Al camarada, al amigo, al hermano de clase

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Por Ing. Marcelo Moncayo Cervantes

Conocí a Rafel, allá por el año 1974, cuando yo era dirigente de la FEPOL, organización estudiantil con la que organizábamos actos culturales, de música, danza, teatro. Para uno de esos actos habíamos invitado al grupo músico-teatral NOVIEMBRE 15. Allí conocí a sus integrantes, de cuyos nombres recuerdo algunos como a Rocio Madriñan y a su hermano, ella, con una voz hermosa interpretaba la canción a la heroína popular Rosita Paredes, también conocí al autor de dicha canción el poeta y escritor Juan Ruales, a Paco Borja y a su director, Rafael Larrea, de espesa barba. Cuando estreché por primera vez su mano y recibí su abrazo fraterno, pude sentir su actitud sencilla, profundamente revolucionaria, enseguida me di cuenta de que se trataba de un ser extraordinario, de una calidad humana superior.

Yo venía yo de una actividad artística, era la primera voz de un grupo musical de la FEUE que, en esa época, lo llamábamos soñadoramente “grupo de canción protesta”, cuya principal inspiración era la música producida por la izquierda chilena llamada “LA NUEVA CANCIÓN” que, a esas alturas había sido derrocada por el chacal sirviente del imperialismo gringo, Augusto Pinochet, y que culminara con el vil asesinato del presidente Salvador Allende, pero que habían dejado importantes huellas artística con exponentes como VICTOR JARA, GRUPO QUILAPAYUN, INTI ILLIMANI, TIEMPO NUEVO, LOS HERMANOS PARRA, entre otros.

Rafel dejó en mi existencia un bagaje de conocimientos, inquietudes, enseñanzas, sentimientos, el hábito de la lectura y el camino de la irreverencia, que sólo un revolucionario de su talla podía hacerlo. Hasta comienzos de la década de los ochenta yo pensaba que el folklor era sólo ecuatoriano; él me enseñó, con discos de vinil y casetera en mano, la riqueza desarrollada por los pueblos latinoamericanos, desde Méjico, hasta Chile y Argentina, éste último del que realmente me enamoré, de sus chacareras, zambas y más ritmos.

Rafael fue una escuela para mí de lo que es la propaganda revolucionaria, su utilidad para transformar la mente de la gente, de lo peligroso pero hermoso que es el voceo y venta pública, del periódico EN MARCHA, de la necesidad del estudio de la teoría revolucionaria para contribuir al avance del proceso de liberación social y nacional.

Rafael adoraba la costa y especialmente Guayaquil, a la cual arribaba desde Quito, siempre a tempranas horas, para encontrarse conmigo. Inmediatamente pedía que lo acompañe a la población de Durán, a la estación de ferrocarril y, como un niño travieso, se subía a los viejos vagones abandonados a su suerte.

No viajábamos en carro, lo hacíamos en las tradicionales lanchas que aun existían como único medio para transportarse de Guayaquil a Durán, antes que se construya el puente de la “Unidad Nacional”, Dr. Rafael Mendoza Avilés, al que Rafael rebautizó como el “eslabón perdido”, pues decía que era la conexión antropológica entre los “monos y el hombre”. Durante el trayecto que duraba alrededor de media hora, iba totalmente pensativo, “tramando su poesía”, tomando del aire del “manso Guayas” como calificaba siempre al río que atraviesa Guayaquil, su “inspiración”, para luego de un tiempo tener los insumos necesarios para componer esa oda poética que se llama “CANTATA DEL 15 DE NOVIEMBRE DE 1922; yo, por supuesto, guardaba silencio, dejando que su pensamiento fluya, en su satisfacción de navegar por el río Guayas.

Para Rafael, Guayaquil era la ciudad de “sus amores”, visitábamos lo poco de tradicional y colonial que aún queda en esta urbe: LAS PEÑAS, cuyo recorrido gozaba en extremo, al reconocer la casa donde Antonio Neumane compuso la música del himno ecuatoriano y el sitio donde pernoctó ese gran revolucionario, el Che Guevara.

