Por Jenny Segovia
Debo
comenzar estas líneas planteando el hecho de auto determinarme INDIA. A partir
de hoy por mi torrente sanguíneo correrá únicamente sangre de nuestros indígenas
originarios, su memoria histórica gobierna mi ser, los más de 500 años de
resistencia y su legado de valentía, coraje y dignidad a partir de este momento
predomina en mí. Desconozco la presencia de la sangre española que dio origen
al mestizaje de nuestro pueblo.
Retrocediendo en la historia es necesario resaltar que las primeras comunidades
que habitaban nuestro país, eran pueblos de paz y eminentemente agrícolas, en
este periodo de tiempo las mujeres jugaban un papel preponderante en la
estructura organizativa y social, al ser ellas quienes trabajaban los campos
haciendo producir la tierra, que dotaba de alimentos para las tribus, su
presencia era respetada y apreciada por todos los miembros de estas
comunidades. En muchos de los territorios en diferentes lugares del mundo,
incluso se reconoce la organización de los territorios bajo el dominio de las
mujeres mediante el sistema del matriarcado, mucho más adelante en la historia
y mediante la división del trabajo, se devino como consecuencia la marginación
de la mujer y su inminente relegó al ámbito privado, aislando su accionar a las
tareas del cuidado de la familia y los quehaceres domésticos, sometiéndola a la
dominación del hombre bajo la tutela del sistema capitalista machista por
excelencia.
Cuando los Incas llegaron a estos territorios trajeron consigo mucho dolor y
sufrimiento para el pueblo, los intentos de conquista arrasaron con culturas
enteras, la oposición y resistencia de hombres y mujeres dificultó en gran
medida su avance por todo el país, cientos de años duro la resistencia indígena,
su espíritu rebelde les impedía doblegarse ante el invasor incaico, pero a
pesar de lo sangriento de su llegada, jamás este hecho pudo compararse con la
conquista española y menos aún pudo acabar con nuestra cultura y tradición de
querer seguir siendo pueblos de libertad. De lo que se conoce fueron crueles
las batallas que se debieron librar, antes de caer parcialmente en manos de los
esclavistas Incas, que a fuerza se impusieron en algunos sectores, pero no sin
antes encontrarse con la valentía de mujeres y hombres.
Nos dice la historia que posteriormente hace más de 500 años, un hito sin
precedente llegó para marcar para siempre la vida de los habitantes de aquel
entonces, la conquista española significó humillación, vejámenes, desolación,
crueldad e inimaginables torturas y la devastación de nuestras riquezas, la
flora y fauna, y los diversos ecosistemas originarios; lo que jamás lograron,
es despojarnos de las tradiciones y cultura ancestrales.
Con la llegada de los españoles los habitantes de estas latitudes pasaron a ser
considerados menos que animales, obligados a dormir en los patios de las casas
cual bestias salvajes o en el mejor de los casos considerados igual que
animales domésticos, obligados a comer las sobras de perros, forzados a trabajar
en las minas, obrajes y encomiendas; muchos de ellos eran tomados a la fuerza
de sus comunidades, desarraigados de sus familias y forzados a trabajar sin
sueldo, convertidos en bestias de carga ya que soportaban más peso en sus
hombros que las débiles llamas, comprados y vendidos, recibiendo alimentación
precaria; de aquellos tiempos coloniales nace la costumbre, hasta ahora
vigente, de comer tierra, la falta de hierro provoca anemia; el instinto empuja
a los niños a compensar con tierra las sales minerales que no encuentran en su
comida habitual, esclavizados de por vida, la única manera de salir de estos
lugares era cuando la vida abandonaba sus cuerpos (promedio de vida de los
trabajadores de las minas – 4 años), ya que el mercurio utilizado para la extracción
de la plata envenenaba tanto o más que los gases tóxicos del vientre de la
tierra, hacia caer el cabello y los dientes, a la vez que provocaba temblores
indominables, las madres asesinaban a sus hijos con tal de librarlos de las
torturas del trabajo en las minas. Un nuevo proceso histórico, político,
económico y social se establecía a partir del derramamiento de la sangre de nuestras
niñas y niños, mujeres, y hombres.
