Corazonando sobre la despenalización del aborto

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Verónica Yuquilema Yupangui

Por: Verónica Yuquilema Yupangui

Kichwa de la Nación Puruhá. Abogada

Aunque en efecto no podemos hablar de cifras exactas del número de mujeres runakuna que han muerto producto de un aborto, de wawakuna/kuitzakuna (niñas y adolescentes runa) que han llegado a ser madres producto de una violación o de mujeres y adolescentes que son encarceladas por abortar –dado que las instituciones estatales insisten en homogenizarnos y no cuentan con cifras diferenciadas.  Esta realidad no nos es desconocida ya sea porque alguien dentro de nuestra familia ya lo practicó o porque hemos escuchado experiencias de amiga/os o incluso, porque lo hemos vivido en carne propia.

Siendo éste un asunto muy familiar, aunque insistamos en negarlo y juzgarlo de forma acérrima, es una obligación ética arrimar el hombro para corazonar sobre el paño de fondo que envuelve esta problemática, atravesada por el pensamiento dominante regido, especialmente, por la iglesia cristiana.

Nadie puede decidir sobre la vida de un ser inocente, señalan alguna/os, y me cuestiono: entonces, ¿Por qué hemos permitido que el Estado (gobernantes y sociedad) y la Iglesia durante todos estos siglos decidan sobre la vida de las miles de niñas, adolescentes y mujeres que mueren por abortar de forma clandestina o por parir un/a wawa producto de una violación?

Pues sí, compañera/os, el paño de fondo que cubre las muertes de niñas, adolescentes y mujeres, también runakuna, es el poder del Estado y la Iglesia fundados en el colonialismo, el heteropatriarcado y el capitalismo. Aunque, definitivamente, no podemos desconocer el papel que desempeñó la Iglesia católica a través de la teología de la liberación o la Iglesia protestante – con amplias diferencias entre ellas y que no corresponde ahondar en esta ocasión- no podemos mostrarnos crédulos frente al evidente proyecto civilizador/colonizador que motivó la llegada, expansión y dominio del cristianismo (catolicismo y protestantismo) dentro de las comunidades, pueblos y nacionalidades.

Desde el periodo colonial, la religión cristiana se ha encargado de adoctrinarnos, dicho bien, de “civilizarnos”, logrando que actualmente el debate sobre temas como la despenalización del aborto o la homosexualidad sean vistos como aberrantes e inimaginables en nuestra lógica comunitaria. Claro está, que tanto el aborto como la homosexualidad no sólo han sido históricamente parte de la vida comunitaria, sino que a pesar de la influencia ejercida por el cristianismo, actualmente se puede ver que algunas comunidades –las menos fundamentalistas- han logrado acoger o al menos, han mostrado apertura a la discusión sobre estas realidades.

Cerrar la discusión de la despenalización del aborto a una cuestión divina – “solo porque Dios es el único que decide sobre nuestra vida”- es una irresponsabilidad, eso sí, aberrante e inhumana. Una realidad tan cruda y dolorosa que tantas y tantas mujeres y adolescentes runakuna vivencian, no puede ni debe ser tomada de forma tan superficial ni banal.

Las mujeres runakuna que exigimos la despenalización del aborto – al menos por ahora, en casos de violación- queremos tener el derecho y claro, también la responsabilidad de decidir sobre nuestra vida, sobre lo que queremos para nuestro presente y futuro. Eso, solamente eso, decidir. Porque valga la aclaración, la despenalización del aborto no nos obliga ni nos induce a abortar, solo nos abre el derecho a tener la libertad de decidir.

Algunas compañeras arremeten en contra de la despenalización del aborto sustentadas en casos de mujeres que fueron obligadas a abortar por sus familias o por sus parejas. Esta realidad, también dolorosa, no es desconocida; por ese motivo, muchas mujeres han tenido que sanar sus heridas y las de sus antecesoras para tejer un ser mujer, lejos de los moralismos cristianos que dictaminan una serie de mandatos como que las mujeres deben llegar “doncellas”, “vírgenes” al matrimonio o que la mujer debe salir del regazo de sus padres al regazo de su esposo. Esto es lo que en los hogares –runakuna, mestizos, etc.- se reproduce sistemáticamente, por eso cuando la mujer “se come la torta antes del recreo” -como se dice en el argot popular- y queda embarazada, ella –no el hombre- es juzgada infamemente por su familia y por la sociedad en general, obligándolas a pagar su pecado con el matrimonio, el aislamiento y juzgamiento dentro de su seno familiar/comunitario o el propio aborto.

En ese sentido, se debe tener en cuenta que la penalización del aborto o la inducción a éste, hacen parte del mismo patrón patriarcal donde la mujer no tiene poder alguno de decisión, donde la mujer es un objeto de dominio del sistema que la moldea. Por ello, luchar por ejercer con libertad, consciencia y amor nuestra sexualidad y maternidad, , lejos de ser fundamentos en contra de la despenalización del aborto, corroboran la necesidad de ejercer nuestro derecho a decidir si queremos o no tener esa/e wawa y en qué circunstancias queremos tenerla/os y reafirman la importancia de tomar las riendas de nuestras vidas, alejadas de las imposiciones sociales que abundan en cada rincón de nuestra sociedad patriarcal, donde la voluntad del hombre blanco, heterosexual y burgués ha regido como el único posible.

Dentro de los pueblos y nacionalidades urge abrir debates co-razonados que nos liberten, nos descolonicen, especialmente, de los fundamentalismos cristianos en que la mayoría de hombres y mujeres runakuna –pero también mestiza/os, negra/os, etc.- sostienen su rotunda negativa a la despenalización del aborto.

Comprendo que en este momento para mucha/os de nosotras/os no tenga sentido alguno esta lucha y asumamos que nos es ajena –como ya ocurrió conmigo-, pero como dicen nuestras abuelas y abuelos: estamos sembrando para que los que vienen atrás, por ello, confío que estos años de lucha al menos nos permitan crear diálogos francos y cariñosos sobre ésta y otras realidades, lejos de los tabúes occidentales/cristianos impuestos, que nos siguen oprimiendo e impidiendo caminar hacia un mundo más co-razonado

Fuente: Riksinakuy (que nadie calle tu voz)

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