Por: Ileana Almeida
La pandemia del coronavirus se extiende entre toda la población y, como siempre, los indígenas son los más afectados porque soportan las peores condiciones de vida y salubridad. Las bases y los dirigentes de sus organizaciones han reiterado reclamos y peticiones pero el gobierno no comprende la gravedad de la situación y no responde en la medida de la magnitud que adquiere esta tragedia entre los descendientes de los pueblos originarios.
El curaca Dawa, de Arajuno, a nombre de su pueblo clama por un hospital. Las comunidades chachi se han aislado voluntariamente para prevenir el contagio. Los siona-secoya cuidan como pueden a sus ancianos. María Minda Aguinda, del pueblo cofán, declara que ya no tiene fuerza para seguir luchando. Los waorani denuncian la falta de atención humanitaria: Oswaldo Nemquino no sabe lo que sucede porque las noticias llegan muy tarde. Alicia Nemquiwi dice que un proveedor de la empresa Repsol, que trabaja en la provincia de Orellana, fue confirmado con covid-19, y que no pudieron pedir ayuda a nadie.
En lengua shuar no hay palabra para pandemia ni virus, y han acuñado el término mesett (enfermedad fuerte) para designarlos. Las epidemias traídas por las petroleras casi han acabado con los zápara, reducidos a cinco hablantes. Los que habitan en parajes limítrofes de Ecuador y Colombia. Awa y embera, se esconden en la profundidad de la selva para ponerse a salvo de guerrillas, soldados y narcos. Los niños no tienen acceso a la educación a distancia, desde luego. A los pueblos refundidos en la jungla no les protege ningún cerco epidemiológico, aunque bien se sabe que no tienen defensas para enfermedades exógenas y que una epidemia puede extinguir a pueblos enteros. Ángel Lema se lamenta de que los quichuas avecindados en Quito ya no pueden vender las chucherías que les permite ganarse la vida.
María Guamán reclama que en el mercado de San Roque, donde vendían frutas y vegetales, les cierran las puertas. Leónidas Iza pide canales directos para distribuir los alimentos y advierte que aumentan los contagios. Alberto Ainaguano se lamenta: “A más del virus nos viene encima la erupción del Sangay que malogra los sembríos”.
Largas listas de sufrimientos y demandas se publican en medios alternativos que están al alcance de la población aborigen. La Fundación Pueblo Indio del Ecuador y otras ONG hacen lo que está a su alcance para mitigar males y suplir carencias que se agudizan y multiplican en las actuales circunstancias. El Estado aparece como una estructura sociopolítica extraña para quienes no reciben la atención y el respeto que sí alcanza, mal que bien, a los demás ciudadanos.
Ser indio no es solo una cuestión de identidad étnica sino también económica, social y ética. ¿Dejará el gobierno morir a los indígenas de enfermedad y penuria? ¿Será capaz de afrontar el desafío histórico que se le plantea?
“En lengua shuar no hay palabra para pandemia ni virus, y han acuñado el término mesett (enfermedad fuerte) para designarlos”