-A media noche en Moscú-

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Artes en la Revolución de Octubre

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A propósito de los cien años de la Revolución Rusa, quiero hacer referencia a algunos hechos en el campo de la cultura, que evidencian la notoriedad mundial alcanzada por los esfuerzos en la construcción del socialismo en la ex URSS, y particularmente al periòdo de construcción presidido por Iosef Stralin, denostado por las fuerzas de la contrarevolución y repetido, con mucha ignorancia y tambien mala fe, por ciertos exponentes de la reacción, la socialdemocracia y los seudo socialistas. Posiblemente no sean los más paradigmaticos, pero si aquellos que en la realidad y en la anécdota, revelan el triunfo colectivo del pueblo ruso. Estos acontecimientos y su veracidad han sido colectados por autores, incluso de raigambre anticomunista que no han podido evitar la verdad sobre los mismo, aún, y más aún, luego que se abrieran los denominados archivos secretos sovieticos; algunos de los datos se reconocen como ciertose en autores como Marcou Lilly, La vida Privada de Stalin, Edt. El Ateneo, Buenos Aires, 2014; Bellamy Chris, Guerra Absoluta, Edit. B,S. A, Barcelona, 2011; Santos Anselmo, Stalin el Grande, Edit. Edhasa, España, 2012, entre otros.

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SINFONIA EN HONOR A LENINGRADO

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SINFONIA EN HONOR A LENINGRADO

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En 1941 la incursión del ejercito Alemán, que pretendió una campaña rápida, llegó a las puerta de la capital Moscú y de la ciudad símbolo de la Revolución Leningrado, arribando apenas a 16 km de esta ciudad. El Buró del Partido Comunista y Stalin ordenaron la evacuación a Kúibyshev, a unos 8000 kilómetros de Moscú, a orillas del Volga, decretada como estado de excepción, y designada aunque no oficialmente la capital de reserva si Moscú caía. Evacuarían los organismos del Partido y del Estado; los más representativos personajes del mundo cultural fueron ordenados ser los primeros en hacerlo, así lo hicieron los cuatro teatros más prestigiosos de Moscú: el Teato Estatal de Lenin, Teatro de la Academia de las Artes Gorky, el Teatro de la Pequeña Academia y el Teatro Académico Vajtangov., dispusieron cuarenta y tres vehículos de pasajeros y treinta y cinco vagones de mercancias para este propósito, entre ellos el compositor Shostakóvich, quien escribiría la famosa Septima Sinfonia en honor a Leningrado, estrenada en ese lugar en 1942, interpretada luego por la legendaria orquesta Bolshoi y estrenada en el Royal Albert Hall de Londres dirigida por el viejo Toscanini. A pedido de Stalin debía ser estrenada en Leningrado “a cualquier precio”. Se reunieron a viejos músicos que no estuvieron aptos para el frente de guerra; se dice que, literalmente, sacaron fuerzas de flaqueza para ensayar la Sinfonía durante seis semanas e interpretarla en la Gran Sala de la Filarmónica de Leningrado el 9 de agosto de 1942, transmitida por radio Leningrado amplificada con grandes altavoces para que todos los habitantes la escucharan; incluso, se afirma, se oyeron en las líneas alemanas sobre las que se lanzaron en ese momento, tres mil obuses desde la artillería de tierra y la instalada en los acorazados de la flota del Báltico que, coincidiendo con el redoble de los tambores e instrumentos de viento y percusión, se fundieron en épica armonía, silenciando a los cañones alemanes. Así, mientras sonaba la majestuosa sinfonía, un preciso y masivo fuego de artillería paralizó las baterías alemanas. Alexander Tvardovsky en su poema diría “los nuestros disparan. Ahora, el telón”. Luego de la ruptura del primer cerco de Leningrado la poeta Olga Berggolts escribiría “Oh, queridos y lejanos, ¿habeis oido?/¡Se ha roto el cerco maldito!/no etoy soñando… así será. / Se acerca el momento tan esperado,/pero el bramido atroz de armas enfurecidas/aun se oye: todavía estamos en la batalla./El bloqueo no está roto del todo. /Adios queridos. Voy/a mi trabajo ordinario, terrible, por una nueva vida en Leningrado”. Para 1939 Shotakóvich recibió nada menos que tres Premios Stalin primera clase para creaciones relevantes de los últimos cinco años en arte, ciencia y literatura; los otros galardonados fueron Mijail Shójolov, por sus novelas El Don apacible; Serguei Eisenstein por el film Alexander Nevsky, y Alexei Tolstoi por Pedro I.

