“El regreso de los viejos amos: por qué el pueblo debe decir NO”

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Women indians from Cotopaxi Province(south of Quito) shout next to a barricade put by soldiers to impeded that they arrive to Quito .Indians called by their leaders are marching to Ecuadorean Capital to protest against Jamil Mahuad Government, specially increase of gas price.Cotopaxi,Thursday,July 15,1999.(AP Photo/Dolores Ochoa)

Por Jorge Cabrera E.

El Ecuador nació el 13 de mayo de 1830 con una Constitución escrita por los mismos que heredaron las haciendas, los esclavos y los títulos del viejo imperio.
Eran pocos, poderosos y satisfechos: los ricos de entonces, los dueños de la tierra y de la palabra.
A ese puñado de hombres se les ocurrió la idea de que el pueblo debía obedecer y ellos decidir.
Por eso, para votar había que tener dinero, tierras o profesión.
El jornalero, el indígena, el negro, el peón, el pobre y la mujer eran invisibles.
Solo los “decentes”, los “instruidos”, los “vecinos honrados”, “las personas de bien”podían decidir el destino del país.

Así nació nuestra primera “democracia”: un club privado con bandera tricolor.

Casi dos siglos después, el poder intenta repetir la historia, solo que con otro disfraz.
La llamada consulta popular del gobierno de Noboa es, en esencia, la pretensión de la reedición moderna de aquellas constituciones oligárquicas, donde el derecho a decidir se reservaba a los ricos y el deber de callar al pueblo.

Nos preguntan si queremos eliminar el financiamiento público a los partidos políticos.
Dicen que así “se ahorra dinero”, que “se combate la corrupción”.

Pero lo que en realidad pretenden es devolver la exclusividad de la política a los banqueros, empresarios, gamonales, a los que se creen dueños del país.

Porque si el Estado deja de apoyar con recursos a los partidos del pueblo, solo los partidos de los ricos sobrevivirán, esa es logica de la derecha.

Solo ellos podrán pagar campañas, imprimir afiches, comprar espacios en televisión, financiar caravanas, contratar asesores, alquilar voluntades.

El resto —los movimientos campesinos, los partidos de trabajadores, las organizaciones indígenas, los jóvenes sin dinero pero con ideas— quedarán fuera del juego.

Lo que antes era requisito de propiedad —“tener 200 pesos anuales de renta o bienes”— hoy vuelve disfrazado de “autofinanciamiento político”.

El viejo gamonal se ha puesto traje moderno y ahora se llama empresario.
Pero sigue pensando igual: que la política es un privilegio de clase de los millonarios, no un derecho del pueblo.

La consulta busca restaurar ese orden perdido, el de los pocos que deciden por los muchos.
Antes el voto de un rico valía más porque tenía tierras; hoy valdrá más porque tiene plata para hacer campaña.

Antes el peón no votaba porque no sabía leer; hoy su voto no contará porque no tendrá candidato.
Antes el pueblo era analfabeto; hoy lo quieren desinformado por saturación.
Es el mismo truco, con otra careta.

Es el mismo amo, con otro nombre.

El poder nos dice que la consulta es un ejercicio democrático.
Pero ¿qué democracia puede haber si el pueblo no tiene voz?
¿De qué servira votar si los únicos que podran competir son los que tienen millones?
¿De qué sirve opinar si los medios de comunicación, también de los ricos, repiten sus mentiras?
Nos quieren hacer creer que somos parte del juego, cuando en realidad somos solo el público que aplaude mientras ellos reparten las cartas.

No es casualidad que al mismo tiempo pretendan reducir la Asamblea y abrir el país a bases extranjeras.
Es un plan bien tejido: menos representantes del pueblo, más poder concentrado; menos soberanía nacional, más control extranjero.

Un país con menos voces y más tutores es un país sometido.

Por eso el NO no es solo un voto: es una declaración de independencia.

Es el eco de los pueblos que se negaron a morir.

Es el grito que atraviesa los siglos y dice: no volveremos al pasado.

