Por Santiago Baranga / Octubre Es
Ya es oficial: Israel ha provocado una hambruna en Gaza, la primera en la región. Ahora, ya no se trata “solo” de medio año de evidencias retransmitidas y multiplicadas por todos los medios posibles; los burócratas y los lacayos “ya no pueden” mirar hacia otro lado, porque es oficial.
Es oficial que «más de medio millón de personas» se enfrentan al hambre, la indigencia y la muerte.
Es oficial que Israel está bloqueando la entrada de los alimentos en la Franja.
Es oficial que el hambre está siendo utilizada por Israel como arma de guerra.
Es oficial que los gobiernos “occidentales” permiten y apoyan la hambruna en Gaza.
Tan oficial es ya la omnipresente realidad del genocidio, que hasta el orangután de la Casa Blanca ha tenido que admitirlo, con su habitual estilo entre el cinismo y la idiocia: «Esos niños parecen muy hambrientos».
Es evidente, asimismo, que el gobierno sionista, con el criminal de guerra Netanyahu a la cabeza, miente sistemáticamente, como lo viene haciendo desde el 7 de octubre de 2023, cada vez que niega su barbarie y se pretende víctima de «Hamás». Como lo es el hecho de que, desde que se puso en marcha la “ayuda humanitaria” yanqui-israelí de la GHF en mayo (esa «proeza increíble», según el embajador norteamericano, pero tan insuficiente que habría provocado la hambruna incluso cumpliendo su pretendido objetivo), más de dos mil palestinos desarmados, niños incluidos, han sido ya asesinados por las IDF y los mercenarios estadounidenses cuando acudían en busca de comida, una práctica corroborada por Médicos sin Fronteras. Escalofriante cifra a la que hay que sumar la no menos aterradora de trescientas muertes por hambre.
Claro que los israelíes no son los únicos que intentan disimular su responsabilidad. Gobiernos como los de Francia, Alemania, Reino Unido, Egipto y «el más progresista de la historia de España», entre otros, han retomado los carísimos, ineficaces, insuficientes y letales lanzamientos aéreos de comida, responsables ya de al menos diecisiete muertes. Al parecer, pretenden hacernos creer que es lo único que puede hacerse frente al bloqueo absoluto impuesto por su amigo israelí (precedido, no lo olvidemos, por el cerco que sufre Gaza desde 2007), como si fuera una más de las catástrofes bíblicas tan queridas por los sionistas. Por supuesto, de los golpes de pecho y las estridentes amenazas proferidas en mayo no ha quedado ni el menor rastro (véase Octubre nº 185, junio de 2025).
Tal vez uno de los aspectos más tremendos del plan israelí es la fría planificación y los esmerados cálculos que han aplicado en el uso de la hambruna, haciendo cada vez más obvios (salvo para los esforzados paladines del liberalismo atlantista) sus objetivos genocidas: no solo por el control del consumo de calorías por los gazatíes desde 2007, sino por los efectos biológicos a medio y largo plazo que el hambre tendrá sobre la salud de los supervivientes y de sus descendientes, sus consecuencias traumáticas y el impacto destructivo sobre los vínculos comunitarios, de forma similar al que ejercieron la represión franquista y los «años del hambre» en la España de la década de 1940. De esta manera, el intento de destrucción intencionada y sistemática del pueblo palestino (es decir, el genocidio) va adquiriendo nuevas dimensiones, a cada cual más siniestra.
Por otra parte, en lo que respecta al Derecho internacional, el uso del hambre como arma de guerra no deja de ser otro hito más, si bien especialmente despiadado, en el largo proceso de destrucción del “orden” internacional por el estado sionista desde antes incluso de su creación, sancionada en medio de una limpieza étnica que contravenía los buenos deseos que los aliados acababan de proclamar tras la derrota del nazismo alemán. En efecto, si la salvaje agresión contra Gaza y Cisjordania en curso ha hecho saltar por los aires definitivamente la hipócrita arquitectura de las relaciones internacionales, no es menos cierto que tal voladura había sido insistentemente anunciada por la violación de docenas de resoluciones de la ONU por Israel. Por eso, la implosión del “orden” de 1945 podrá ser inesperada para la mayoría, pero no sorprenderá a casi nadie.
El informe promovido por la ONU que ha declarado oficialmente, al fin, una hambruna que era tangible desde hacía mucho para los gazatíes, alerta de que 132.000 niños menores de cinco años pueden morir de aquí al próximo junio. La urgencia de liberar a Israel, dividir a la resistencia palestina la Franja es, pues, cada vez más extrema. Sin embargo, los gobiernos burgueses “occidentales”, concentrados en sus abyectos cálculos políticos, persisten en su papel de lacayos trileros y reparten su atención entre apalear activistas, ilegalizar organizaciones (con los laboristas británicos empeñados en imitar a la derecha francesa) y, en el “mejor” de los casos, utilizar el hambre como pretexto. Así, Donald Trump, ansioso por verse reconocido como gran estadista, reparte su interés entre Gaza y Ucrania, intentando que cada nueva masacre contribuya a presentarlo como demiurgo de la paz y merecedor del Nobel que ambiciona y, al mismo tiempo, le permita justificar el control completo sobre la Franja para convertirla en su soñada Riviera para genocidas.
Mientras tanto, en los Países Bajos, cinco ministros y cuatro secretarios de estado del derechista NSC descubren la importancia de los tratados internacionales, a dos meses de las elecciones, para abandonar un gobierno en descomposición que compartieron hasta junio con los fascistas del PVV. Por su parte, diez estados, entre los que se incluye España, han reconocido el Estado palestino: «una farsa de cara a la galería», como han denunciado diversas voces, que solo pretende hacer pasar a estos gobiernos por defensores de los derechos humanos ante sus electores. De hecho, la “solución” de los dos estados ha resultado ser un fracaso desde sus mismos inicios, salvo en aquello que durante estas tres décadas ha demostrado ser el verdadero objetivo de los Acuerdos de Oslo (1993): salvar la cara y completar la Nakba. Por supuesto, los gobiernos europeos, incluido el “progresista” ejecutivo de Sánchez y Díaz, se niegan a aplicar cualquier medida de verdadera presión contra el estado nazisionista; y, lo que es más grave, alimentan sin cesar su industria armamentística, financiando e intensificando el genocidio, al tiempo que siguen promoviendo su presencia en todas y cada una de las instituciones y citas internacionales, normalizándolo como interlocutor. No otra cosa cabía esperar entre aliados imperialistas.
Sin duda, como han venido señalando multitud de expertos, hay numerosas y diversas medidas que pueden y deben llevar a cabo, de forma inmediata, tanto los estados, como las instituciones y los ciudadanos en general, para presionar a Israel, detener el genocidio y acabar con el apartheid que imponen los sionistas en Palestina: desde las sanciones inmediatas de los gobiernos, hasta el boicot y las protestas en la calle. Sin embargo, ninguna de ellas será coherente, ni los eventuales efectos duraderos y profundos, si no las guía una idea fuerza: la lucha contra el imperialismo y el colonialismo en todas sus formas. Lo ha demostrado el «nunca más» proclamado, hace sesenta años, en nombre de los mismos a los que hoy dice representar el estado terrorista y genocida de Israel: o plantamos cara decididamente y unidos a la bestia, o los huevos de la serpiente eclosionarán, una y otra vez, en forma de destrucción, sufrimiento y muerte.
Fuente: periódico Octubre España