el pecho,
acariciando con tus manos el salario,
que no era mucho, pero no era poco,
lo suficiente para llenar la casa
de sonrisas… para bendecir la mesa
con el pan, y alimentar tu familia
que a veces, era mucha, pero colmada
de inefable intimidad.
De cuando en vez te dabas tu recreo en el bar
o en humildes cantinas, para limpiar
tu alma de pelusas que estaban demás,
o beber tus amarguras
con un trago engañoso, nada más.
Y sacabas pecho como obrero
honrado de la Fábrica Imbabura,
y tenías razón, eras experto en manejar
tu máquina, que no era tuya…
ella te obedecía y tú obedecías a ella,
la máquina cardadora y la desmotadora,
la máquina hilandera y la tejedora.
Hombre y máquina, máquina y hombre,
unimismados en un solo ser,
ambos se necesitaban, ambos se querían,
porque la máquina tenía corazón!
Así eras obrero de mi tierra, tus brazos
ponían la fuerza, mientras en tu mente
los sueños infinitos maduraban,
para poner de tus hijos en las manos
el cuaderno o el libro, para que ellos
fabricasen los destinos de otra dimensión.
Porque de tus manos salía la tela,
la gabardina o el dril, con que dorabas
ambiciones para el porvenir.
Así…gota a gota, latido tras latido,
creció vuestra autoestima,
vuestro hogar creció: tuviste techo propio
y vestido, que orgullosamente
lucías en tu paseo dominical…
eras futre y elegante, cuando
cambiabas tu overol por el terno de casimir.
Tu presencia fue clave en la parroquia,
vio crecer su economía, aparecieron
sindicatos y comités,
se creó sociedad nueva de robustos
líderes con nobles ideales, que pronto,
grande y floreciente, surgió el Cantón;
a tu impulso valioso se crearon clubes sociales
que la cultura y el deporte vieron reverdecer.
La sirena de la fábrica había marcado
orden y disciplina en las familias,
porque cuando el pito sonaba
cada cual sabía qué hacer,
no se diga el puntual obrero
que a las siete am. o a la una pm.
su faena tenía que emprender.
Pero un malhadado día el pito cesó
y comenzó la noche de cruento dolor…
de corazones heridos, almas desoladas,
que cenizas no querría levantar
del cuadro desgarrador.
De García Márquez, La mala hora,
para Atuntaqui llegó, sin meditarlo
ni soñarlo, la malhadada tragedia ocurrió,
mancilló de sangre la historia
y en largo silencio la multitud quedó,
con el oprobio sufriendo en el alma…
congelado el corazón!
Injustamente, fue que Villageliú,
con su vida desparramada,
la víctima propiciatoria,
que pintó de luto la razón…!
Solo agradecer quiero a Lope de Vega,
“El Fénix de los Ingenios”, otro español,
que siglos antes escribiera
“Fuenteovejuna”, Señor,
y exculpó anticipadamente
al desconsolado trabajador.
Pero este aguerrido soldado de los telares,
no se durmió en los laureles ni se sentó a llorar.
Como el ave fénix, casi de la nada,
del arte que sus manos sabían,
escribió sobresalientes páginas
que en la Historia tienen que brillar
con cientos de microempresas
que sacaron a flote cada hogar.
No fue fácil sacar tus pies del abismo.
Empero, tu voluntad fue indescriptible,
familias enteras de día y de noche
laboraron, horas eternas de heroicas
jornadas, para recomenzar a tejer
nuevas ilusiones y utopías, y…
descubrieron que los productos eran buenos,
apetecidos en el país y afuera
nuevos mercados que del producto apetecían.
Al fin se convencieron que el corazón
de Atuntaqui era enorme y poderoso,
que podía ser ventana al Mundo
para exhibir con fe sus textilerías,
confecciones hermosas
de atractivos modelos y colores,
y que podían en cada casa
abrir un almacén, y convertir a vuestra tierra
en recinto ferial para el comercio…
y para el turismo nacional.
Por estas razones, que son espléndidas,
la Patria, de tu segundo hogar, hizo un Museo
y te erigió un monumento, amigo obrero!
Te hizo reciclado, pero de la misma máquina
amiga que tú sabías acariciar,
donde tus manos pusieron cariño y sudor.
Síiii…la Patria te hizo de hierro el monumento,
con los brazos al cielo levantados,
símbolo de coraje y rebeldía, más que de oración.
¡Con grito desgarrado eres inmortal monumento!
Porque de hierro estás hecho cuerpo y alma,
porque con hilo de hierro has tejido
el pasado y el presente, querido obrero…
en el tiempo has trazado la ruta del porvenir,
por eso, cantando al obrerismo anteño,
¡canto también al obrerismo nacional!
Cotacachi, 06- 01- 2022
Poema del escritor como homenaje al cantón Antonio Ante que hoy celebra el octogésimo cuarto aniversario de cantonización. Si bien el Decreto Supremo de creación del Cantón se dio el 12 de febrero de 1938, por parte del General Alberto Enríquez Gallo, Jefe Supremo de la Nación., el primer Concejo Municipal se posesionó el 2 de Marzo de ese año, siendo su primer Presidente el eximio ciudadano atuntaqueño JULIO MIGUEL AGUINAGA, principal personero que luchó en pro de la cantonización. En su honor una importante Avenida de Atuntaqui lleva con justicia su nombre.