Por Jaime Chuchuca Serrano
Cuando nos desprecian nos llaman indígenas, indios, cholos, mitayos, oscuros, tiznados; cuando quieren tributos o votos, ciudadanos.
Cuando el indígena tenía sus cabellos largos les
rapaban en las escuelas (años sesenta, setenta, ochenta, noventa y hasta los
dos mil), con tijera, cuchillo, a jalones, llamándoles piojosos, sucios,
pilisientos. A la mujer le jalaban las trenzas y se le impedía entrar en la
escuela.
Cuando el hacendado violaba a las sirvientas, campesinas, indias huasipungueras, a veces se arriesgaba a ponerle su apellido en el bautizo, o le sugería al cura o al juez del registro civil un apellido blanco, mestizo, que haga juego con su sangre.
Cuando al guagua se le ponía nombre indígena,
“ese no es nombre cristiano”, decían, “le has de poner uno del evangelio”. Cuando
se hablaba en kichwa, en shuar, achuar… los blancos escupían: “esas son
lenguas del diablo” y se prohibía su enseñanza.
Y ahora, a los años, cuando se presentan con los
cabellos cortados, con nuevo nombre, con la lengua ancestral olvidada a fuerza
del látigo, se les grita: “¡tú no eres indígena!”.
La fiesta de bautizo, confirmación, matrimonio
servía para endeudar a los taitas, para quitarles las tierras y sus propiedades.
Los trapiches y ventas de alcohol de los hacendados cumplían y cumplen la función de idiotizar a los trabajadores. Los vendedores se ríen: “el fin de semana el shunsho deja devolviendo todo el sueldo por unos cuantos litros de trago”.
Cuando se rebelan los indígenas los arrastran, les patean, les matan y vuelven a nacer mil veces. Sin zapatos, caminan; sin libros, leen; y sin esferos escriben sus propias páginas. Sin universidades se gradúan y sin dinero conservan su riqueza. Sin teléfonos y sin internet se comunican. Sin vacunas, viven. Sin lentes, ven. Sin lágrimas, lloran. Con cadenas, piensan en la emancipación del futuro. La belleza de las luchas se derrama como gotas de pintura por los abriles, como el parto de las mujeres que cortan con su propia mano el cordón umbilical y desenvainan la placenta.
Cuando los indígenas, indios, indias, mitayos, mitayas, cholos, chagras, quieren ser autoridades, presidentes se les hiere e injuria de todas las formas posibles: el papel no aguanta tanto insulto.
Al indio que quiera ser
presidente de la república, la injusticia del blanqueamiento, de la burguesía
engominada, le encaminará por el vía crucis político, se le hará hablar en
todas las lenguas, se le tomará exámenes que no se le piden al blanco común, se
le detendrán los conteos, se le anularán los votos, se les rallarán los
nombres… Al final, en algún año ganará, y verá desde su escritorio que no tomó
la choza presidencial, sino que esta lo tomó a él. Si recapacita a tiempo, se
dará cuenta que solo regresando al camino del pueblo, que solo latiendo con millones
de corazones podrá transformar su realidad teñida de sufrimientos y sangre.