Ludmila Outtes**
Que las mujeres representan la mayoría de la población mundial no es ninguna novedad para nadie. Tampoco es una novedad que las mujeres ocupan más espacios en la sociedad, buscando disminuir la histórica diferencia entre géneros. Sin embargo, a pesar de todos esos avances, aún no hemos logrado la igualdad entre hombres y mujeres.
La división del trabajo se produjo desde el inicio de la sociedad primitiva. Le correspondió a la mujer, entre otras cosas, las tareas del cuidado del hogar y la crianza de los niños, dejándolas responsables por el trabajo invisible y no remunerado. A pesar de eso, en el desenvolvimiento de la sociedad y de los varios sistemas económicos, las mujeres siempre acumularon, junto al trabajo no productivo, el trabajo productivo y formal.
Las mujeres y el mercado de trabajo
Hoy, según el IBGE, el 40% de los hogares son dirigidos por mujeres. A pesar de eso, la tasa de desempleo entre las mujeres es mayor que el de los hombres. Mundialmente, el desempleo entre las mujeres es el 6% (0,8% mayor que el de los hombres). En el Brasil, esa tasa es del 13,2% para las mujeres y 9,8% para los hombres. También el mercado informal es compuesto mayoritariamente por mujeres.
Apenas el 45% de las mujeres están en el mercado de trabajo, contra el 76,1% de los hombres, según el informe “Perspectivas Sociales y del Empleo en el Mundo: Tendencias para as Mujeres 2018”. También los salarios son diferentes: según los datos del IBGE (2018), las mujeres reciben en promedio el 25% menos que los hombres por hacer el mismo trabajo, teniendo la misma formación. Y, contradictoriamente, la desigualdad salarial aumenta cuando mayor es la escolaridad: mujeres que tiene hasta 4 años de estudio ganan el 80% del salario de los hombres con el mismo nivel de escolaridad, mientras mujeres con 12 años de estudios ganan 60% de los salarios de los hombres con el mismo nivel de escolaridad.
A pesar de que la mujeres son la mayoría entre los que poseen cursos superiores. 12,5% de las mujeres, frente a 9,9% de los hombres, ellas ocupan apenas el 37% de los puestos de dirección, cayendo al 10% cuando se trata de grandes corporaciones. Además de eso, cuando consiguen alcanzar cargos de gerencia y dirección dentro las organizaciones, las mujeres gana en promedio 46,7% menos que los hombres.
También el hecho de ser madre aumenta la diferencia salarial para las mujeres. Según investigaciones de la Universidad de Pensilvania, el salario de las mujeres disminuye cerca del 7% por hijo. Pero, antes de la dificultad de los salarios bajos, las madres encuentran dificultades de conseguir empleo. “En las entrevistas preguntaban si yo tenía hijos y si ellos entorpecían mi actividad profesional”, relató Vivian Alves, 25 años, psicóloga. Y las dificultades son reales para Vivian y muchas mujeres que no tienen acceso a guarderías y a la escuela integral para dejar a los hijos. “Mi hija más joven estudia en una guardería del barrio vecino, porque el mío no tiene. La guardería tiene un horario rotativo por lo que algunos días no tiene clases a tiempo completo. Mi hijo mayor solo tiene un turno en la escuela. Entonces si yo no tengo un pariente que se predisponga a cuidar de ellos, yo falto a cualquier compromiso”, señaló Vivian.
A pesar que muchos economistas y empresarios repiten hasta el cansancio que la diferencia entre hombres y mujeres en el mercado de trabajo es “natural”, por el hecho de que la maternidad aparta a las mujeres del trabajo (por ejemplo, el pronunciamiento del presidente Bolsonaro en su campaña, cuando dice que las mujeres deben ganar menos porque se embarazan), no hay nada natural en eso. Y aun dentro del mismo capitalismo, esa discriminación no es beneficiosa para la economía.
El capitalismo aumenta las desigualdades
Además de las desigualdades dentro del mercado de trabajo, en casa las mujeres también sufren las diferencias de género. En promedio, las mujeres gastan 22 horas por semana en trabajos domésticos, incluso cuando trabajan fuera, mientras los hombres gastan apenas 9,9 horas semanales. Eso caracteriza la llamada doble jornada que enfrentan las mujeres.
No fue el capitalismo el que creó el machismo. Pero el capitalismo se aprovecha del machismo para explotar aún más a las mujeres, pagando menores salarios y obligándolas a una doble jornada de trabajo. Por eso es fundamental que los movimientos feministas establezcan la necesidad de eliminar la desigualdad entre hombres y mujeres en el mercado de trabajo, garantizar las guarderías para que las madres tengan donde dejar a sus hijos y la asistencia del Estado en las tareas que hoy son responsabilidad femenina, como disponibilidad de lavanderías colectivas y restaurantes populares.
Pero no podemos creer que esas medidas pueden mantenerse en un sistema que tienen a la explotación de hombres y mujeres como principio. Por lo tanto, la plena liberación de las mujeres solo será posible dentro una sociedad socialista.