Por Francisco Garzón Valarezo
Cuando Juan Montalvo escribió su libro titulado Las Catilinarias, pintó a García Moreno como hombre inteligente, honrado, aunque cínico y criminal. En ese texto dirigido a condenar la corrupción de Ignacio de Veintimilla, Montalvo sugiere que Veintimilla no le llega ni a los talones a García Moreno. Este era capaz, honrado, trabajador; no obstante, un asesino; aquel, solo un ladrón y un borracho.
Ahora que Noboa, como arzobispo de la rancia derecha busca consumar las viejas lujurias políticas de su clase social, es inevitable recordar a García Moreno. Eran, desde luego, otros tiempos. El tirano gobernaba por decretos. No tenía necesidad de consultas populares ni enviar proyectos de ley al congreso. Los asalariados de la presa compartían su misión de lambiscones con el clero y se encargaban de manipular el miedo y el oscurantismo.
Religión y bala. Palizas y biblia. Cárcel, látigo y puñaladas eran los emblemas del gobierno del Ecuador la segunda mitad del siglo XVIII.
Al presente, el Ecuador vive la farsa de su historia, pues la primera parte, su tragedia, ya se vivió con García Moreno, que redujo el número de legisladores de cuarenta y ocho a treinta porque eso remediaba las trabas del país, tal como teoriza hoy su epígono, Daniel Noboa.
En aquel periodo nefasto se asesinó al cacique indígena Fernando Daquilema, ahora se pretendió hacer lo mismo con el líder Leonidas Iza.
García Moreno decretó la facultad de allanar, registrar domicilios y encarcelar ciudadanos sin cumplir requisitos. Noboa proyecta hacer lo mismo.
Al tirano sentía repulsión por la gente que no comulgaba con él. Eso ocurrió con el representante diplomático de los EE. UU. William Wheelwright. La periodista Alondra Santiago puede dar fe de lo pasó con ella por discrepar con Noboa.
Su manía religiosa llevó al déspota a ser fanático del papa. Noboa es idólatra de Donald Trump.
En estas, y en muchas otras cosas coinciden los dos presidentes, pero los separan dos abismos: García Moreno jamás utilizó el poder para beneficiar a sus amigos, familiares o a él mismo.
El uno fue inteligente, honrado; el otro, ni lo uno ni lo otro.