Los latifundios eran el medio de subsistencia para algunos indígenas en el mejor
de los casos, ellos vendían la fuerza de su trabajo a cambio de un pedazo de
tierra y la posibilidad de la subsistencia familiar, lógicamente luego de haber
entregado lo mejor de sus cosechas al amo latifundista o señor feudal.
Cuenta la historia, y ahí sí, lo hace de manera correcta, que nuestro pueblo
fue obligado mediante el uso de las armas de fuego y armas blancas (cuchillos y
espadas), la tortura y la religión, a huir a las tierras altas, a los cerros y
montañas, para tratar de preservar su vida; en aquella época eran cerca de
setenta millones los indígenas de América, pero luego del exterminio un siglo y
medio después se habían reducido, en total, a solo tres millones y medio. Llegaron
los conquistadores extranjeros de aquel entonces la mayoría provenientes de las
cárceles españolas, a apoderarse de las tierras fértiles, el agua, los
productos agrícolas, el oro, la plata y otros minerales, para su beneficio
personal y el mantenimiento de la monarquía española, endeudada y al borde del
colapso económico, incapaz de sostener con sus propios recursos el sistema de
despilfarro de una monarquía obesa y la iglesia católica con sed de riquezas y
poder.
Tal era la manera brutal con que se sometió a los indígenas, que la misma
iglesia, en cierto punto de la historia, debió reconocerlos como seres humanos
que poseían cuerpo, aunque no alma, por el hecho de no querer reconocer en si a
un Dios mezquino, que propiciaba la desigualdad e inequidad, la marginación e
irrespeto de los más elementales derechos humanos, tal como se los concibe hoy
en día, tratando así de darles un poco de valor a sus vidas. Cuánto daño a
causado la religión católica al mundo, cuan crueles han sido sus famosas
cruzadas evangelizadoras, pero esos acontecimientos históricos, deben ser motivo
de otro análisis más amplio y profundo, en tan solo, una pocas líneas no se
puede sintetizar el horror desencadenado por este sector privilegiado desde ese
entonces y hasta la actualidad, que junto a los grandes grupos de poder
económico conforman las élites mundiales que gobiernan hasta la actualidad.
Hasta no hace mucho tiempo atrás, los indígenas no podían utilizar el
transporte público, eran obligados a saludar a sus amos besándolos la mano en
señal de respeto, sus mujeres eran ultrajadas por sus patrones, y cuando se
atrevían a sublevarse exigiendo ser tratados como iguales, eran colgados,
torturados y decapitados en las plazas públicas, en señal de advertencia de lo
que les podía pasar a todos aquellos que siquiera pensaran en hacer lo mismo.
Avanzando un poco en el tiempo, cuando por fin pudieron luego de tanta lucha, explotación
y muertes, conseguir algo de respeto para sí mismos, se les concedieron algunos
beneficios pero con restricciones por supuesto, debido a su condición de
desigualdad ante españoles y mestizos; ya podían por ejemplo, utilizar el
transporte público pero no podían sentarse, eran obligados a viajar de pies
largas distancias sin importar su condición de edad o género, podían estudiar
pero solo los hombres y únicamente oficios, ganaban sueldos de miseria, mismos
que eran gastados en su mayoría en las tiendas de las haciendas donde
trabajaban, ya que eran inducidos a consumir bebidas alcohólicas y coca luego
de sus largas jornadas laborales, en algunos casos les tocaba trabajar día y
noche, agudizando así aún más su condición de pobreza.
Luego de este análisis que he tratado de plasmar lo más resumido posible, como
no reconocer, la herencia indígena de rebeldía y de lucha, como no querer,
desterrar de mí, de todos, el porcentaje de sangre española que originó el
mestizaje y que tanto daño hizo al territorio ecuatoriano y a otras latitudes
de América Latina.
