Por Francisco Escandón Guevara
A puertas de terminar los juegos olímpicos Tokio 2020, postergados por la pandemia al año 2021, es imprescindible destacar que estos son los mejores resultados que obtuvo el Ecuador en las quince ediciones que participó.
Detrás de las alegrías y triunfos, de las medallas y diplomas, los atletas denunciaron el abandono estatal durante el certamen y todo el ciclo olímpico.
Las quejas y denuncias de los deportistas tricolores impidieron que el Comité Olímpico Ecuatoriano o el Ministerio del Deporte se adueñen de las victorias y que invisibilicen la negligencia con la que actúan.
Los éxitos son obra de los atletas, ellos competieron y triunfaron a pesar del escaso apoyo gubernamental y de la limitada inversión privada. Los dirigentes no caben en la camioneta del triunfo, ni deben adjudicarse ganancias ajenas porque son reproductores de los vicios del pasado que subsisten.
Por ejemplo, del período de la larga noche neoliberal se heredó la orfandad miserable que sufren la mayoría de atletas ahora retirados; del correísmo sobrevive el autoritarismo que intervino las Federaciones Deportivas e impuso a improvisados que hicieron del deporte su trampolín político, sigue vivita y coleando la millonaria corrupción en la construcción de la infraestructura deportiva; se sostiene la decisión de Moreno que liquidó la Empresa Pública Centros de Alto Rendimiento por falta de recursos y porque «nuestros deportistas nunca ganan nada» y, por si fuera poco, Lasso ahora auspicia la privatización de la institución estatal para que las instalaciones deportivas de Carpuela, Macas, Durán, Cuenca y Río Verde sean administradas por empresarios. Esas perversiones son las reprochadas por los deportistas que compitieron en Tokio.
Urge fiscalizar la lista de quienes fueron a los Juegos Olímpicos, ningún colado mereció reemplazar el lugar de entrenadores, fisioterapistas o psicólogos de los deportistas; deben auditarse los gastos que presenten los responsables de la delegación nacional.
Se requieren políticas públicas programadas a largo alcance. Es indelegable, no privatizable, el deporte de alto rendimiento. La inversión social se debe sembrar desde el deporte base en la escuela y las barriadas para cosechar las glorias deportivas del futuro.