Comunicación, propaganda y guerra

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Global disorder collapse online by Ingram Pinn

Por José Díaz*

Marx señaló que «las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época». En la época del capitalismo en su fase superior —el imperialismo—, las ideas dominantes las generan los monopolios imperialistas, que dominan todos los renglones de la economía, tienen el poder político y cuentan con complejos industrial-militares, en los que una de sus armas fundamentales es la comunicación —para lo cual disponen de enormes recursos humanos y tecnológicos—. En este campo, los intereses monopólicos se presentan también contradictorios.

Hay una contienda constante —en especial entre los monopolios de Estados Unidos (Apple, Google, ExxonMobil, Lockheed Martin) y los conglomerados chinos (Huawei, Alibaba, Tencent, Sinopec)— en sectores clave: 5G, inteligencia artificial, energía y armamento. Esa rivalidad se expresa en sanciones cruzadas, competencia por semiconductores y tierras raras, refuerzo de la OTAN frente a la articulación de los BRICS, y control de rutas comerciales que reconfiguran cadenas de suministro.

En el terreno cultural y mediático, Estados Unidos combina el poder de fondos como BlackRock con Disney, Warner y plataformas tecnológicas —Google, Amazon, Meta—, que financian laboratorios de IA, centros de datos y think tanks para imponer su guion propio de “libertad de expresión” y “democracia digital” a través de Hollywood, CNN y otros.

China responde con un capitalismo de Estado —la Corporación Financiera Internacional de China y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura respaldan megaproyectos de la Nueva Ruta de la Seda—, mientras Huawei y Douyin (TikTok) extienden redes 5G y entretenimiento bajo supervisión oficial. Medios como CGTN, Xinhua y China Radio International difunden documentales y noticieros en varios idiomas y financian Institutos Confucio (centros de enseñanza del idioma y la cultura china en colaboración con universidades extranjeras), proyectando una imagen de «armonía multipolar» que oculta su lógica imperialista, monopolista.

Ambos imperialismos utilizan sanciones y restricciones recíprocas: EE. UU. bloquea a Huawei o SMIC; China veta a Google o Facebook para condicionar el acceso a sus mercados y moldear la opinión pública. El uno se presenta como «tierra de la libertad» mientras censura voces críticas; el otro dice promover «soberanía digital» mientras reprime y oculta el disenso. Esta disputa interimperialista convierte la comunicación en arma de dominación que normaliza intervenciones militares, blanquea alianzas políticas y moldea el sentido común a favor del sistema imperante.

Aunque Estados Unidos y China son en este momento las potencias imperialistas más relevantes que se disputan la hegemonía del mundo, cabe tener claridad de que vivimos en un mundo multipolar (desde el punto de vista imperialista). De ahí que, en menor nivel, pero con esfuerzos comunicacionales significativos podemos encontrar a otros países y bloques imperialistas, como por ejemplo, Russia Today (RT), la televisora estatal rusa con cobertura mundial en varios idiomas; la alemana Deutsche Welle (DW); la británica British Broadcasting Corporation (BBC); o la japonesa NHK World-Japan (NHK), que también transmite en múltiples idiomas para difundir su visión del mundo.

Medios masivos y geopolítica

En este escenario de disputa interimperialista, los medios masivos de comunicación son instrumentos de información, pero sobre todo son herramientas estratégicas de los monopolios para dominar ideológicamente a los pueblos —en el marco de lo que se conoce como las guerras de quinta y sexta generación—.

Bajo el capitalismo, la comunicación está subordinada a los intereses del propio capitalismo: se convierte en mercancía, en arma y en muro de contención contra la conciencia de clase. Los grandes conglomerados mediáticos están íntimamente ligados a los grupos de poder económico y político —no solo en términos de propiedad accionaria, sino también en sus intereses de clase—. Así, los medios masivos reproducen de manera sistemática las narrativas funcionales a la dominación capitalista, justificando guerras, el genocidio, intervenciones económicas y persecuciones ideológicas bajo el lenguaje de la “libertad”, “democracia” o “seguridad”.

