Por Francisco Garzón Valarezo
Mi madre, la distinguida señora orense Luz Matilde Valarezo Galarza, fue católica ferviente. Simpatizaba con el partido socialcristiano por el solo hecho de llamarse así. Pero alguna intuición congénita tendría mi madre porque desconfiaba de ellos. “Hablan bonito pero huevadas”, solía decir con desparpajo cuando los escuchaba.
A más de 50 años de camino en el tiempo le vuelvo a conceder razón a mi madre. Y lo hago porque la señora Nathalie Viteri, hermana de la alcaldesa de Guayaquil, soltó una tarascada con tal vehemencia en la Asamblea Nacional, que ha dejado al país aturdido. Dijo que van poner cloruro de sodio dentro de la madre para que mueran los bebés.
Es un pensamiento de elevado salvajismo al que se suma la fogosidad con la que defecó su estupidez.
Resulta que el 28 de abril del 2021 la Corte Constitucional despenalizó el aborto por violación y fijó que la Asamblea Nacional se encargue de darle forma al cuerpo legal. El plazo se cumplió, pero los analfabetos de la derecha que están en la Asamblea y que no tienen idea de la competencia de su trabajo ni se interesan por saber cómo funcionan los poderes del Estado, creen que pueden desechar la decisión de la Corte Constitucional.
Tampoco entienden como se desarrollan los procesos sociales y pretenden anclar al Ecuador en el ayer. Buscan seguir gobernando con sus dogmas, su misoginia e ignorancia.
Geraldine Weber Moreno, siempre del partido socialcristiano, también habló huevadas. Afirmó, con esa certeza propia de los idiotas, que la mayor causa de muertes es el aborto.
Estas señoras, con otros adefesios de la burguesía nacional, le han dado al Ecuador el espectáculo de verlos destilar su ignorancia al querer imponer sus juicios y su religión. No conciben ni entienden lo que significa un Estado laico cuya vida jurídica no puede ser intervenida con credos místicos. No entienden estos burgueses, que su religión es parte de su vida privada, que su biblismo beatón no tiene espacio en un Estado laico porque éste respeta derechos fundamentales, entre ellos, el de las mujeres a interrumpir su embarazo; y los religiosos, sean del partido político que sean, no pueden interferir en la vida del Estado con sus creencias por más respetables que las consideren.
Las neuronas de estos estrafalarios no evolucionaron, se quedaron en el siglo antepasado cuando justificaban la esclavitud de los negros y los indios, cuando se opusieron al divorcio, al ingreso de las mujeres a la educación, y aceptaban como normal que el hombre tenga potestad para disponer de la vida de su esposa si la encontraba en infidelidad.
En el fondo eso es lo que defienden: su curuchupismo recalcitrante. No están interesados en defender la vida, si no su religiosidad, su racismo, y el discrimen a la mujer.
Solo la lucha de la sociedad hará que si incorporen los derechos de las mujeres hasta que llegue el día en que el aborto sea legal y sin restricciones.