Apostillas universitarias

Periódico Opción
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Por René Báez*

El reconocimiento que ha decidido a mi favor el Consejo Directivo de la Facultad de Economía de la Universidad Central por mi reciente incorporación a la nómina de la Asociación Internacional de Escritores y Artistas (IWA), con sede en los Estados Unidos, a la par que me honra y congratula, me impone redoblar esfuerzos en mis oficios de investigador y docente a través de los cuales he buscado dar sentido a mi vida. Con la ocasión, he reflexionado sobre mi impagable deuda con una Facultad a cuya sombra adelanté mis primeros pasos en la lúgubre y a la vez esperanzadora Economía; donde, ya como graduado, inicié una labor magisterial que aún no ha concluido, y donde –como analista de su Instituto de Investigaciones Económicas- ensayé mis primeros vuelos exploratorios del torturado devenir del Ecuador y de la Patria Grande.

Efervescentes y queridos tiempos aquellos de mi inmersión en la vida de esta Facultad y en un nunca abandonado compromiso con las víctimas de la historia. Tiempos sin fronteras entre la realidad abstracta de la teoría y la realidad concreta de la lucha social. Tiempos en que a nadie se le ocurría poner precio a los frutos del intelecto. Tiempos de renovadas percepciones éticas y estéticas. Tiempos de furor y de equivocaciones, mas también de renacimientos. Todo esto, bajo la mirada amplia y estimuladora de maestros como Alfredo Pérez Guerrero, Manuel Agustín Aguirre, Julio Enrique Paredes, Germánico Salgado, René Benalcázar…

En circunstancias menos apremiantes, la oportunidad habría sido propicia para compartir con vosotros, dilectos amigos, algunos episodios que habrían configurado mi ser emocional, intelectual y moral. Pienso, sin embargo, que el desolado cuadro que nos envuelve a los ecuatorianos y latinoamericanos nos presiona a un ejercicio de instrospección como condición sine qua non para desbrozar los caminos del porvenir.

Permítaseme un breve diagnóstico de la situación nacional. Después del auge petrolero de los 70 y su correlativo espejismo de modernización refleja, el Ecuador ha venido reencontrándose con la dura realidad de un «subdesarrollo» y una subalternidad estructuralmente más profundos. Su patología comprende ahora problemas de enorme complejidad y hondura: atrofia de sus fuerzas productivas, crisis de las formas de propiedad, desindustrialización, terciarización hipertrófica, institucionalización de un modelo de acumulación rentista, crecimiento exponencial de la deuda externa-interna, desequilibrios comerciales y de pagos, renuncia a su signo monetario, vaciamiento económico, frenesí consumista de los estratos privilegiados, inmiseración masiva, desempleo y subempleo galopantes, éxodo de la mano de obra, amenaza de esclavizamiento a través del ALCA…

Las consecuencias del hundimiento de nuestra economía no pueden ser más patéticos: relativización de la soberanía, degradación de la democracia formal hasta niveles caricaturescos, desmantelamiento del pequeño Estado social que proyectara la Revolución Juliana, frivolización de la vida social, desprestigio de las instituciones, rampante corrupción de cuello blanco, inseguridad, educación epidérmica y acrítica, anomia social, fuga de los adolescentes a las contraculturas, eutanasia de los pobres, creciente involucramiento en la guerra civil colombiana… Percibo que caminamos sin brújula, al menos sin nuestra propia brújula.

Ningún ecuatoriano con una postura ética correcta podrá creer que ésta es la patria por la que vivieron y murieron Rumiñahui, Espejo, Montalvo y tantas otras figuras cimeras de nuestra nacionalidad. ¿Qué hacer frente a esta situación abismática? «La historia es la maestra de la vida», nos enseñó Cicerón hace más de dos milenios. Hace ya varios años, un ilustre uruguayo, don Carlos Quijano, me confío un terrible descubrimiento. «El problema con el fascismo –me dijo- es que lo llevamos dentro». Verdades inmensas y verdades terribles se entrecruzan en el devenir de los hombres y los pueblos. ¿Qué hacer? En esta singular ocasión, querría compartir con ustedes – especialmente con vosotros, jóvenes universitarios- algunas ideas alrededor de las cuales he venido cavilando en la tarde de mi vida.

Pienso que si queremos un futuro deseable para el Ecuador –deseable no precisamente por una ostentosa riqueza material- tenemos como primera tarea que recuperar la dignidad de ecuatorianos. «No hay patria en que el hombre pueda tener más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas», dejó escrito Martí. Expresión que, por cierto, no conlleva ninguna ironía, aunque presupone la acción. Y desde que pensar es actuar, me he convencido que quienes hemos tenido el privilegio de desenvolvernos en la Universidad estamos compelidos a pagar el tributo de lealtad a su consustancial divisa de Alma Mater, es decir, de madre del alma.

