Por Geovanni Atarihuana.
Fue la última y premonitoria frase que Jaime Hurtado González pronunció ante el pleno de Congreso Nacional la mañana del 17 de febrero de 1999. Minutos más tarde caía vilmente acribillado junto a Pablo Tapia y Wellington Borja. Este asesinato político, perpetrado a plena luz del día, a una cuadra del Palacio Legislativo y frente al edificio donde funcionaba entonces la Corte Nacional de Justicia, conmocionó al país entero.
Ecuador vivía una profunda crisis económica y social, el feriado bancario arrojó a cientos de miles de compatriotas a la migración forzada. La protesta estudiantil se tomaba las calles contra el Gobierno. En este contexto el asesinato de Jaime Hurtado, diputado nacional del MPD, y sin duda uno de los principales líderes de izquierda, tenía como objetivo sembrar el miedo y la desmovilización. Los pueblos no retrocedieron. A los pocos meses, en enero de 2000, una rebelión indígena, popular y militar terminaba con el mandato de Jamil Mahuad.
Sin embargo, los autores intelectuales, quienes ordenaron el crimen, claramente vinculados al poder político y el narcotráfico, no han sido sancionados. El Estado tiene la obligación de garantizar la justicia en este caso. Es urgente desclasificar los archivos, los documentos del Consejo de Seguridad Nacional y del Alto Mando Policial de la época. La Cancillería debe insistir en la extradición de Washington Aguirre, quien se encuentra prófugo en Italia.
Recordamos ahora su amplia sonrisa, su voz vibrante en defensa de la soberanía. Su incansable caminar junto a los indígenas y negros reivindicando el estado plurinacional. Cómo olvidar su compromiso con los derechos de los trabajadores y los campesinos. Su labor incansable por la educación pública, la autonomía universitaria y los derechos del magisterio. Firme en sus convicciones de izquierda revolucionaria, una y otra vez bregó por la unidad del pueblo. A dos décadas de su muerte, Jaime Hurtado vive porque la lucha sigue.
Tomado del diario El Telégrafo. 20 de febrero 2019