Hoy esta estructura mediática tradicional se combina con las plataformas digitales. Redes como Facebook, X (ex-Twitter), TikTok, Instagram o YouTube funcionan como canales masivos de difusión de contenidos —pero que además son dispositivos de vigilancia, censura y manipulación del comportamiento social—. A través de algoritmos opacos y la segmentación de audiencias, estas corporaciones deciden qué aparece en la pantalla de cada usuario, con qué frecuencia y en qué contexto.

Estas plataformas jamás son neutrales ni «democratizan» por sí mismas la información. Al contrario, explotan el tiempo, la atención y los datos personales de los usuarios —con fines comerciales y de control—.

Uno de sus mecanismos más eficaces es la producción masiva de desinformación orientada políticamente: no se trata de errores ni confusiones ocasionales, sino de una estrategia deliberada para justificar guerras, criminalizar protestas y reescribir la historia reciente según sus intereses. Ejemplos como la mentira de las «armas de destrucción masiva» en Irak, la cobertura parcializada del genocidio contra Palestina o las provocaciones mediáticas en torno a Irán, Taiwán y Ucrania evidencian que la desinformación es una política imperialista —no una excepción—.

La mentira sistemática es un método estructural del capitalismo monopolista. La burguesía recurre a la violencia abierta y a las falsificaciones ideológicas para desarmar políticamente a las masas. Hoy esa falsedad adopta la forma del espectáculo, el entretenimiento, los relatos edulcorados y emocionales —vaciados de contenido de clase—. Por ejemplo, el uso de influencers para respaldar la guerra en Ucrania o para legitimar represiones internas es una forma de propaganda de guerra encubierta. Detrás de esos comunicadores se esconden agencias estatales, fondos empresariales o laboratorios digitales financiados por potencias imperialistas. Se presentan como «libres e independientes», pero en realidad son soldados culturales del sistema.

La televisión y la radio tradicionales pierden protagonismo; las redes sociales reproducen viejos mecanismos de censura y nuevos filtros ideológicos. Es común el cierre o sanciones de cuentas de medios de izquierda o militantes revolucionarios, mientras se privilegia y difunde con fuerza la propaganda nacionalista, ultraderechista o pro-OTAN.

Los algoritmos actúan como filtros ideológicos automatizados: jerarquizan, ocultan y promueven contenidos de acuerdo a intereses políticos y comerciales. Estos sistemas —diseñados para maximizar el tiempo de atención y manipular el comportamiento del usuario— refuerzan prejuicios dominantes y aíslan las ideas disidentes. Esto demuestra por qué la desinformación que coincide con los valores del sistema tiende a amplificarse mucho más que la información verificada, cuando esta pone en cuestión las estructuras dominantes.

Esta guerra informativa se libra no solo a nivel de contenidos, sino también en el diseño mismo de las plataformas digitales —sus políticas de moderación, sus algoritmos y la presión estatal sobre sus infraestructuras—. La comunicación, en el capitalismo imperialista, es una parte integral de la estrategia de dominación. Se trata de un campo de batalla ideológico tan importante como los frentes militares o diplomáticos: quien domina la mente de las masas, quien moldea el sentido común, tiene una ventaja estratégica en la lucha de clases. Por eso la burguesía invierte tanto en controlar el relato.

Propaganda revolucionaria

Frente a esta ofensiva ideológica burguesa, la comunicación y propaganda de los trabajadores y las clases explotadas se convierte en el arma política-cultural fundamental para los explotados. En el presente —donde la dominación ideológica imperialista opera de forma masiva, multicanal y tecnológicamente sofisticada—, la propaganda de las clases trabajadoras debe asumir un carácter combativo y científico: disputar el sentido común, elevar la conciencia de clase y preparar al pueblo para la acción insurreccional.

