Por: Mateo Rodríguez
El conflicto bélico entre Armenia y Azerbaiyán más allá de la disputa histórica entre los pueblos armenios y azeríes, es un conflicto geopolítico que involucra varios intereses. Entre 1988 y 1994 se produjo una confrontación militar entre estos países, que coincidió con la disolución de la ex URSS. El balance de este conflicto fue de 30 mil muertos. Si bien es cierto, el territorio de Nagorno Karabaj no se unió territorialmente Armenia, pero se constituyó en un territorio autónomo dentro de Azerbaiyan denominado República de Artsaj.
En 1994 bajo el amparo de la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) y el Grupo de Minsk (organismo presidido por Estados Unidos, Rusia y Francia que tiene como objetivo poner fin al conflicto en la zona) se declaró el alto al fuego; pese a ello, se han producido algunos enfrentamientos armados.
Una de las causas para que los incidentes militares se hayan reiniciado en septiembre de este año, tiene relación con la utilización política de los gobiernos de ambos países, quienes esgrimiendo el nacionalismo, intentan exacerbar los conflictos existentes, con el objetivo de distraer a sus pueblos de los cuestionamientos profundos que venían desarrollando. Ni el presidente azerí, Ilham Aliyev, ni el armenio, Armén Sarkissian, pasan por su mejor momento de popularidad.
Por otro lado, la creciente influencia del gobierno fascista de Turquía, dirigido por Recep Tayyip Erdogan, en Azerbayán genera condiciones para que el conflicto se estimule pues, existe una gran animadversión entre el pueblo armenio y el turco, ya que los primeros sufrieron un genocidio sostenido durante la Primera Guerra Mundial que no es reconocido por Ankara y que terminó con la vida de más de un millón de personas entre 1915 y 1923.
En los últimos años, mediante la influencia turca en Azerbayán, las inversiones norteamericanas y europeas en la industria petrolera y gasifica han crecido. En mayo de este año el ministro de Economía de Azerbaiyán Mikayil Djabbarov informó en una reunión organizada por la Fundación para la Promoción de las Exportaciones y las Inversiones de Azerbaiyán (AZPROMO) que 257 empresas estadounidenses operaban en diversas esferas de la economía de Azerbaiyán, entre ellas la industria, la agricultura, la construcción, los servicios y otras.
El volumen de las inversiones de los norteamericanos en ese país ascendió a 14.000 millones de dólares, de los cuales 12.800 millones se destinaron al sector de la economía del petróleo y el gas.
Así pues, los Estados Unidos son el segundo mayor inversor en Azerbaiyán. Por su parte, se conoce que el mayor inversor extranjero en Turquía es la Compañía Estatal de Petróleo de la República de Azerbaiyán (SOCAR), que en el año 2019 puso en marcha otra gran inversión en ese país. En este caso se trata de un centro petroquímico de investigación y desarrollo por el valor de 1 500 millones de dólares en la región de Izmir. A esto se suma que el petróleo azerí es extraído en gran medida por BP -la antigua British Petroleum- y llega a la UE tras pagar peajes en Georgia y Turquía. De igual manera, Israel ha convertido a Azerbaiyán en su primer proveedor de crudo.
Esta influencia de los capitales norteamericanos, europeos e israelitas en esta zona supone un riesgo importante a los intereses del imperialismo ruso, eso hace que Putin busque a toda costa una solución al conflicto actual pues, una derrota de sus aliados armenios le significaría un duro golpe en el control geopolítico del Cáucaso. Esta región es de vital importancia para Rusia por varios motivos, entre ellos, el acceso a los recursos petroleros, gasíferos e ictiológicos del Mar Caspio. Así mismo, los países ahí ubicados tienen una posición importante pues se considera a esta zona como una de las fronteras entre Europa y Asia, misma en que viven una multitud de pueblos, lenguas y religiones diferentes en un espacio muy pequeño. El entramado de intereses que cruzan en esos territorios generan una gran inestabilidad política y militar, Esta zona se convierte en un nuevo frente de presión y cerco a los territorios euroasiáticos de Rusia y China a la vez que se convierte en una zona de presión a Irán. La cohesión de la bisagra Turquía-Georgia-Azerbayán se convierte en una amenaza al proyecto chino de retomar la “ruta de la seda” y fortalecería la visión de Erdogan del neo otomanismo.
Como podemos ver, el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán más allá de una disputa étnica, es un conflicto político, económico y militar por el control del Cáucaso. El proyecto de balcanizar la zona para beneficiar al capital internacional es evidente, para lo cual los gobiernos y las empresas no tienen dudas en estimular los conflictos nacionales con el fin de alcanzar sus intereses, así eso signifique el desatar guerras localizadas.