A las nuevas generaciones, enmendando los errores de las anteriores, creo les corresponde por obligación y derecho preservar la espiritualidad universitaria como baluarte de las multiformes expresiones culturales de la nación. Como cultor de la Economía, quisiera pediros que hurguéis en los secretos de nuestra disciplina enriqueciéndolos con los principios de la libertad intelectual y de la tolerancia. Principios que, por cierto, no se contradicen con la fundamentada exposición de las propias convicciones. No olvidéis nunca que la ciencia es un campo a cuyos lados discurre la vida, y que la sabiduría es el conocimiento y ese «algo más» al que se refiriera Unamuno.

Creo que el escrutinio objetivo de los hechos socioeconómicos es más urgente hoy que en anteriores épocas apuntaladas por verdades más seguras. Pienso que en esta vuelta de siglo ningún ámbito del saber ha sido más cuestionado que el de las teorías económicas. Y no se trata únicamente que el derrumbe del socialismo histórico europeo ha devaluado la proyección estatalista del marxismo como referente para nuestros países, sino que abrumadores acontecimientos recientes, imputables a la victoria orgiástica del Gran Capital, han devenido no precisamente en el nacimiento de una refrescante escuela científica, sino, por el contrario, en una resurrección fundamentalista del subjetivismo económico, ideología decimonónica que revestida de abalorios formalistas pretende incorporar la razón costo/beneficio hasta a las relaciones afectivas de los seres humanos, al tenor de interpretaciones y sugerencias de inefables premios Nobel.

Amén que su instrumentación macro y microeconómica viene devastando países y continentes, incluida la naturaleza. ¿A dónde, desde nuestras facultades de Economía, volver la mirada en esta suerte de intemperie teórica? Dos planteamientos me parecen promisorios para desbloquear la actual encrucijada. El primero se relaciona con la necesidad de recuperar las verdaderas raíces de nuestra disciplina. Cuando hablo de auténticas raíces, estoy pensando en autores como Aristóteles, quien –como recordaréis- discriminaba entre la Economía, propiamente dicha, es decir, los conocimientos para la administración de la casa, entendiendo por «casa» a la morada del hombre en su sentido más amplio; y la Crematística, o sea la práctica del enriquecimiento parasitario. En el drama actual de una humanidad secuestrada por las Altas Finanzas, ¿no convendría volver los ojos del intelecto a esas primigenias, humanistas y premonitorias nociones?

La segunda proposición se refiere a la urgencia de retornar a nosotros mismos, a nuestro propio ser histórico. Me parece inadmisible y una nueva expresión de la inveterada servidumbre cultural que padecemos que las facultades de Economía del Ecuador y América Latina, casi sin excepción, hayan reajustado sus programas académicos para la enseñanza dogmática del subjetivismo económica, esa «ciencia psicologista menor» que dijera Celso Furtado. Y al proceder así hayan descartado, por ejemplo, a la vernácula teoría de la dependencia, que en circunstancias como las del Ecuador de pérdida absoluta de los márgenes para la política monetaria y de hipoteca virtualmente total de su política fiscal tendría actualmente un valor explicativo mayor que en los tiempos de su formulación hace 3-4 décadas. Crear o equivocarse, decía Simón Rodríguez, el maestro del Libertador Bolívar.

En la búsqueda de un saber que desborde al fundamentalismo reinante, signado por un atosigante economicismo, incluso como simple reacción instintiva frente a la «explosión» que se barrunta en el horizonte, nuestras facultades de Economía –me pregunto- ¿no deberían abordar el análisis saber holístico de los indios americanos puesto a prueba a lo largo del Reich de los quinientos años, tanto más que ese saber en gran medida viene inspirando a los militantes de la verdadera globalización? ¿O queremos mantener una vocación de cajas de resonancia de discursos extraños y enemigos? En fin, creo que la historia no ha terminado y que el pensamiento universitario ecuatoriano y latinoamericano, resistiendo a las presiones para su acrítica funcionalización, puede contribuir de un modo imponderable a que nuestros países escriban su futuro en páginas más limpias que las que nos vienen imponiendo incluso manu militari los fatigados dioses de la Modernidad.

* Discurso en la sesión solemne de la Facultad de Economía de la Universidad Central del Ecuador, realizada el día 27 de junio del 2003. * René Báez Tobar. Profesor-investigador de la PUCE.

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