Por René Báez/ Madrid
• Seattle, jefe la tribu Suwamish, escribió en 1855 a Franklin Pierce, a la sazón presidente de los Estados Unidos, una carta con pasajes como el siguiente, en contestación a la propuesta de la Casa Blanca orientada a la compra de tierras indias: ¿Cómo podéis comprar o vender el cielo, el calor de la tierra? Esta idea nos parece extraña. No somos dueños de la frescura del aire ni del centelleo ni del agua. ¿Cómo nos los podíais comprar? ¿Lo decimos oportunamente? Habéis de saber que cada partícula de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada hoja resplandeciente, cada playa arenosa, cada neblina en el oscuro bosque, cada claro y cada insecto con su zumbido son sagrados en la memoria de mi pueblo. La savia que circula en los árboles porta las memorias del hombre de piel roja. Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestra manera de ser. Le da lo mismo un pedazo de tierra que otro, porque es un extraño que llega en la noche a sacar de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermano, sino su enemigo. Trata a su madre, la tierra y a su hermano, el cielo, como si fuesen cosas que se pueden comprar, saquear y vender. Su insaciable apetito devorará la tierra y dejará detrás de sí, sólo un desierto.
• El novelista ruso Máximo Gorky, autor de La Madre, dejó escrito: Piense usted cuán estúpido y vergonzoso es todo esto: nuestro maravilloso planeta, que con tanto esfuerzo hemos aprendido a embellecer y enriquecer, casi todo nuestro universo se encuentra en manos de una horda indigna de personas que no pueden hacer otra cosa que dinero. La grandiosa energía creadora, la sangre y el cerebro de los científicos, técnicos, poetas y trabajadores es transformado por esa estúpida gente en monedas metálicas y en billetes de papel, en cheques.
• Ashis Nandy, un psicosociólogo hindú graduado de Oxford y catalogado como uno de los verdaderos pensadores de nuestro tiempo, explica las calamidades del Sur del planeta a la luz de su hipótesis del enemigo interno (intimate ennemy): La primera ola de colonización del Tercer Mundo –explica- tocó a su fin en los años sesenta (del siglo XX) con el acceso a la independencia. Esta colonización había sido llevada a cabo por comerciantes rapaces y misioneros tradicionalistas que se enorgullecían de civilizar el planeta. Esta primera ola desapareció. ¡Pero el colonialismo está lejos de haber sido vencido! En apariencia, nuestras naciones son independientes, pero nuestros espíritus siguen esclavizados, pues una segunda ola de colonización ha comenzado; más perniciosa ésta, se ha infiltrado en la mente de los colonizados. Con la complicidad de nuestras propias élites, trata de persuadirnos que no existe más que una vía para el progreso: la vía occidental. Incluso aquellos que lucharon contra la primera colonización no comprenden hasta qué punto han interiorizado las normas de sus enemigos. Las políticas llamadas de desarrollo, de modernización, tal como son emprendidas por los dirigentes del Tercer Mundo, no hacen otra cosa que destruir nuestra cultura sin siquiera traer consigo la prosperidad. ¿Por qué deberíamos adoptar las prioridades y jerarquías de Occidente? ¿Tan clamorosos son sus éxitos en el siglo XX? ¿La segunda guerra mundial, los genocidios, la destrucción del medio ambiente, y todo lo demás?
• La crítica de Albert Einstein al fundamentalismo racionalista aparece incontestable: A través de una penosa experiencia hemos aprendido que el pensamiento racional no basta para resolver los problemas de nuestra vida social. La investigación y el trabajo científico serio han tenido a menudo trágicas proyecciones sobre la humanidad; produjeron, por una parte, los inventos que liberaban al hombre de un trabajo físico agotador y hacían que la vida fuera más rica y más fácil, mientras, por otra parte, introducían una grave inquietud en la vida humana, haciendo al hombre esclavo de su entorno tecnológico y –aún más catastrófico– creando los medios para su destrucción masiva. Sin duda estamos ante una tragedia de terrible alcance… La ciencia económica ha surgido en la fase depredatoria del desarrollo humano.
• Ezequiel Ander-Egg, filósofo y educador argentino, abunda sobre los impactos negativos de la religión del progreso/crecimiento: La obsesión por el crecimiento nos ha llevado a traspasar los umbrales que la tierra puede soportar sin desequilibrios más o menos graves. Hemos vivido –seguimos viviendo gobiernos, instituciones y personas– con la idea de que las razones económicas son las que proporcionan el criterio que justifica la mayoría de decisiones, incluso aquellas que parecen tener un carácter fundamentalmente cultural, educativo y hasta espiritual. La fetichización del crecimiento económico como la meta de la sociedad y el ganar dinero como el gran objetivo de la existencia nos ha llevado a esto. La situación actual en cuanto a los problemas del medio ambiente, no es otra que el fruto de la civilización del despilfarro, de un desarrollo sin finalidad humana y de existencias personales sin sentido de la vida.
• Un refrán originario de Arabia Saudita condensa el ciclo de los pueblos proveedores de materias primas y energéticos en términos por demás inteligibles: Mi padre andaba en camello, yo voy en auto, mi hijo viaja en avión, su hijo andará en camello.
• Thomas Seifert y Klaus Werner, coautores de El libro negro del petróleo, publicado por Le Monde Diplomatique (2008) apuntan: Puede afirmarse que el oro negro funciona como telón de fondo de guerras, derrocamientos de gobiernos y corrupciones de alto nivel.
(*) Tomadas de Sacralización y desacralización del Yasuní. Cuadernos Políticos núm. 3 del Centro de Pensamiento Crítico, Quito 2013, Editores: René Báez y Andrés Rosero.
* Imagen: Dron de la Laguna Añangu. De Añangu. Licencia CC BY-SA 4.0