También acudíamos al sitio exacto, al local donde se había realizado la asamblea obrera y popular que resolvió la movilización del 15 de noviembre de 1922, la SOCIEDAD DE CACAHUEROS que hoy, ha desaparecido; su terreno y local fue vendido y las autoridades encargadas de preservar esta joya histórica, permitieron semejante desafuero.

Rafael no sólo fue un extraordinario revolucionario, sino un fenomenal ser humano. Cuando llegábamos a su casa, arriba de “la licuadora” como se conocía al extinto FILANBANCO de los pillos Isaías, en San Blas, trepaba una cuesta que, como “mono”, como cariñosamente nos decía a los costeños, arribaba y llegaba a su casa literalmente con la “lengua afuera”.

La siguiente aventura era enfrentarnos con su perro “Yaco”, un can que te recibía sin ningún gesto agresivo, más bien con una engañosa pasividad, sólo que al despedirte e intentar salir, ya en la puerta, se lanzaba de manera feroz, siendo incontables los compañeros que fueron víctimas de su fiereza con mordidas serias en sus piernas.

Llegábamos varios compañeros a su convocatoria a las reuniones, pero no nos instalábamos enseguida, lo acompañábamos al mercado central, cerca de su casa a hacer compras para el desayuno y el resto de las comidas del día. Luego trabajábamos todo el día y en la noche, era casi una obligación religiosa tomarnos “un roncito”, que era su bebida preferida y nos quedábamos hasta la madrugada cantando sus canciones, otras folklóricas y escuchando los elementos de su musicoteca que disfrutaba, una veces con mucha alegría y, otras con melancolía.

A comienzos de la década de los ochenta, cuando el CAN (Centro de Arte Nacional), precursor de lo que hoy es la UNAPE (UNION DE ARTISTAS POPULARES DEL ECUADOR), se propuso la grabación de discos de vinil, logrando durante algunos años, la producción de nueve LP, entre ellos la Cantata del 15 de noviembre de 1922.

Luego de su grabación, con los principales artistas que participaron en la grabación, llegaba a su casa y allí, en esa ocasión yo estaba alojado en la casa de Rafael y reposaba junto a la ventana que daba a la calle. Uno de esos artistas era PEPE JARAMILLO, quien interpretó magistralmente, en la cantata, la canción “Guayaquil amada”; antes de entrar, habías acordado que Pepe diera una serenata a tu compañera y empezó a entonar, al pie de la ventana, donde yo dormía la canción “cerradas están tus rejas y tu duermes alma mía”, que era una serenata para Magaly, tu compañera, pero que parecía estar dedicándomela a mí.

Luego de aclarada la situación pasamos a su estudio y, en una noche inolvidable, cantamos junto a Pepe Jaramillo, muchos pasillos y, en una tertulia fraterna con Pepe, entre trago y trago, canción y canción, me enteré de la vida y milagro de su hermano Julio. La jornada duró 12 horas, ya que empezamos a las 2 de la madrugada y la concluimos a las 2 de la tarde, ¡valió la pena!, se trataba de celebrar la producción de la cantata, producción hermosa, revolucionaria y educadora de la clase obrera

Pero todo no fueron reuniones políticas, en alguna ocasión me tocó viajar con mi familia y entonces se acentuó en mí la valoración de su calidad humana, su recibimiento, su abrazo fraterno, su espíritu solidario; ver como compartían los juegos mis hijos con los tuyos, son recuerdos tan presentes que, a treinta años de tu dolorosa partida arrancan lágrimas que hoy ruedan por mis viejas mejillas.

Rafael, tu recuerdo no es sólo tristeza, es también alegría porque seguir tu ejemplo, tus enseñanzas, me han hecho un ser humano y un revolucionario mejor y, desde acá, mi homenaje y agradecimiento por todo lo que hiciste por mí y todos tus camaradas.

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