Por María Eugenia Paz y Miño
EN EL MARCO DE LA FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE QUITO, 2024, comparto este recuerdo del año 1986 (¡casi cuarenta años atrás!). Es un fragmento del texto que leyó el gran poeta ecuatoriano, del movimiento cultural Tzántzicos: Rafael Larrea (1942-1995), con motivo de la presentación de mi libro de cuentos GOLPE A GOLPE. Fue en el Aula Benjamín Carrión de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Lo hallé en uno de mis archivos, con la foto que acompaña este post, en donde aparece, en primer plano, el poeta, luego la escritora y también el entrañable Diego Araujo Sánchez. Es un escrito que habla sobre el oficio del escribir y sus condumios:
“Kafka. He aquí una palabra. Y con ella, un mundo. ¿Es que habrá que recurrir a más largas palabras para saber de qué estamos hablando cuando decimos Kafka? Evidentemente que no. Todas las cosas ya están en su sitio. Aún las más ilógicas situaciones se presentan con gran naturalidad. Revisad con atención ese mundo. Tal vez haya quienes quieran investigar el fenómeno del nacimiento de ese mundo, hasta sus últimas causas. Ese mundo que empezó nadie sabe cuándo, que pudo haber tenido origen en la infancia, ante el proceso inmenso de ejercitar los movimientos de la mandíbula y la lengua, succionando el líquido maravilloso de ese odre blanco que susurra y que se llama madre; o, tal vez, más tarde, como fruto de un sueño húmedo, de un sudor inexplicable con extraño sabor a paraíso insaciable; o aquel día en que hundió los hombros y concluyó sobre la imposibilidad de que el mundo de silletas y guardianes pudiera tener fin, y que estas figuras humanas opacas, que pasan los siglos golpeando los tribunales pidiendo justicia, pudieran elevarse hasta el otro reino, el de la libertad, el reino del aire. Los hombres, pobres de ellos, coolíes, trasportadores de ladrillos en la interminable hazaña-inútil de construir dos veces la muralla china, para satisfacción de varias generaciones de mandarines. Y esta visión no es un error a medias, o el un solo lado de una verdad. Todo puede ser, pero ese mundo, existente entre nosotros, lo descubrió y expresó un escritor.
“Así es la maravillosa capacidad de recurrir a las inmortales palabras, para dejar sentado un gran bostezo, una magnífica angustia, la sordidez del burócrata sistema o quién sabe si también otra esperanza, una quimera de nuevo tipo, una pequeñísima verdad para esta época de descubrimientos y acertijos. Pero, si no hubiera sido escrito, talvez no habría llegado a la conciencia humana. No al menos plenamente, con tanto matiz.
“Es cosa de los seres humanos la de crear, descubrir, conquistar, imaginar mundos uno tras otro.
“¿Qué elementos conforman ese volcánico y sensible ser que explora y expele palabra tras palabra inaugurando mundos? No es sencillo proponerse descubrirlo, pues cada escritor tiene su proceso, su historicidad, y en esto cada cual tiene su palabra. Mas no es tanto el mecanismo de funcionamiento sino el resultado del mismo, lo que suele interesarnos. Un resultado que lo consumimos abriendo y cerrando los ojos. Sólo que a veces debemos detenernos en cada frase, en cada imagen, en cada propuesta. Depende del escritor.
“Mas escribir, primero es algo así como un fruto prohibido, luego como una sed, después se hace hambre y más tarde la desnudez se tapa con imaginación. Naturalmente, también es optativo. Nadie pone un revolver en el pecho de nadie y le dice: “sé escritor·”. A veces ponen una sonrisa, olvidos, y hasta una tarea histórica. Pero alguien puede escoger. Alguien puede ser moralmente un bombero y no por ello se siente herido el mundo, sino más bien agradecido. Y también, otro ser pudo tener una mirada de ángel y proponerse posar para los pintores de la Escuela Quiteña. ¿Quién puede dudar de la capacidad humana y de su adaptabilidad a los medios más insólitos?
“Optar es cosa de hombres y mujeres libres.
“Optar por ser escritor, creador de mundos, mago responsable de las palabras y sus reverberaciones, de sus certezas que pueden movilizar o inmovilizar voluntades humanas, descubridor de profundidades, de horizontes, etcétera, es, claro está, una opción que te obliga a meditar y a responder positivamente todos los días con sus noches, hasta el fin de la vida material del escritor.
