Por Francisco Escandón G
Ochenta años han pasado desde la noche de los cristales rotos, en la que casas y almacenes de judíos fueron atacados por los nazis alemanes. Ese fue el preludio de los campos de concentración y del holocausto.
Hitler acusó a los judíos de ser los responsables de las dificultades económicas que enfrentaba Alemania, él construyó un discurso ultranacionalista, xenófobo (miedo a los extranjeros) y racista que orientaba a las masas a promover deportaciones, detenciones y asesinatos.
Aunque pareciera que la historia firmó la carta de defunción del totalitarismo hitleriano, su ideología está presente en la construcción del muro de Trump, que impedirá las migraciones desde la América Latina a la Anglosajona, y en los cercos que los gobiernos conservadores europeos levantan en sus fronteras para impedir que ingresen a su territorio las víctimas de la pobreza y la guerra.
La capacidad de modernizarse de la xenofobia es tal, que en Sudamérica está peligrosamente generalizándose el rechazo a los desplazados de Venezuela, como en otros momentos fuera con colombianos, cubanos o haitianos.
Se los acusa injustamente de la inseguridad, de abaratar el costo de la mano de obra, del desempleo, etc.; de los mismos problemas que antes de su éxodo, ya existían por culpa de los gobiernos neoliberales y progresistas.
La reaparición del recurso ideológico xenófoba ultranacionalista, que equipara al migrante con un delincuente, esconde la ineptitud de gobernantes y clases oligárquicas que han sido incapaces de resolver las propias necesidades de los ecuatorianos, pero además trata de justificar una intervención militar norteamericana en Venezuela.
Los venezolanos son víctimas de una profunda crisis humanitaria. Por ello, además de migrantes, son desplazados, pues escapan de su país para evitar la pobreza, la hiperinflación y la violencia generalizada. Deben ajustar cuentas con el gobierno de Maduro, con rebeldía, ejerciendo su autodeterminación, sin la intromisión guerrerista extranjera.
Corresponde a los países de Latinoamérica promover verdaderos corredores humanitarios que garanticen la libre movilidad de los desplazados. Lo opuesto, pedir pasaporte, visas o cerrar las fronteras, constituye una violación a los derechos humanos y promueve el tráfico de personas, el coyoterismo.
No se debe emular el muro físico de Trump con otro de estructuras mentales y legales discriminatorias. Al fin y al cabo, la historia de la humanidad también es la historia de las migraciones.