No volveremos a 1830, cuando el voto era privilegio del hacendado.

No volveremos a 1843, cuando el jornalero era solo fuerza de trabajo.

No volveremos a 1869, cuando hasta para ser ciudadano había que profesar una religión impuesta.

No volveremos a un país donde el poder se hereda y la justicia se compra.

El pueblo ecuatoriano ha aprendido a leer los disfraces del poder.

Ya sabemos que cuando los ricos hablan de “modernizar”, quieren decir privatizar.

Que cuando hablan de “ahorrar”, quieren decir despedir.

Que cuando hablan de “seguridad”, quieren decir control.

Y que cuando nos invitan a votar, muchas veces quieren que firmemos nuestra propia rendición.

Por eso, compatriotas, el NO es la única respuesta digna.

Porque el NO no niega el cambio: niega el engaño.
El NO no es miedo: es memoria.
El NO no es protesta vacía: es defensa del derecho a decidir, a ser, a existir.

Si el pueblo vota NO, el país no se detiene; se despierta.
Porque cada NO depositado en la urna será como una semilla de conciencia,
una piedra en el engranaje de la mentira,
un acto de soberanía individual que se vuelve fuerza colectiva.

Que nuestro NO resuene como trueno sobre los palacios,
como campana en los campos,
como voz de los que no tienen micrófono,
como memoria viva de los que dieron su vida por una patria libre.

Porque al final, esta consulta no es sobre leyes, sino sobre dignidad.
Y la dignidad del pueblo ecuatoriano no se consulta: se ejerce.

Este gobierno, bajo el disfraz de modernidad y promesas huecas, pretende convocar una Asamblea Constituyente no para fortalecer la democracia ni para ampliar derechos, sino para borrar de un plumazo los logros conquistados por el pueblo en la Constitución vigente. Esa Carta Magna —nacida de la voluntad popular, de los trabajadores, de los campesinos, de las mujeres, de los jóvenes y de los pueblos originarios— no pertenece a ningún caudillo ni a ningún prófugo de la justicia, sino al Ecuador profundo, al que madruga a labrar la tierra, al que educa, al que sana, al que crea. En sus páginas están escritos los principios de la educación y la salud gratuitas, del trabajo digno sin precarización, del respeto a la naturaleza, de la seguridad social solidaria y del derecho de los jubilados a vivir con decoro. No es un documento muerto: es un pacto vivo entre la patria y su gente.

Por eso les estorba. Les molesta como una piedra en el zapato, porque esa Constitución no se arrodilla ante los banqueros ni ante los exportadores de ayer y de hoy. Les incomoda porque allí están los derechos que impiden que el país se convierta otra vez en hacienda de unos pocos. Y ahora, con el pretexto de una Constituyente, quieren escribir una nueva carta al dictado de los mismos de siempre: los que evaden impuestos, los que fugan capitales, los que viven del sudor ajeno. Buscan un texto hecho a la medida de los empresarios, de los mitómanos que gobiernan de espaldas al pueblo, de los que temen a la palabra “derecho” porque prefieren el viejo orden del privilegio. En realidad, lo que quieren no es una nueva Constitución: quieren un viejo país con las cadenas nuevas.

Hoy más que nunca, la historia nos convoca a la unidad nacional de los trabajadores, campesinos, maestros, estudiantes, mujeres, pueblos y nacionalidades del Ecuador. No es hora de la indiferencia ni del silencio, es hora de levantar la voz y decir NO con dignidad, con conciencia y con firmeza. Votar NO no es un simple acto en las urnas: es un grito de resistencia frente a quienes pretenden arrebatarnos los derechos conquistados con sangre, con huelgas, con marchas y con sueños. Es defender la patria de los humildes, la que no se vende ni se rinde. Votar NO es abrazar la memoria de quienes lucharon por la justicia social y la soberanía nacional. Que desde los campos, los barrios, las fábricas y las aulas, se escuche un solo clamor: ¡Ecuador dice NO a la mentira, NO al retroceso, NO mas poder al dictadorzuelo!

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