“Y en este mundo de complejos laberintos sin salida aparente, quien no viste casaquilla de conejo, lentes rubicundos y sensuales, tiene poca opción. Y a veces, optar por ser escritor resulta, a más de difícil, un revés, un guante dado la vuelta, un nudo sin corbata. Pero el que quiere ser, lo es bajo cualquier condición y punto.
“Y así como el zapatero tiene, obligatoriamente, que aprender a meterse cien clavos en la boca, sin herirse, sacarlos uno tras otro mientras sigue ofreciendo a los clientes que mañana sí le toca a su par mi bonita, esto es: tener técnica, también el escritor no tiene otro camino que, por un lado, abrirse el pecho y dejar entrar la vida, todas las aves de dos pies con sus angustias, sus cachivaches y esperanzas, las madrugadas con sus malas noches; y, por otro, aprender a hablar, embellecer y dar movimiento, para lo cual debe hacerse líquida y gaseosa su sensibilidad, y tener la ligereza y el peso histórico de los trabajadores, que salen a las calles a bronquear por hacer, sin escribir, un mundo nuevo sobre el nuevo mundo.
“¿Y quién no sabe las exigencias desmedidas, los peligros consabidos, las culpas no compartidas que tienen que enfrentar los escritores de buena ley? Siempre, pero con otros nombres, fueron los que acicatearon a los grandes escritores que conoce la humanidad. ¿O es que nos queremos olvidar del duende Espejo, perseguido por andar diciendo sus cuatro verdades?, ¿o de Shakespeare, a quien también le fueron a cobrar por los botines varias veces y no pagó?, ¿o de Oscar Wilde, preso en la cárcel de Reading por haber mellado la sin moral de su época? Pero, todos dijeron lo que debían decir, costase lo que costase, gustase o no, aunque algunos permanecieran en la oscuridad, ignorados a veces por los de su generación, incluso por motivos de simple envidia.
“Y es necesario construir pacientemente ese qué decir, pues nadie nace sabiendo. Todos los iluminados se han secado los ojos viviendo y estudiando, trabajando duro. En eso radica la responsabilidad. Pues, así como a un herrero se le puede pedir y hasta exigir que fragüe la espada de los libertadores, sólo los escritores pueden darle el vuelo necesario para que cumpla su rol, y no sólo ponerle zapatos de cristal al caballo de Bolívar.
“Jamás un escritor trabajará para tiranos, para los opresores de los pueblos y las naciones. Su tarea es abrir todas las rejas, las cerraduras y las puertas. Y la madre vida tiene su método y paciencia. Ella sabe cómo forjar el temple de los escritores. Hay quienes no soportan sus exigencias y se derrotan ante la primera, y se hacen polvo. Hay quienes soportan estoicos esos inviernos, avanzan por blancas montañas embebidos en soledades y se pierden para siempre en alguna fumarola o insondable grieta.
“La vida latiguea, y besa, multiplica las pruebas. Las cicatrices moldean los espíritus y cada palabra se vuelve más lúcida, durísima como granito y ligera, y dulce como el agua. Todo ello porque ha sido bañada en vida. Ese escritor no debe olvidarse de ser no sólo objeto, sino fundamentalmente sujeto de su propia historia y de la general. Pero es como se llama el libro de María Eugenia, golpe a golpe, como se hace el escritor.
“Sale el cazador y regresa conejo
en la oreja de un rifle,
la muerte susurra cual sirena su llamado.
“Lo demás es alegoría. Orfebrería, si trabajas con orfebres, platería si tienes lunes plateados, imaginería si vas a brazo de la imaginación. Cada cual tiene su rostro. Cada rostro quiere hablar a los demás. Sostengámonos con obra más que con palabra, dijo un cojo.
“María Eugenia, nombre de enamorada de Dios, puede decirnos mucho, hermosos mundos, gracias a lo que la vida le ha dado y a un oficio ejercido desde los catorce años de edad. Con esta, su nueva obra, estoy seguro: ha optado para siempre”.
(Rafael Larrea Insuasti)
Tomado del muro Facebook de: María Eugenia Paz y Miño, de junio de 2024