Por Francisco Escandón
El Ecuador está conmocionado, los últimos delitos cometidos contra la vida de varias mujeres testimonian la verdadera naturaleza de esta sociedad construida sobre una estructura de inequidades.
Esos delitos tienen el carácter de violencia de género, son perpetrados aprovechando la absurda relación de poder y sometimiento de un hombre hacia una mujer, además que tienden a eternizar esa histórica desigualdad que es raíz del despojo, ultraje, acoso y abuso a las mujeres, especialmente a aquellas que provienen de las clases explotadas.
Este ejercicio cruel describe a una sociedad misógina y machista que injustamente responsabiliza de las violaciones sexuales y de los femicidios a las propias víctimas; así los culpables no son los agresores sino las agredidas por como vestían, por donde transitaban, por su forma de bailar, por no elegir bien sus parejas, etc.
La razón de estos atropellos está arraigada al pensamiento y la práctica de la sociedad, a su cultura, pues se ha naturalizado la superioridad del hombre y se cosifica a la mujer, que es tratada como objeto para remediar placeres, vender mercancías y cumplir determinados roles.
Esa es la violencia de la sociedad patriarcal en la que lo masculino es sinónimo de superioridad y fuerza, mientras que lo femenino es desvalorizado y perseguido. Es evidente, la violencia de género está legitimada por el Estado: no existen políticas públicas para prevenir, tratar y reparar los delitos cometidos por hombres contra mujeres.
El paradójico ejemplo de esa irresponsabilidad estatal lo dio Lenin Moreno, en su atropellado afán de responder a la demanda de seguridad hecho por hombres y mujeres. La solución para los femicidios y violaciones se limitaron a constituir brigadas antimigrantes, exigir records policiales apostillados y a movilizar fuerzas especiales de la policía. Esa desinteligencia no terminará con la violencia de género, pero si promueve una escalada de xenofobia que peligrosamente toma formas de cacería de migrantes venezolanos.
Moreno está promoviendo el odio al extranjero; él es gestor de las amenazas, los golpes, los allanamientos ilegales a viviendas de venezolanos y de la destrucción de sus bienes. Así el gobierno de Alianza País reproduce la misoginia y el machismo en xenofobia, así se prolonga la violencia institucionalizada y todo apunta a la aporofobia (miedo y rechazo hacia las personas pobres) de miles de desplazados que huyen de la crisis humanitaria venezolana.
¿Este es un régimen sin luces o mal intencionado? Si obvia que la violencia machista es universal y por lo tanto no tiene nacionalidad demuestra absoluta ignorancia, pero si lo hace con conocimiento de causa se estaría auto incriminando como responsable de delitos de odio y de violación contra los derechos humanos, por lo que debe ser juzgado y sancionado.
Urge la solidaridad de género para sepultar el machismo, el internacionalismo para acabar con la xenofobia y la unidad de clase para cambiar el sistema capitalista.