Por Rocío Paz y Miño
Cuando apenas aprendí a leer mi padre me regalo la saga completa de Emilio Salgari, Los Tigres de Mompracen, El Corsario Negro, El rey del Mar y sus aventuras, en barcos y luchas entre formidables guerreros, costumbres exóticas y una magia descriptiva tal que hacía que mi mente y corazón se desbordase por la curiosidad y la sed por conocer esos lugares distantes, y tan cercanos a la vez. En mi paso imaginativo por esos mundos, en la cimitarra de Buda descubrí a China; por alguna razón incomprensible surgió un llamado desde el centro de mi alma: quiero ir a China. Pronto recibí historia y geografía y descubrí en el mapamundi que, muy cerca de Borneo y Malasia estaba la China. Inocentemente pensaba que en un barco sería fácil llegar puesto que en el mapa no se veía tan lejos.
Cuando tenía 13 años un pariente de mi padre nos visitó tras años de ausencia y nos contó sobre sus viajes, yo lo miraba deslumbrada y permanecí hechizada varios días por su relato sobre lo visto en los países orientales, su descripción de su caminata en la muralla china, me hizo soñar por días enteros, pues recordaba cada palabra como si de un sortilegio se tratase, pero también me preocupé, pues tomaba meses llegar en barco y allá me tomarían más meses ir para donde yo quería. Tras 49 años, un biólogo conocido publicó en Facebook una foto de él y su hija en la muralla china, el deseo ya lejano regresó a mi mente; pero los años habían dejado huellas en aquella niña aventurera, que miedosa miró para otro lado.
El sueño se hizo realidad
En el aniversario 51 de haber pospuesto el sueño de ir a China, mi hija Sofía decidió viajar para conocer el Asia; el día que tomaba su avión, con su dulzura habitual me dijo “mami a ti siempre te ha gustado la China y su cultura, porque no vienes ahora y nos encontramos allá en mayo”. El deseo pospuesto empezó a tomar fuerza y mientras viajaba hacia mi hogar en Tena, surgió el anhelo, imparable, inaplazable, ese día lo decidí: Me voy a China.
Una amiga italiana me ayudo a comprar los pasajes, me explico a grandes rasgos como moverme en Ámsterdam. Con mi hija armamos nuestra ruta: el Buda de Leshan me llamaba, los guerreros de Terracota estaban cada vez más cerca y la muralla china brillaba con luz propia. Por supuesto no podían faltar áreas protegidas en la ruta. ¿Qué biólogo no tendría el deseo de conocer la biodiversidad al otro lado del mundo?
Como el gran día se acercaba, contacte en Archidona con mi viejo amigo Fabian Chicaiza, quien generosamente me contacto con su hijo Cristian Chicaiza, que actualmente cursa estudios de doctorado PhD. en Energía Renovables en Shanghai.
Y llego ese gran día, una calma increíble se apodero de mi ser, al subirme al avión, recordé el “barco” que, en el imaginario de mi niñez necesitaba, ahora estaba ahí, pintado de azul, con logo de KLM. Desde mi ventana mares de nubes viajaban rumbo a destinos inciertos por caminos que solo ellas conocen, aviones pasaban por nuestro lado raudos dejando estelas blancas, aguas obscuras que aún hoy son capaces de tragar barcos enteros sin dejar huellas, se miraban desde la altura inofensivas, adormiladas por el vaivén de la tierra.
La pantalla frente a mí, mostraba los lugares sobre los que volábamos, pasó rauda, “pisando” un cachito de Alemania, Italia, el hermoso Estambul que visité en el 2016. Bajo mis pies empezaron a surgir lugares que Marco Polo describió en su viaje, el mar Negro, el mar de Aral reducido a una miseria azul cobalto, por una presa construida en Rusia, que, como toda decisión política mal pensada, causa efectos y daño ambiental a largo plazo, en lugares tan distantes; pues los ríos que alimentaban a este orgullo “mar del pasado” han sido drenados sin compasión por décadas. Entre lágrimas de desconsuelo e impotencia la región alrededor del Egeo agoniza en medio de dunas de arena y la desesperanza de sus habitantes.
Fui testigo del atardecer, anochecer y amanecer, desde la ventana miraba, pasaban ciudades, templos, montañas, cordilleras nevadas, ríos, lagos y a ratos obscuridad y silencio. La madrugada me sorprendió cruzando el desierto de Gobi, tras tres horas a 800 km por hora, el paisaje desértico quedo atrás, y apareció nuevamente el verdor, ciudades enormes y ríos anchísimos color esmeralda: estaba en la China de mis sueños.
Mi llegada a Shanghai
Llegando a Shanghai, miré la desembocadura del río Yangtsé, los puertos Wusongkou, Waigaoqiao y el de aguas profundas de Yangshan, todos imponentes, recordé mis lecturas sobre como el reino de Wu inició con este sueño retomado por la dinastía Sui (518 A.C) y continuaron su construcción las dinastías Tang, Yuan y Ming. Y aunque, hay secciones abandonadas, el canal principal que une Chongqing con Shanghai sigue cumpliendo su función, por él anualmente circulan cientos de miles de toneladas de productos procesados y no procesados.
Resumiendo, mi admiración creció exponencialmente al mirar ese rio un gigante que aunque ha reducido su caudal, sigue siendo grande; es un ejemplo de la tenacidad y capacidad del del pueblo chino y sus gobernantes para pensar en grande, a futuro y de manera monumental, llevar a cabo sus sueños, un ejemplo es el gran canal, uno de los unificadores que dieron origen a la China actual, que soñó en un medio de transporte, control y comunicación, y que 5.000 años después sigue en pie cumpliendo su cometido.
Poco antes de aterrizar en Shanghai, recibo un mensaje de Cristian por WeChat, que él y mi hija me esperaban fuera. Mi primer viaje en metro me dejo atónita, todo tan limpio, tan rápido, tan bonito, tanto orden, todo tan organizado, me sentí maravillada.
Con mi hija nos alojamos en el hotel Sushi Light Luxury ubicado en el No.1 Lishui Road del Distrito Huangpu, en pleno centro de Shanghai, a la vuelta del Jardín de Yuyuan, construido durante la dinastía Ming en 1577 más o menos. Yuyuan significa jardín de la paz y la felicidad y ¡vaya que hace honor a su nombre! el buen gusto predomina, los bancos ubicados estratégicamente, pequeñas lagunas, rocas colocadas a diferentes alturas provocan perspectivas distintas creando una sensación de amplitud y quietud, increíble en el corazón de una ciudad de 27 millones de habitantes, el jardín te traslada a otro tiempo y turistas chinos hombre y mujeres visitando el jardín, vestidos con sus trajes tradicionales completan la ilusión.
Junto al jardín un conjunto de edificios que funcionan actualmente como un gran centro comercial pero que antes fue habitación de familias nobles, cercanas al palacio imperial, el bullicio, los comercios electrónicos, los restaurants de comida rápida marcan un contraste monumental con la arquitectura tradicional ricamente ornamentada, plena de ritos y significados que van desde la orientación, hasta los guardianes protectores de los techos y las ventanas que permiten refrescar los ambientes a la vez que guardan la intimidad de sus habitantes.
Napo, septiembre 2025.