Por Jaime Chuchuca Serrano
Después de que Trump firmó la directiva secreta dirigida al Pentágono para realizar operaciones terrestres y marítimas en América Latina, se desarrolla un plan militar hacia el sur. El diario The New York Times reveló que la resolución de Trump tiene en la mira a México y Venezuela. A inicios de año, Trump también hablaba de intervenir en Canadá y Groenlandia. El plan se hace bajo el sabido ropaje ideológico de la seguridad nacional, como otras políticas como el incremento de los aranceles y la persecución de migrantes.
Aunque Estados Unidos maneja los principales hilos de la Guerra de las Drogas y el flujo de los capitales, ahora el pretexto para la guerra es el narcotráfico. En Irak fue el pretexto de las armas de destrucción masiva y nunca las encontraron; en Afganistán y Siria fue el del terrorismo y EE. UU. terminó pactando con los terroristas. Para la invasión y exterminio de Palestina hablaron de los rehenes, pero ahora Trump quiere un resort, un complejo turístico y comercial. Como en los otros países, el gobierno estadounidense quiere intervenir en América Latina por los recursos naturales, para la sobreexplotación humana y su reposicionamiento estratégico.
En estos días, Estados Unidos desplegó hacia Venezuela buques y aviones de guerra, submarinos nucleares y más de 4000 militares bajo el pretexto de los Carteles y la dictadura de Maduro. No obstante, el mismo Trump alzó su emporio económico sobre las mafias, fue sentenciado por fraude y corrupción, asaltó El Capitolio, y pisotea permanentemente la normativa legal estadounidense. Al contrario de lo que dice, Trump quiere regresar a la época del colonialismo puro y duro, del Gran Garrote. Los gobiernos de derecha y las élites latinoamericanas se subordinan a Trump como lacayos, sin censura ni reproche. Pero, del otro lado, también en América Latina se protesta contra cualquier posible invasión.
La inestabilidad política y económica de América Latina es conveniente para el imperialismo norteamericano. De este modo se asegura la dependencia y subordinación de los países-colonias para reforzar la cadena económica, mucho más de Venezuela que soporta el bloqueo y cientos de sanciones. Bajo este fondo, revuela un velo cultural de discriminación y racialización para justificar la guerra y la intervención. No obstante, los pueblos latinoamericanos y del mundo tienen derecho a decidir su rumbo, sin soportar sangre, ni saqueos.