El presidente de bolsillo y su dictadura de cartón

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Por Jorge Cabrera

El Ecuador arde. No es el fuego purificador de la esperanza, sino la llamarada cruel de un gobierno que, de la mano del FMI, pretende imponer su proyecto de miseria a sangre y fuego. Daniel Noboa, heredero de la oligarquía bananera, se ha convertido en el gendarme obediente de las recetas antipopulares dictadas desde Washington por el FMI. La represión, con cascos y fusiles, es el lenguaje con el que pretende domesticar a un pueblo que ya aprendió, con décadas de combates y victorias arrancadas a costa de sangre y cárcel, que nada se regala, que los derechos se conquistan en la calle.

Frente a la brutalidad del Estado, la respuesta de los pueblos no se hace esperar. El FUT, la UNE, la FEUE, la FEUNASSC, la CONAIE, y tantas siglas que no son letras vacías, sino carne y hueso, obreros y campesinos, maestros y estudiantes, comunidades indígenas y barrios populares, se levantan una vez más para defender lo que costó generaciones enteras de lucha. En sus gargantas resuena, como eco de la historia, el grito poderoso: ¡No a la consulta mañosa de Noboa, no a la farsa de una constituyente hecha a la medida del autoritarismo y del saqueo!, ¡abajo el alza del diésel!, ¡fuera Noboa, fuera!

La pretendida consulta y constituyente no busca la libertad ni la justicia; pretende blindar la depredación de la naturaleza, legalizar la minería en las venas mismas de nuestras montañas, en los ríos que son sangre de la vida; busca cercenar derechos laborales, enterrar conquistas sindicales, arrasar con las voces rebeldes que aún laten en este país de volcanes y dignidad.

Mientras tanto, la crisis económica muerde como un perro rabioso. la subida del precio del diésel, encarece todo, el IVA subió como soga al cuello, la canasta básica ya supera los mil dólares, y el salario es apenas una sombra que se evapora en los bolsillos vacíos. La pobreza extrema crece como maleza en tierra abandonada, los niños duermen con hambre y los hogares se hunden en la desesperación. Y mientras el pueblo paga hasta el aire que respira, los banqueros cuentan sus ganancias en dólares y champaña.

Pero ahí no acaba la tragedia. El crimen organizado masacra en las cárceles, como en Machala, donde los cuerpos fueron reducidos a estadísticas sin alma, y en las calles los sicarios son dueños de la noche. Ahí no se ve al ejército ni a la policía. Ahí el Estado es un fantasma cobarde. En cambio, cuando se trata de reprimir a los trabajadores, a los maestros, a los estudiantes, a los pueblos que protestan, despliegan todo el arsenal: tanquetas, gases, balas de goma y plomo, helicópteros que vigilan desde arriba como buitres. Para defender a los empresarios y oligarcas, sí hay policía. Para cuidar la vida de los pobres, nunca.

He ahí la desnuda verdad del poder: la fuerza del Estado, financiada con los impuestos de los trabajadores, se usa para golpear a esos mismos trabajadores; los fusiles que deberían apuntar contra el crimen, apuntan contra los campesinos que bloquean un camino; las cárceles que deberían encerrar a los corruptos, se llenan de luchadores populares judicializados.

No se equivoque Noboa. No se equivoquen la oligarquía ni sus ministros serviles. El pueblo ecuatoriano tiene memoria larga. La historia no perdona a quienes quisieron apagar la llama de la resistencia. Como ayer frente a dictaduras militares, como en octubre de 2019, como en junio de 2022, la fuerza de los de abajo es la semilla de la victoria. Podrán golpear, podrán encarcelar, podrán asesinar, pero nunca podrán matar la esperanza.

Es la hora de la unidad verdadera: la de los de abajo. De las organizaciones sociales, populares y sindicales, de los pueblos ancestrales, de los trabajadores del campo y de la ciudad, junto a las fuerzas políticas consecuentes como Unidad Popular, Pachakutik. Solo unidos, solo con un puño de millones, podremos derrotar este proyecto de hambre y entrega.

La represión busca sembrar miedo, pero el miedo se transforma en rabia, y la rabia, organizada, se convierte en fuerza invencible. El futuro no será escrito en los despachos dorados del FMI, sino en las calles, en las plazas, en las comunidades, en cada huelga y cada marcha.

El pueblo vencerá.

Septiembre 2025, en el paro popular

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