Por Francisco Escandón Guevara
Antes de la Constituyente de Montecristi, el correísmo supo aprovechar la indignación contra las prácticas del viejo Congreso Nacional. El aparato de propaganda repetía los videos de los cenicerazos y trompones, de los insultos y los pactos, para desprestigiar a los diputados.
Eso lo catapultó al poder, bajo el lema de acabar con la partidocracia y ciudadanizar la política logró hegemonizar durante una década al electorado y concentrar todos los poderes del Estado bajo su mando corrupto y autoritario.
Por un momento, la Asamblea Nacional burló la baja popularidad, pero ese fantasma volvió recargado. Como si se tratara de una competencia por ser el peor, cada período legislativo fue más cuestionado que el otro y el actual, en apenas dos meses, pinta para ser el ganador.
Continúa la sucia práctica de los camisetazos, la compra y venta de votos le permitió a Noboa controlar la directiva del Parlamento y alcanzar una mayoría para aprobar leyes neoliberales y autoritarias que no resolverán el problema de la inseguridad. Esta transacción política permitió sumar al gobierno a dos asambleístas socialcristianos, cinco asambleístas correístas, seis de Pachacutik y otros autoproclamados independientes.
Los dibujitos de Dominique Serrano permitieron descubrir a sus familiares contratados en los despachos de otros legisladores que recibían favores semejantes. Este vergonzoso trueque de puestos quiere ser disimulado con el despido de cuarenta palanqueados, pero ocultar los nombres de los favorecidos y sus padrinos convierte a Niels Olsen en cómplice del delito de tráfico de influencias.
Otro escándalo legislativo lo protagoniza Santiago Díaz: acusado de violar a una menor de edad. El silencio del prófugo y el apoyo de diez de sus coidearios, a la propuesta para legalizar el consentimiento de relaciones sexuales desde los catorce años de edad, presagian una ruptura del correísmo cada vez con menos parlamentarios y con el liderazgo desgastado del caudillo.
Esa es la nueva Asamblea: heredera de los diezmos y el reparto, discípula de las componendas y la corruptela del viejo Congreso, nunca cambiará si la sigue controlando las élites oligárquicas del presente o del pasado, sólo será distinta cuando el legítimo pueblo tome el poder.