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Ya en la Rusia zarista antes de la Revolución, Gógol, Turgeniev , Dostoyevski consideraban que El Quijote era el mejor y más grande libro jamás escrito; pero en la URSS, que construía el poder soviético, fue libro de obligado estudio en las escuelas, convertido en símbolo de la lucha por la libertad y la igualdad contra los poderosos.

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Anotoly Lunacharski (1875-1933) quien fue Comisario Popular para la Instrucción Pública (algo equivalente a Ministro de Educación) desde el comienzo de la Revolución hasta 1929 y luego embajador de España nombrado por Stalin, escribió El Quijote libertado en los cinco años siguientes a la Revolución Bolchevique y el planteamiento de la obra es una alegoría de lo que estaba sucediendo entonces en Rusia: Don Quijote libera a tres condenados a la horca por una sublevación contra el duque…

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Se dice que Stalin conocía muy bien a su pueblo, soñador y romántico, a tal punto que retomó como símbolo de la utopía al héroe de Cervantes de quien Dostoyevsky, en Diario de un escritor, sostendría la tesis del “quijotismo” de la inteligencia rusa, de los artistas y del pueblo. Se editaron, entonces, cientos de miles de ejemplares del Quijote en las quince lenguas oficiales de la URSS, a tal punto que los niños, dicen, llegaron a creer que el Quijote era un Bogatir (paladin ruso) que andaba por el mundo deshaciendo entuertos. Cervantes sin duda, tuvo entonces y tiene más lectores en Rusia que en cualquier otro país, incluido desde luego España.

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EL DON APACIBLE

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Uno de los autores destacados entre otros (Bedni, Ehrenburg, Simonov, A. Tolostoi, Fádeiev; Gorki, Maiakovski; Mandelshtam, Bulgakov, Ajmaáova, Pasternak; Zóschenko, Ilf, Petrov…) es Mijail Shólojov nacido en 1905 y fallecido el 1984, el autor del Don apacible y de los Campos roturados, dedicado éste a la colectivización de la agricultura, una magnífica obra literaria que refleja magistralmente el acecho de los ex zaristas (guardias blancos) sobre los bolcheviques (rojos), la introducción de ricos y agentes al interior del Partido para sabotear desde dentro; y, desde luego, la actividad de los obreros revolucionarios y los campesinos pobres luchando hasta dar la vida por el sistema soviético que lo construían con su trabajo y sacrificio. Todos ellos, seres humanos sensillos transformados en heroes. Se destaca, en medio de una multitud de personajes, el esfuerzo realizado por alfabetizar y formar al campesinado en el proceso de la colectivización agrícola… Y en el Don apacible podemos reflejar como, hasta las riveras apacibles del rio Don, se contagian de la epopeya que significó la Revolución de 1917. Fue declarado premio Stalin en 1941 y Nobel en 1965.

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LA ARQUITECTURA EN LA CONSTRUCCION DEL SOCIALISMO

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Se ha llegado hablar de una Arquitectura Stalinista, tanto que cuando Jrushov llegó al poder clausuró la Academia de Arquitectura por considerar que estaba llena de Stalinistas irredentos. Despojó del premio Stalin a tres constructores del hotel Leningrádskaia “por exesos arquitectonicos del seudoclasisismo estalinista”. Pero, en los años noventa se despertó inusitadamente el interés por la arquitectura de la la época de Stalin.

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Durante la Segunda guerra mundial, mil setecientos ciudades fueron destruidas, y mucho antes de la victoria, en cuanto los invasores avandonaban, se inicio la reconstrucción; las obras más espectaculares, entre otras, fueron los siete rascacielos de Moscú y el canal Volga-Don que unio cinco mares: Blanco, Baltico, Caspio, Azov y Negro.

