Por Nelson Rueda
“Si los países se dedican a detectar, realizar pruebas, tratar, aislar y rastrear y movilizan a su población en la respuesta, aquellos que tienen unos pocos casos pueden evitar que esos casos se conviertan en grupos de casos, y que esos grupos den paso a la transmisión comunitaria.” Así prevenía el Director de la OMS, Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus a la comunidad internacional el 11 de marzo; y, para concluir su rueda de prensa ese día, recomendaba a las naciones del Mundo lo siguiente: “Prevención, preparación, salud pública, liderazgo político. Y por encima de todo, las personas.”
El día 11 de marzo, fecha en que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la Pandemia Global por el COVID-19, marca una ruptura en el comportamiento de la humanidad a nivel mundial a distintos ritmos, dependiendo de factores culturales, sociales, económicos, generacionales, entre otros.
“Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y sin embargo, pestes y guerras cogen a las gentes siempre desprevenidas.” (La Peste, Albert Camus, p. 29)
El miedo, una emoción básica que nos paraliza o nos llama a la acción, es también una construcción socio cultural intencionada. Enfrentar algo sobre lo que se tiene ninguna o poca información genera temores, angustias, inseguridades, y con ello actitudes que, siendo inicialmente respuestas individuales, van adquiriendo en medio de la interacción humana un carácter social. Al estar involucrados intereses de grupos diferenciados en la comunidad por el nivel socio económico, adquiere (el miedo) una dimensión política. Al miedo se lo enfrenta con información, a partir de reconocer nuestros temores podemos establecer una narrativa de la esperanza y esta a su vez, se transforma en subversiva, en movilizadora frente a lo incierto.
El miedo ha sido utilizado para condicionar respuestas y actitudes de la población frente al “otro”, al enemigo interno o externo, en el pasado inmediato a la subversión y el terrorismo. Recordemos el miedo a las armas atómicas o químicas, en poder supuestamente del régimen de Sadam Huseim, que justificó la agresión criminal de USA, conocida con el eufemístico nombre de “Tormenta del Desierto”, transmitida a todo color y en tiempo real por la cadena internacional CNN.
El miedo al migrante justifica el muro que Trump construye en la frontera con México y las jaulas en las que confinan a menores de edad separándolos de sus progenitores, prácticas fascistas que traen a la memoria de los pueblos y naciones los guetos a los que se confinó a millones de judíos en la última guerra mundial.
Actuar así frente a los miedos, se justifica con la promesa de seguridad. Entonces, miedo y seguridad, juegan una danza macabra en torno a la geopolítica de las grandes potencias.
Los daños colaterales, en el lenguaje de las guerras actuales los pone la población del mundo. Vale recordar uno de los pronunciamientos de Trump en los inicios de la pandemia del COVID-19, previendo el fallecimiento de unos 200.000 ciudadanos norteamericanos (según cómo van los acontecimientos esa cifra puede hacerse realidad), la mayoría de las victimas serán como ya viene sucediendo de las poblaciones de origen latino y afrodescendiente, es decir, daños colaterales, estadísticas, esa es la lógica del Presidente de la primera potencia del capitalismo mundial.
¿Cómo han reaccionado los diversos actores de la sociedad a nivel local en internacional?
En los sectores medios, apresuramiento para acudir a los mini y supermercados de las medianas y grandes ciudades para aprovisionarse de vituallas y alimentos, lo curioso es que, lo primero que dejó de estar presente en las perchas de estos centros de comercio fue el papel higiénico, símbolo de status en la sociedad de consumo, así se reportó en febrero e inicios de marzo desde las principales ciudades europeas víctimas de la expansión del coronavirus.
En los sectores sociales pobres, de desempleados, comerciantes informales, jóvenes hombres y mujeres trabajadores que día a día luchan por el sustento para ellos y sus familias, el orden de prioridades varía. No corren al súper para atiborrarse de productos, pues su urgencia es saber cómo van a sobrevivir frente a esta crisis, su urgencia está en el no saber si mañana sus hijos tendrán la posibilidad de comer, el dilema es: ¿qué los extingue primero, el virus o el hambre?, hambre que debilita su sistema inmunológico y lo convierte en potencialmente vulnerable!
Los gobiernos representantes de las élites sin atinar el cómo, toman medidas, desarrollan una amplia campaña de medios buscando detener el contagio. Medidas sanitarias, aislamiento social, ¡quédate en casa! – por el miedo al contagio, debes hacer caso, no importa si tienes comida o no, el miedo al contagio, el miedo a la muerte, deben guiar un cambio de comportamiento.