Nuestra propaganda debe ser veraz, abordar los fenómenos y los hechos desde una visión y perspectivas científicas, teniendo en cuenta las leyes de la sociedad actual y su devenir. Nada tienen que ver —ni con la “neutralidad”, ni con la “independencia”, ni con la “imparcialidad” burguesas—. Decimos las verdades de los trabajadores, las verdades de los pueblos, reflejando sus intereses y cómo alcanzarlos. Lenin enfatizaba la importancia de no oscurecer los fines de clase por razones tácticas: hay que decir la verdad, aunque sea amarga. Esto implica desmentir las falsedades del enemigo, explicar con precisión las causas estructurales de la pobreza, la guerra y la desigualdad, y ofrecer sin vacilaciones las propuestas de la emancipación y del socialismo. Hablar al pueblo con el lenguaje de la realidad —sin adulaciones ni mitos—, identificando al capitalismo imperialista como responsable de la crisis social, señalando sus guerras como luchas por el mercado y el poder, y recordando que la única salida histórica es la solidaridad internacional de los trabajadores y la revolución proletaria.

La propaganda debe nacer de las experiencias cotidianas del pueblo trabajador, de la vinculación directa —que permita pulsar sus preocupaciones inmediatas: salarios, condiciones de vida, servicios públicos, derechos— sin perder la perspectiva del cambio radical y profundo que aspiramos. Esto exige superar tanto el elitismo abstracto (uso de lenguaje incomprensible) como el oportunismo de las “soluciones fáciles” que aceptan sin crítica el marco capitalista. Cada mensaje propagandístico debe conectar con lo que vive la gente: por qué sufre desempleo o inflación, cómo el sistema reprime sus luchas, por qué la democracia burguesa sirve a los capitalistas, etc.

En lo operativo, la propaganda revolucionaria debe combinar formatos ágiles con una línea política clara y fundamentada. Memes, videos cortos, podcasts, transmisiones en vivo y material impreso —volantes, carteles, pintas— pueden y deben ser herramientas eficaces para educar a públicos diversos y jóvenes. La unidad dialéctica entre forma y contenido y su impacto dependen de la creatividad de los propagandistas y comunicadores.

Todo esto, sin perder de vista que —pese a los avances tecnológicos— el trabajo directo y cotidiano “cara a cara” con la gente no puede dejar de ser la prioridad. Solo mediante la praxis cotidiana se crean lazos de confianza y se materializa la propaganda (como ofensiva ideológica) en organización real, avanzando condiciones concretas de ventaja para las clases explotadas.

Es esencial segmentar los mensajes por sectores sociales —jóvenes precarizados de los barrios populares, campesinos, mujeres trabajadoras, sectores indígenas o migrantes—. Cada grupo tiene su ritmo, códigos culturales y necesidades específicas. La propaganda debe construirse “desde adentro” de esas realidades, incorporando a quienes provengan de cada sector y entiendan sus demandas propias. Esto implica que la vanguardia revolucionaria se organice y desarrolle propaganda adaptada al entorno, optimizando al máximo el conocimiento y uso de las redes sociales, y creando puentes entre la lucha cotidiana y la difusión masiva de ideas para el triunfo de la revolución y el socialismo.

Asimismo, la creación de equipos especializados de propaganda resulta estratégica. Cada organización obrera o popular debería contar con comisiones de propaganda capaces de coordinar campañas sectoriales, visibilizar reivindicaciones y combatir noticias falsas o calumnias. Estas estructuras —con constante preparación teórica y técnica— no reemplazan la responsabilidad de cada líder social y político para difundir y sustentar las ideas revolucionarias. Cada revolucionario es un propagandista donde se encuentre: debe darle fuerza y claridad a la lucha. Es fundamental que la propaganda sea colectiva, organizada, científica y combativa, convirtiéndose en fuerza material transformadora.

Frente a la ofensiva ideológica burguesa, la tarea histórica de los revolucionarios es disputar el terreno de la comunicación con audacia, creatividad y rigor político. La propaganda revolucionaria —concebida como arma de combate, no como tarea decorativa— se convierte así en instrumento de concienciación, organización y movilización de las masas. Como señaló Lenin: «sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario», y sin propaganda revolucionaria esa teoría no se convierte en fuerza viva entre los explotados.

Ponencia presentada en nombre del Periódico Opción, en el 29 Seminario Internacional Problemas de la Revolución en América Latina, “ geopolítica internacional” realizado en Quito entre el 28 de julio y 3 de agosto de 2025

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