Por Jorge Cabrera
En esta hora sombría del Ecuador, cuando la noche parece cerrarse sobre los derechos y la dignidad de los pueblos, un puñado de leyes ha irrumpido con la furia del autoritarismo disfrazado de institucionalidad. La Ley de Integridad Pública, la Ley de Solidaridad Nacional y la Ley de Inteligencia no son sino el trípode jurídico de un modelo antipopular, regresivo y profundamente precarizador que pretende imponer el gobierno de Daniel Noboa. Bajo el ropaje discursivo de la transparencia, la solidaridad y la seguridad, se esconde una maquinaria de control político, persecución social y desmontaje de los derechos laborales y colectivos conquistados con décadas de lucha, cárcel y sangre del pueblo.
Estas leyes, paridas en la oscuridad de una Asamblea Nacional secuestrada por las mafias políticas que, como hienas, disputan entre sí los restos del Estado, nacen del pacto infame entre la burguesía financiera, los aparatos mediáticos y los intereses extranjeros. Se nos quiere imponer un país sin alma, sin historia y sin derechos. Un país donde el trabajador es solo una variable de ajuste, el joven una cifra en las encuestas y el campesino un obstáculo para el extractivismo sin freno. ¡Pero el pueblo no es cifra ni obstáculo: es volcán, es memoria, ¡es la fuerza creadora de la historia!
La Ley de Áreas Protegidas, disfrazada de compromiso ambiental, no busca proteger la naturaleza, sino blindar los intereses extractivistas que han hecho de la biodiversidad un botín para la oligarquía. En lugar de garantizar la soberanía de los pueblos originarios y campesinos sobre sus territorios, el gobierno firma decretos que entregan la selva, el páramo y el agua al capital transnacional. La Ley de Integridad Pública pretende maquillar con moralismo institucional el saqueo programado del aparato estatal, y la Ley de Inteligencia no es más que una mordaza legalizada: se pretende espiar, criminalizar y neutralizar a toda voz disidente, bajo la excusa de proteger al Estado, cuando en realidad protegen sus intereses privados y sus privilegios.
Pero el país no es un cuartel. El Ecuador profundo, el de los pueblos ancestrales, el de las mujeres combativas, el de los jóvenes sin futuro pero con fuego en la mirada, el de los obreros que madrugan entre el cemento y la miseria, se ha puesto de pie. Porque estas leyes fueron frenadas no por la conciencia de los legisladores, sino por la conciencia colectiva del pueblo organizado que salió a las calles, que alzó su voz y resistió en cada esquina del territorio. Porque cada paso en esas jornadas fue un eco de nuestros antepasados que supieron derrocar dictaduras, tumbar gobiernos infames y defender la patria del entreguismo.
Hoy esas leyes se hallan en vilo, detenidas gracias a las medidas cautelares otorgadas por la Corte Constitucional, el último bastión de defensa de la legalidad y los derechos. Pero el gobierno, desesperado por someter incluso a esta instancia, lanza su ofensiva: campañas de marketing llenas de frases vacías, contramarchas pagadas, intentos de desprestigio y la amenaza latente de una consulta popular amañada, que no busca oír al pueblo sino silenciarlo. Pretende eliminar al CPCCS, imponer el trabajo por horas, quebrar los últimos pilares de la institucionalidad, y construir así un Estado autoritario, al servicio exclusivo del capital.
Pero frente al miedo, está la esperanza organizada. Frente al poder opresor, está la Unidad Popular. Frente al mandato ilegítimo de un presidente impuesto por las élites, se levanta la voluntad insobornable de los trabajadores, de las mujeres, de los pueblos ancestrales, de los campesinos, de los estudiantes, de los jubilados. Aquí estamos. Aquí seguimos. No tenemos marketing, pero tenemos memoria. No tenemos millones de dolares, pero tenemos millones de razones para luchar.
Desde los barrios pobres hasta los páramos indígenas, desde las fabricas hasta las universidades, se siente ya el rugir de la resistencia. Que lo escuchen bien: no hay reforma, ni ley, ni decreto que pueda contra la dignidad organizada de un pueblo consciente. Y si pretenden desconocer nuestra historia, si buscan someternos con el miedo, respondemos con unidad, con organización, con lucha callejera y conciencia revolucionaria.
Porque no hay dictadura que pueda con un pueblo dispuesto a vencer. Y hoy, como ayer, venceremos.