El otro miedo inminente es la crisis económica ya presente, que se agudizará con el pasar de las semanas y los meses, en la cual los trabajadores sufrirán las consecuencias vía recortes salariales y de derechos.
Como consecuencia de las dos crisis, la sanitaria y la económica, cientos de miles de trabajadores se enfrentan a la posibilidad del desempleo. Existe preocupación de los empresarios por no disminuir sus ganancias, ante lo que requieren e inquieren del Estado: excepciones tributarias, ampliación de plazos para pagos de créditos, suspensión de los anticipos de pagos del impuesto a la renta, flexibilización laboral que favorezca la sobreexplotación de la fuerza de trabajo, mientras despiden trabajadores sin importar la vida de sus familias.
Las agencias noticiosas internacionales, los organismos oficiales internacionales tanto a nivel sanitario (OMS) como económico (FMI y Banco Mundial), entre otros entes a nivel mundial, proporcionan la cifras de desarrollo de la pandemia que ha pasado de 118.000 casos confirmados en 114 países y 4291 fallecidos[1] en el mes de marzo de ese año, a cerca de 2 millones de contagios en el mundo, superando los 130 mil muertos actualmente. Parece el relato de una macabra serie de zombies que acaban con la esperanza de la humanidad, ante lo cual, la individualización total y el aislamiento, se constituyen en garantías de sobrevivencia.
La última esperanza va de la mano de la fe, de la religiosidad. Tomando cuerpo y dando sentido a la incertidumbre, oraciones y cadenas inundan las redes sociales, un milagro que permita retornar a la calma, superando a la racionalidad, la ciencia y el conocimiento como camino de superación de esta crisis sanitaria.
La falta de información y transparencia desde los grandes medios de información públicos y privados aportan a la desesperanza, sus noticias están orientadas a mantener y ganar rating para obtener más publicidad que asegure el incremento de sus ganancias. La amplificación de los miedos facilita que desde las diversas instancias de poder se restrinja la información , se manipule, utilice y abuse de la ignorancia para someter al conjunto de la población a una serie de medidas que legitiman la violencia, vulneran derechos, quiebran voluntades; y, como en un gran panóptico, el mundo actual confina, contabiliza, orienta, restringe y norma el comportamiento de millones de seres humanos, buscando convertirlos en dóciles y útiles al orden, bajo una lógica que busca reproducir y salvar el capital.
“La historia la escriben siempre los vencedores, nunca o raramente los vencidos. Lo mismo ocurre con la narración de los acontecimientos. Quienes ejercen el control de los medios de difusión imponen el relato.” (La narrativa política, Castelló, 2018).
La inseguridad, la incertidumbre frente al futuro en todos los planos hace que la narrativa del miedo, de los temores, de la incertidumbre, se adueñe de nuestras vidas, nos gobierne y dicte normas que de asumirse plenamente abren el camino a prácticas autoritarias en deterioro de la vigencia plena de los derechos humanos y la libertad, condición básica para el desarrollo de lo humano.
Entra en cuestionamiento el paradigma de “progreso” de la sociedad moderna, basada en la explotación irracional de los recursos de la naturaleza para la obtención de la máxima ganancia con la mínima inversión. La denominada “obsolescencia programada” que promueve un consumismo morboso y la sobreexplotación de la naturaleza nos pasa factura, no solo ha fracasado el neoliberalismo, el sistema capitalista está en crisis, la emergencia sanitaria mundial ha desnudado la violencia y la barbarie del capital frente al ser humano.
El miedo arriba a los centros del poder mundial, las grandes potencias capitalistas dueñas de corporaciones industriales, tecnológicas, farmacéuticas, quienes pretenden monopolizar, privatizar la vacuna, y en su preocupación por la sobrevivencia de sus sociedades buscan obtener ganancias en medio de la crisis.
Emprenden salvatajes históricos: 1 billón de dólares Japón, 2 billones de dólares EEUU, cierra fronteras la Rusia de Putín, la vieja Europa; sin poder ponerse de acuerdo en cómo salvar sus economías, caen como un juego de dominó en las garras de la pandemia, Italia, España, Francia e Inglaterra.
