El aparato estatal como instrumento de manipulación mediática

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Por Jonathan Párraga Psc. Cl.

En la era de la sobreinformación, la manipulación mediática se ha convertido en una de las formas más sofisticadas de control social. Ya no se trata de imponer una verdad única, sino de dispersar tantas versiones de la realidad que el ciudadano, saturado y confundido, termina por rendirse ante el relato oficialista.

Como se evidenció recientemente durante el paro nacional, el gobierno ha aprendido a usar el aparato estatal como herramienta comunicacional, no solo para informar, sino para condicionar emocionalmente a la población. Hoy, la guerra psicológica se libra en el terreno de las percepciones, y usted es su principal objetivo.

Desde la psicología social, sabemos que el pensamiento humano responde más a la emoción que a la lógica. El Estado, cuando actúa como emisor dominante, puede explotar estas emociones colectivas con precisión quirúrgica: construye enemigos internos, idealiza figuras de poder y polariza la sociedad hasta el punto de convertir la duda en traición, la protesta en terrorismo y las opiniones disidentes en amenazas a la patria.

El aparato estatal, con su acceso privilegiado a los medios públicos y sus acuerdos con sectores privados, moldea la opinión pública a través de narrativas cuidadosamente diseñadas. Se repiten consignas, se manipulan cifras y se silencian voces críticas bajo el argumento de la “seguridad nacional”, la “estabilidad del nuevo Ecuador” o la “lucha contra el terrorismo”. La guerra psicológica moderna no se impone por la fuerza, sino por la colonización del pensamiento.

Cuando la información se convierte en propaganda y el análisis en espectáculo, el ciudadano pierde la referencia de lo verdadero. Las emociones colectivas —miedo, rabia, esperanza— se transforman en herramientas políticas, y la psicología del comportamiento se usa para dirigir el voto, manipular las opiniones o justificar la represión. El efecto más preocupante: la erosión de la conciencia crítica. Una sociedad anestesiada, incapaz de cuestionar o reaccionar.

Desde la psicología, este fenómeno puede entenderse como desensibilización cognitiva: el exceso de estímulos informativos reduce la capacidad de análisis y promueve la obediencia pasiva. El ciudadano deja de pensar y comienza a repetir.

Frente a ello, comprender los mecanismos de manipulación es el primer paso para desactivarlos. La competencia mediática, el pensamiento crítico y la reflexión son hoy herramientas de defensa psicológica ante el adoctrinamiento emocional. No se trata de desconfiar de todo, sino de aprender a pensar con independencia, de reconocer el objetivo detrás de cada mensaje y de distinguir entre información y propaganda.

Hoy, el poder no solo se ejerce con armas o decretos: también se impone con palabras, imágenes y silencios calculados. En esta guerra psicológica de baja intensidad, la resistencia comienza en la mente de cada individuo.

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