“Implantes anticonceptivos…acto de amor”

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Por Gabriela Guerrero Idrovo

Nos dicen que es un gesto noble. Que colocar implantes anticonceptivos a jóvenes en los barrios es un acto de servicio, de amor, de humanidad.

Pero detrás de esa aparente nobleza hay algo mucho más peligroso: la domesticación del poder en clave femenina, una estrategia política que disfraza de compasión lo que es, en realidad, una forma de control y legitimación.

@laviniavNoboa, los embarazos adolescentes no ocurren por falta de implantes. Ocurren porque existen sistemas de desigualdad que exponen a las niñas a la pobreza, al abuso, al silencio, a la ausencia del Estado. Ese en el que precisamente TÚ ESPOSO ES PRESIDENTE.

Actuar sobre el cuerpo sin transformar esas estructuras es reducir el problema a su síntoma.

Es intervenir la piel cuando lo que está enfermo es el país.

Las instituciones que deberían estar allí (el Ministerio de Salud Pública, el Ministerio de Educación, las políticas públicas de igualdad) han sido vaciadas, debilitadas o deslegitimadas.

Y en su lugar emerge una figura caritativa, femenina, blanca, con poder simbólico, que ofrece “ayuda” donde debería haber derechos.

Así se reinstala el paternalismo desde la dulzura: una mujer que representa al poder patriarcal, pero lo ejerce envuelto en ternura.

El peligro está en que este modelo de poder es más eficaz que el autoritario.

Ya no necesita imponer, ni castigar. Solo necesita convencer.

Convencer de que el control del cuerpo femenino es una expresión de amor; que la caridad sustituye a la justicia; que la obediencia es gratitud.

Y mientras se aplaude la entrega de implantes, nadie pregunta por las causas estructurales del embarazo adolescente: el hambre, la falta de educación, la violencia sexual, el abandono estatal.

El espectáculo de la ayuda sustituye a la política, y la imagen de la “primera dama comprometida” reemplaza al Estado que renunció a sus deberes.

Eso no es compasión, es colonización emocional.

Una que necesita del sufrimiento del otro para existir, y del aplauso colectivo para legitimarse.

Lo verdaderamente peligroso no es el implante, sino el relato que lo acompaña: el que enseña que las mujeres pobres deben ser agradecidas, que los derechos se obtienen por benevolencia, y que la jerarquía puede maquillarse con sonrisas.

Porque el patriarcado se ha vuelto astuto: ya no habla con voz de mando, sino con voz de madre.

Y es ahí donde más daño hace.

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