África es de las regiones menos afectadas con la propagación de la pandemia, allí donde hace más de 100 mil años inició la humanidad, región devastada por la expoliación colonial y hoy por la “racional modernidad” de las corporaciones y las transnacionales mineras. ¿Sugiere esta situación un retorno de los condenados de la tierra como lo señalara Frank Fanon en una de sus obras? Edgar Allan Poe en su obra “La máscara de la muerte roja”, describe el comportamiento de las élites frente a una epidemia, esto se replica hoy a nivel global, a nivel planetario.
Ante el COVID-19, ¿puede el ser humano, rompiendo la lógica de sus miedos y temores individuares, colectivos, corporativos, estatales, internacionales, nacionales, locales y transnacionales, construir o generar otra narrativa que se oponga al miedo, que le dé sentido a la vida, que restablezca utopías y sueños por los que individual y colectivamente caminemos, apostemos, poniendo en común la vida, la alimentación, lo comunitario, la salud, la educación, la recreación, la naturaleza y sus derechos, la solidaridad, una visión de desarrollo que no oponga sino que complemente lo social y la naturaleza para que en armonía se desarrollen infinitamente las capacidades del ser humano y los recursos naturales?.
La respuesta a estas interrogantes es un SÍ, una visión positiva no solo que es factible, la propia crisis está articulando otra narrativa, la de la esperanza frente a la desesperanza, de la certeza frente a la incertidumbre, la del conocimiento, de la ciencia y los saberes ancestrales frente al fetichismo, el dogma, la fe religiosa. Esta narrativa viene desde abajo y desde la izquierda, de los movimientos sociales, de los partidos y las organizaciones de izquierda, de los pueblos, de los trabajadores, de las y los excluidos de la tierra.
Una narrativa colectiva de la esperanza, debe tener en su base una realidad que día a día evidencia la crisis sanitaria, esta es: que solo las clases trabajadoras y solo ellas, son capaces de generar la riqueza de las naciones y las corporaciones. La crisis ha puesto en evidencia que únicamente los trabajadores con su energía son capaces de crear valor.
La fuerza de trabajo de millones de hombres y mujeres como lo definieran en el siglo XIX Marx y F. Engels, es la única que genera valor. La prédica posmoderna de la superación del sujeto histórico ha sido aplastada por la realidad, siempre más rica que cualquier especulación que se haga de ella, y pone al centro de la economía de la vida, de la sociedad, de la superación de la crisis sanitaria y económica mundial, la capacidad creadora de los millones de seres humanos, de trabajadores y pueblos, quienes tejiendo redes de solidaridad, rompiendo el aislamiento social que nos convoca a la inacción y la quietud, utilizando las redes sociales, provocan nuevas expresiones de unidad y resistencia, donde convergen los intereses de la mayoría que podrían sintetizarse en condiciones de vida dignas que involucran tener un trabajo, educación, salud, vivienda, recreación para todos; en oposición a la visión mercantil de farmacéuticas, empresas de comercio de alimentos, de la especulación de los mercados bursátiles, transnacionales mineras o tecnológicas para quienes incluso en las presentes condiciones se mantiene la lógica de la obtención de la máxima ganancia del capital, socializando la miseria y privatizando las ganancias.
Son tiempos los actuales, en los cuales debe superarse la normalidad capitalista por una normalidad que implica romper su hegemonía, es tiempo de privatizar la miseria y socializar la riqueza, poner la sociedad humana de cabeza para arribar a una nueva normalidad, donde los creadores seamos quienes disfrutemos de la riqueza social generada en el devenir de la historia humana.
El generar una narrativa, unos sueños colectivos y su materialización, vendrá necesariamente de la práctica social de las clases, de los sectores sociales, de las colectividades diversas de jóvenes, mujeres, ecologistas, género, animalistas, agroecologistas y más sectores; impulsando esfuerzos cotidianos, permanentes, transparentes, congruentes, éticos y de lucha por una humanidad nueva, por una sociedad equitativa, solidaria y justa.
La superación de la crisis sanitaria vendrá y tendrá un costo alto para las naciones, los pueblos y las clases trabajadoras.
La superación de la crisis económica
actual que se prevé de mayor alcance que la crisis de los años 30, involucra la superación del capitalismo
salvaje y bárbaro, tiene que venir de la acción, de la unidad y organización, de la
recuperación de misión transformadora de los trabajadores, los pueblos y sus
organizaciones.
[1] Alocución de apertura del Director General de la OMS en la rueda de prensa sobre la COVID-19 celebrada el 11 de marzo de 2020 – https://www.who.int/es/dg/speeches/detail/who-director-general-s-opening-remarks-at-the-media-briefing-on-covid-19—11-march-2020