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EL METRO DE MOSCÚ

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Me referiré al famoso Metro de Moscú, uno de los más hermosos del mundo. Ya en 1902 se realizó un primer estudio para su construcción, diez años después se volvio a poner en vigencia la carpeta pero, fue la guerra y la misma Revolución que impusieron una nueva prórroga. En 1931 se dio inicio a la excavación. Para 1933 (no existian los actuales topos mecanizados) trabajaban treinta y seis mil obreros, y seis meses más tarde ese número se duplicó. Todos los días sábados llegaban voluntarios procedentes de las fábricas y oficinas del paìs desde los parajes más alejados. En 1940 el metro ya transportaba un millón de pasajeros al día con treinta trenes por hora en cada sentido.

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Una de las órdenes de Stalin, consultadas con sus arquitectos, fue que todo nivel superior a siete metros debía ser salvado con escaleras mecánicas; se necesitaban quince escaleras para las primeras estaciones (entonces no había Odebrech). La compañía norteamericana OTIS, que sabia que la URSS no había fabricado nunca, se ofreció a suministrar el servicio previo el pago de cuatro millones de rublos oro. Stalin indignado, rechazó la oferta y exigió que se construyesen en el país: seis en una fabrica de Moscú y nueve en otra de Leningrado; la única documentación que disponían los ingenieros, eran los folletos publicitarios y algunos artículos de revistas técnicas. En la estación Park Pobedi las escaleras mecánicas cuentan con 920 escalones por tramo y salvan un desnivel de 126 metros. La mejor del mundo, sin duda.

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Bueno, y la escultura que allí se encuentra, ligada a la cultura rusa es inconmensurable. Cuando Stalin revisó los vocetos, dicen que, aquel dedicado a la victoria de Alexander Nevsky soble los Caballeros teutónicos les hizo una objeción, en la bandera que portaba el príncipe faltaba el rostro de Cristo y ordenó que se respete la historia y lo mismo sucedió en el de honor a Dimitre Donskói, vencedor de los tártaros en 1380, en su bandera el rostro de Cristo había sido eliminado; en el de Kutosov y a la batalla de Borodinó contra Napoleón en 1812, cayó en cuenta que sobre el estandarte faltaban las cruces ortodoxas. En aquel boceto que aparecía él (Stalin), como una figura que dominaba sobre las otras, rechazó con el argumento que él no era eterno…y que su imagen no debía destacar sobre el de sus antecesores, los heroes, santos y principes del pasado. Cuando llegó al dibujo de la caida de Berlín, en el que figuran los soldados portando la insignia sovietica que hubo de colocarse en lo alto del Reichtag, al artista le señalaba la bandera dicéndolo “aquí pon el rostro de Lenin”.

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El 18 de octubre de 1942, a media noche en Moscú, Satalin no sabia si debía irse o no. Bajo el Kremlin no existian refugios contra ataques aèreos y se trasladó al Cuartel General de la defensa Aérea, en la calle Kirov. Cuando sonaba la alarma del ataque aéreo bajó en un ascensor a la estación del metro de Kirov: en palabras de Simon Sebag Montefiore “se quedaba dormido…casi como un vagabundo omnipotente” en un colchón, en un andén del metro detrás de una cortina de madera contrachapada. Camarada Stalin, ¿cúando hay que enviar fuera de Moscú al regimiento de seguridad? le preguntaron con cierto temor -llegado el caso, respondio Stalin, yo mismo conduciré ese regimiento al ataque – Mucho antes, en 1812, el Mariscal de campo Kutúsov, el astuto comandante de Guerra y Paz, habría mantenido en secreto hasta el último momento sus planes de avandonar Moscú. Stalin no lo abandonó.

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Es de comprender que esta capacidad de creación en las artes no es un mérito aislado de Stalin, ni siquiera solo del partido comunista de la URSS, sino del espiritu transformador que imprimió una verdadera revolución en los pueblos de la Union Sóvietica y su contribución directa a la construcción de un nueva forma de vida dirigida por el Stalin y el Partido Comunista.

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