Ya en la actualidad de nuestro país, octubre rojo de 2019, significó el
resurgimiento del pueblo ecuatoriano, el renacer a la lucha, especialmente del
pueblo indígena, quien con la organización y ejecución del Levantamiento
Indígena Popular, en coordinación con otros sectores de la sociedad, dimos
claras muestras de rebeldía y dignidad al Ecuador y al mundo entero,
encendiendo así la llama libertaria, como algún día fuera el sueño de Simón Bolívar
en América Latina, dejando en claro nuestra posición de rechazo a las políticas
del Fondo Monetario Internacional, cuya presencia en los diferentes países del
mundo entero, ha significado agudizar aún más las condiciones de desigualdad
económica y social de los pueblos, agrandando enormemente las brechas de
pobreza y acrecentando de manera irracional e insostenible la concentración de
la riqueza en pocas manos.
Entonces cómo no autoreconocer mi naturaleza indígena, como no valorar su
innegable presencia en mí, hay que conocer un poco de historia para poder
respetar y hacer nuestra la riqueza ancestral y cultural de los pueblos
originarios del Ecuador. Cabe entonces, en este punto una interrogación, en
especial para aquellos que se creen descendientes de españoles puros, de aquellos
que nos ordenan retirarnos a los páramos… ¿Quiénes son los verdaderos dueños
de estos territorios que actualmente se reconocen como parte del Estado
ecuatoriano? ¿A quiénes les corresponde nombrarse dueños del agua y las
riquezas de la tierra?, dejó estos cuestionamientos por aquí…
Finalmente me permito mencionar en este documento una canción, que me conmueve
hasta las lágrimas, y que toca con su melodía y letra hasta las fibras más
profundas de mi ser, escrita por el compositor peruano Luis Abanto Morales, que
evidencia la segregación racial a la que ha sido sometida toda América Latina,
realidad del pueblo peruano, pero para nada ajena a nuestra realidad:
«Cholo soy y no me compadezcas»
Cholo soy y no me compadezcas,
Esas son monedas que no valen nada
Y que dan los blancos como quien da plata,
Nosotros los cholos no pedimos nada,
Pues faltando todo, todo nos alcanza.
Déjame en la páramo, vivir a mis anchas,
Trepar por los cerros detrás de mis cabras,
Arando la tierra, tejiendo los ponchos, pastando mis llamas,
Y echar a los vientos la voz de mi quena
Dices que soy triste, ¿qué quieres que haga?
No dicen ustedes que el cholo es sin alma
Y que es como piedra, sin voz ni palabra
Y llora por dentro, sin mostrar las lágrimas.
Acaso no fueron los blancos venidos de España
Que nos dieron muerte por oro y por plata,
No hubo un tal Pizarro que mató a Atahualpa,
Tras muchas promesas, bonitas y falsas.
Entonces qué quieres, que quieres que haga,
Que me ponga alegre como día de fiesta,
Mientras mis hermanos doblan las espaldas
Por cuatro centavos que el patrón les paga.
Quieres que me ría,
Mientras mis hermanos son bestias de carga
Llevando riquezas que otros se guardan.
Quieres que la risa me ensanche la cara,
Mientras mis hermanos viven en las montañas como topos,
Escarba y escarba, mientras se enriquecen los que no trabajan.
Quieres que me alegre,
Mientras mis hermanas van a casas de ricos
Lo mismo que esclavas.
Cholo soy y no me compadezcas.
Déjame en la Puna vivir a mis anchas,
Trepar por los cerros detrás de mis cabras,
Arando la tierra, tejiendo los ponchos, pastando mis llamas,
Y echar a los vientos la voz de mi quena
Déjame tranquilo, que aquí la montaña
Me ofrece sus piedras, acaso más blandas
Que esas condolencias que tú me regalas.
Cholo soy y no me compadezcas.
Nota:
Significado de la palabra Cholo.- Es un término que se usa en algunos países de América como término de identidad nacional y que generalmente refiere a
la población indígena, así como también a los mestizos, de
rasgos indígenas y blancos, dejando fuera blancos o criollos, negros, mulatos, zambos y descendientes asiáticos.