Por En Marcha
La última semana de noviembre del 2022, la Organización de las Naciones Unidas, ONU, hizo público un alarmante informe sobre la situación humanitaria en el planeta, que advierte que, para este año, 2023, un record de 339 millones de personas necesitarán ayuda humanitaria, 65 millones más que el año 2021. Eso significa que una de cada 23 personas del planeta requerirá ayuda para sobrevivir. La misma ONU, en octubre pasado, informó que durante los primeros meses de 2022, «el número de personas hambrientas en el mundo creció de 282 millones a 345 millones»[1], esto es más de las que ahora dice que requieren ayuda humanitaria. Obviamente, al finalizar el año, el número de hambrientos habrá sido superior, pues, la información señalada advertía que «el mundo corre el riesgo de sufrir otro año de hambre record, ya que la crisis alimentaria mundial sigue llevando a más personas a niveles cada vez más graves de inseguridad alimentaria». El asunto es complejo, alarmante.
La ONU, al igual que otros organismos internacionales dedicados al análisis de la economía mundial aducen que los problemas alimentarios se han agudizado debido a factores como el cambio climático, las guerras (como el actual conflicto en Ucrania), la elevada inflación; incluso han llegado a «geniales» conclusiones, cono decir que el hambre crece, porque crece la pobreza. Lástima que no exista un premio a la «perogrullada», algunos «genios» lo disputarían.
Es innegable que fenómenos como las guerras, la violencia política-estatal que provoca migraciones masivas, el cambio climático que estimula desastres naturales tienen incidencia negativa para que millones de personas vivan hambre, es decir, una situación que las pone al borde de la muerte; sin embargo, tales argumentaciones esconde el origen o la causa real para que el hambre azote a millones de personas, particularmente niños y niñas: la apropiación privada capitalista sobre los medios de producción y sus productos.
En el año 2012, Jean Ziegler, ex relator especial de Naciones Unidas para el Derecho a la Alimentación, presentó un libro titulado «Destrucción Masiva», en el que, según una nota de prensa publicada por Europapress[2], «analiza el derecho a la alimentación y pone cara a las víctimas y a los verdugos del hambre». Ziegler sostiene que, según investigaciones de la organización especializada de las Naciones Unidas, en el mundo hay la capacidad para alimentar a 12.000 millones de personas, es decir para cuatro mil millones más de la actual población planetaria. Sin embargo, cada año, «más de tres millones de chicos se mueren a causa del hambre y las enfermedades –tos, diarreas, rubeolas, malarias– que el hambre favorece… Tres millones… son más de 8.000 chicos muertos cada día, más de 300 cada hora, más de cinco en un solo minuto».[3] Ziegler dice que «un niño que muere de hambre es un niño asesinado», y que en este caso «los asesinos son los especuladores, que aumentan los precios de los alimentos para aumentar sus ganancias. También hay unos cómplices, que son los bancos y los gobiernos occidentales, ya que les sería muy fácil acabar con la especulación alimentaria y no hacen nada para impedirlo. Todas las bolsas del mundo funcionan sobre una ley nacional y bastaría con cambiar un artículo. Así de simple.»
Miremos un poco hacia atrás
En la década de los ochentas y noventas se produjo una gran ofensiva del capital financiero internacional, que provocó cambios profundos en las economías de los países. La ronda Uruguay (1986-1994) de la Organización Mundial de Comercio, aprobó un Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio, que envolvió a 123 países como «partes contratantes». Muchos países fueron obligados a rebajar sus barreras aduaneras y sus incentivos a la producción agraria, mientras que Estados Unidos, Europa y Japón incrementaban los subsidios a sus productores, de manera que podían producir más y copar los mercados.
Por esa misma época, en 1991, Goldman Sachs, decidió entrar con todo en el negocio de los alimentos y «seleccionó 18 ingredientes que podían convertir en commoditiesyprepararon un elixir financiero financiero que incluía vacas, cerdos, café, cacao, maíz, y un par de variedades de trigo.»[4] Hicieron cálculos económicos de inversiones, costos, utilidades y crearon el Goldman Sachs Commodity Index, y empezaron ofrecer acciones de este índice. El éxito se materializó en la bóvedas del Goldman Sachs, los precios de las materias primas poco a poco fueron elevándose, y luego crecieron más rápidamente. Otros banqueros decidieron no quedarse atrás y crearon sus propios índices de alimentos para sus clientes. Cada vez que subía el valor de las acciones de los inversionistas, el precio de los desayunos y almuerzos de los trabajadores también crecía. Los monopolios financieros hacen negocio con la comida, al igual que lo hacen con los diamantes, el petróleo, el oro o cualquier otro producto. ¡Negocio es negocio!
Los grandes monopolios financieros internacionales dieron blanco, porque los alimentos, el agua y la tierra siempre tendrán valor, más que los bonos o papeles de deuda de largo plazo, y debido a su volatilidad siempre harán mucho dinero porque la demanda de alimentos nunca va a desaparecer. «En 2003, las inversiones en commodities alimentarias importaban unos 13.000 millones de dólares; en 2008 llegaron a 317.000 millones —casi 25 veces más dinero, casi 25 veces más demanda. Y los precios, por supuesto, se dispararon.
Analistas nada sospechosos de izquierdismo calculaban que esa cantidad de dinero era 15 veces mayor que el tamaño del mercado agrícola mundial… En la Bolsa de Chicago se negocia cada año una cantidad de trigo igual a cincuenta veces la producción mundial de trigo… cada grano de maíz que hay en el mundo se compra y se vende —ni se compra ni se vende, se simula— cincuenta veces.»[5] En otras palabras, la especulación del trigo mueve cincuenta veces más dinero que la producción de trigo.
De más está decir que las políticas neoliberales aprobadas por el Consenso de Washington quebraron las economías de pequeños productores agrícolas, fortalecieron la concentración de la tierra para procesos de producción orientados a la exportación, volvieron más dependientes a los países con menor desarrollo económico y, claro, incrementaron la pobreza y el hambre.
Y aún siguen diciendo que no hay nada mejor que el capitalismo.
[1] https://news.un.org/es/story/2022/10/1516122
[2] https://www.europapress.es/epsocial/punto-critico/noticia-jean-ziegler-exrelator-onu-nino-muere-hambre-nino-asesinado-20120604100007.html
[3] Caparrós Martín, El Hambre. 2021
[4] Ibid
[5] Ibid.