Quimsacocha, Cuenca, Yasuní, Choco: ¿hay otros caminos?

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Por Jaime Chuchuca Serrano

Las consultas antiextractivistas ganadas en Girón (2019), Cuenca (2021), Ecuador-Yasuní (2023) y Quito-Choco (2023) son parte de la organización de la consciencia ecológica que ha adquirido la población ecuatoriana en defensa del agua, la naturaleza y la vida. La mayoría se pronunció: entre el 60 y 80% de los electores dieron un grito profundo por el cuidado de la Pachamama. Las luchas sociales de décadas se han normativizado institucionalmente; un paso nada fácil, en la historia de las contiendas, en que los pueblos son sitiados y atemorizados; los activistas, perseguidos y encarcelados; los gobiernos, corruptibles. El pacto extractivista, Estado-empresa, ha tenido golpes, pero no ha retrocedido en sus planes; tampoco el extractivismo ilegal.

La queja de las megamineras, generalmente, es la disminución de sus ganancias; las rentas para el país en realidad son bajísimas, el empleo escaso y a corto plazo. La minería ilegal tiene relaciones con personal de las empresas, y otras, con redes delincuenciales; crean violencia y continúan con la expoliación. Sin embargo, las economías extractivistas, depredadoras, saben de su caducidad. La estrategia políticamente correcta y demagógica dice: hagamos extractivismo sostenible, pero continúa tan devastador como antes. El discurso de “el extractivismo nos sacará de pobreza”, fue usado por los modelos más autoritarios y también por los neodesarrollistas; no obstante, se ha aniquilado a la naturaleza, y la pobreza, lejos de acabarse, se ha extendido sin horizontes.

Las consultas populares, luchas y otros procesos nos demuestran que la transición hacia el postextractivismo es una construcción política colectiva. Las líneas filosóficas han avanzado mucho más que las económicas. Han aparecido nuevos modelos, y las reflexiones sobre alternativas al actual paradigma tecnoproductivo son urgentes. El relato de Simbad, el marino, prendiendo fuego en lo que creía una isla, y resultó ser una ballena, está conectado con nuestra experiencia constante de violar el equilibrio de la naturaleza. El derecho humano al agua, que fue tan avanzado en la Constitución de 2008, sigue siendo atropocéntrico, miles de especies animales han desaparecido por falta de agua y la destrucción de su hábitat. Por siglos, las utopías además de ser críticas, nos han puesto a pensar si hay otros caminos.

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