Por Francisco Escandón Guevara
Desde que existe Estado, como producto de la división social entre una clase dominante y otras dominadas, son múltiples los sistemas y formas de gobierno adoptados por la humanidad.
La vieja monarquía, por ejemplo, era una autocracia que emitía leyes, las ejecutaba y actuaba como juez, el rey o sus herederos personificaban el poder absoluto, mientras que los súbditos no tenían derecho a la participación política. Sólo después de varios siglos, de luchas y revoluciones, se democratizó la sociedad, a partir de entonces se constituyeron los parlamentos en donde se discute y resuelve los asuntos públicos.
Más allá del nombre adoptado (congreso, senado, asamblea nacional, cámara de representantes, etc.), las funciones de legislar y fiscalizar dejaron de ser un privilegio de reyes, nobles, curas y oligarcas para incluir a representantes electos en votación universal y secreta.
Elección tras otra los candidatos se han comprometido a servir a la Patria, pero lo cierto es que los intereses no son homogéneos, por lo general cada partido o movimiento político representa anhelos de una u otra clase social y hasta hay legisladores que tienen ambiciones personalísimas.
Es incongruente, por lo tanto, que los asambleístas dependientes de un banquero o empresario hagan leyes a favor del pueblo, lo obvio es que privilegien las aspiraciones de ese burgués, como también es impensable que se fiscalice la corrupción del caudillo, ahora prófugo de la justicia, pues seguir el rastro de la plata robada compromete a más de un honorable.
Por ello la Asamblea tiene apenas el 3% de popularidad, pues los asambleístas están vinculados con los diezmos y el reparto ilegal de cargos, son autores de leyes nefastas que benefician a banqueros y perjudican a trabajadores, son cómplices de la corrupción, son traficantes de carnés de discapacidades, etc.
Sin dudas es el peor parlamento de la historia, tal parece que sólo cambió el nombre, del viejo congreso de la partidocracia por el de la actual asamblea, pues en esencia son lo mismo.
La salida no está en clausurar el legislativo, mientras exista Estado perdurarán estas formas de representación, por ahora la alternativa es rechazar a faranduleros, negociantes de conciencias, ovejas domesticadas e intermediarios de multimillonarios, que incluso buscan reelegirse. La cuestión está en diferenciar a unos de otros y votar por los genuinos representantes del pueblo.